Apuntes a 40 años de la Guerra de las Malvinas
Por Eduardo GarciaA casi 700 kilómetros de Ushuaia, capital de la provincia argentina de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, se encuentra el archipiélago de las Islas Malvinas, un espacio geográfico de profunda controversia interestatal desde hace siglos. Los siglos XVI, XVII y XVIII vieron a diferentes potencias posando sus ojos sobre ellas. Españoles, neerlandeses, franceses o británicos las pisaron, las dibujaron en sus mapas y las identificaron con nombres propios hasta que en 1766 ese capítulo de la disputa entre potencias se cerró con la posesión española en firme.
Mural que pide la guerra al «invasor pirata ingles» en la Plaza del Congreso en Buenos Aires. Fuente: Eduardo García“Uti possidetis iuris”, que certifica la posesión por parte de nuevos Estados de los territorios que históricamente les fueron propios, ha sido el principio legal defendido por el Estado argentino en la cuestión Malvinas. Hasta 1833, “el Estado argentino, en su condición de heredero de los territorios australes y los espacios marítimos circundantes ejerció sus derechos de manera permanente y efectiva”, según afirma oficialmente el país. Cuando el Virreinato de la Plata -germen del posterior Estado-nación argentino- se independizó, le correspondía por “herencia” el archipiélago, que fue poblado y explotado por el joven gobierno a través de la figura de Luis María Vernet. En la Isla Soledad estableció el país latinoamericano su Comandancia, y la misma fue el principal escenario de la contienda militar un siglo y medio después.
Gran Bretaña, por su parte, nunca dio por buena esta situación. En 1833, ante el aviso de los británicos de su decisión de ocupar las islas, el bando argentino no interpretó poder resistir y las abandonó físicamente sin prestar batalla. Desde ese momento, el Estado argentino asumió la necesidad histórica de recuperar el control fáctico del territorio y de afirmar su derecho soberano sobre el mismo en las instancias internacionales. En 1939, el Senado nacional dispuso la creación de la Junta de Recuperación de las Malvinas, una de las tantas referencias institucionales que el país ha postulado a lo largo de los dos siglos de ocupación extranjera. En la Constitución, sin ir más lejos, se sostiene que “la nación argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional” (Disposición transitoria primera de la Constitución).
La máxima escalada de la disputa se presentó en febrero de 1982 bajo la forma de la Guerra de las Malvinas, en la que Gran Bretaña logró mantener su control. El bando argentino se lanzó a la ofensiva bajo el gobierno de Galtieri durante la dictadura aliada de Estados Unidos y de la oligarquía financiera internacional que se inició con el golpe militar de Jorge Rafael Videla en 1976. En medio de profundos procesos represivos contra las militancias peronistas, sindicales y marxistas, el gobierno midió en la guerra una posibilidad de aumentar su popularidad. Pese a que Gran Bretaña sufrió importantes daños armamentísticos y logísticos, el gobierno de Margaret Thatcher finalmente obtuvo la victoria y la Junta Militar argentina confirmó la rendición en junio.
¿Qué dicen las Malvinas sobre el imperialismo y las relaciones internacionales?
Ya sea por un interés directamente económico o por ventajas militares o políticas, las pretensiones de un Estado imperialista sobre territorios extranjeros siempre reflejan relaciones de poder en el sistema-mundo. Es cierto que la caracterización económica de un Estado es a priori lo que define su posición relativa en la disputa internacional, pero para el mantenimiento de la superioridad en este campo se hacen necesarios los enclaves militares, la superioridad armamentística, las alianzas diplomáticas, la tan manida hegemonía cultural, etc.
La ocupación británica de las Malvinas no parece responder a intereses inmediatamente económicos (pese a los precedentes de actividades pesqueras y exploración petrolera). Por el contrario, obedece a criterios políticos y militares. En el plano político, las Islas Malvinas son un episodio no resuelto del proceso descolonizador a escala global, y la constatación de que Gran Bretaña puede mantener intacto su dominio fáctico sobre territorios extranjeros alimenta un relato de superioridad. A nivel ideológico, es importante porque nos recuerda que los intereses específicos de las grandes potencias a menudo están por encima de los acuerdos internacionales. La propia ONU, de hecho, coloca a las Malvinas como “Territorio No Autónomo” y lo vincula con su Comité de Descolonización, reconociéndolas como uno de aquellos “territorios cuyos pueblos no hayan alcanzado todavía la plenitud del gobierno propio”. De esta manera, se acepta que las islas son objeto de disputa poscolonial y quedan en el mismo lugar que otros lugares como Nueva Caledonia, Gibraltar o el Sáhara Occidental.
Tropas británicas en la Guerra de las Malvinas. Fuente: Fox Photos / Getty Images
En el plano militar, la explicación es del todo sencilla: el imperialismo británico y la OTAN disponen de una base de operaciones al lado del Cono Sur. Negar a Argentina y, por extensión, a América Latina su acceso y manejo de sus propios territorios de ultramar permite sostener la debilidad (entre otros, en el plano militar) de los Estados periféricos frente a la fortaleza de los dominantes.
El bloque otanista-británico
La OTAN, en tanto alianza militar que agrupa a buena parte de los Estados centrales del capitalismo internacional, ejerce como elemento igualador de sus intereses. Hoy, la disputa interimperialista se desarrolla entre bloques y exige de los aliados al hegemón estadounidense el respeto a los intereses expansionistas específicos de cada miembro. La OTAN, pues, intenta promover una política militar grupal en la que las expectativas extranacionales de un país se asumen como principio irrenunciable del conjunto. Así, y ante sorpresa de la dictadura argentina de Galtieri, ni Estados Unidos ni la OTAN apoyaron la avanzada del país latinoamericano sobre las Malvinas.
Estados Unidos, de hecho, apoyó económica y militarmente al Reino Unido. Francia, bajo dirección del socialdemócrata François Mitterand, dispuso de ayuda en materia de Fuerzas Aéreas (aeronaves Super Étendard y Mirage). El bloque otanista, como acostumbra a ser norma en la política interestatal, estiró y subjetivizó la interpretación de sus propios formalismos normativos para no boicotearse a sí mismo. Actuó así al desestimar el artículo 6 del propio Tratado del Atlántico Norte que indica que se ha de ayudar a las partes “atacadas” cuando el conflicto ocurra “al norte del Trópico de Cáncer”. Por supuesto, tal artículo fue ignorado.
¿Qué ofrecen las Islas Malvinas a la OTAN? Como se mencionó previamente, los países de la OTAN no se favorecen directamente de una especial ventaja económica para la competencia intercapitalista gracias a su presencia en las islas; aun así, se trata de un enclave importantísimo. Las Malvinas son un acceso directo a la Antártida, un más que probable escenario de la disputa interestatal en nuestro siglo, además de una base fundamental para el control militar del Cono Sur potencialmente explotable en caso de cualquier tipo de escalada bélica. La OTAN, de sostenerse en el tiempo, goza de “un triángulo que le permite el dominio del paso del Océano Índico al Atlántico, y de éste al Pacífico, además del control del Atlántico Sur» gracias al tridente Malvinas-Ascensión-Diego García.
La mirada argentina
En Argentina, la cuestión Malvinas es de rigurosa actualidad. Desde que el Estado las heredase al independizarse de España y las mismas fueran ocupadas por Inglaterra en 1833, los relatos argentinos en materia de política exterior siempre incluyeron la cuestión como un elemento central. El ‘Gaucho’ Rivero, erigido en mito, inaugura la larga lista de personajes que reclamaron el control fáctico de Argentina sobre las Malvinas. Los radicales, primero, y el mismo Juan Perón, después, defendieron la misma línea y evitaron que el curso de la Historia “desmalvinizase” la política nacional. El presidente Arturo Illia (U.C.R.), electo bajo la proscripción del peronismo, también defendió la soberanía argentina sobre las Malvinas. Aunque, como movimiento antiimperialista, seguramente ha sido la militancia del bloque justicialista-peronista quien mayor implicación ha mostrado al respecto, hasta el punto de lanzar operativos como el Cóndor a través de la Juventud Peronista.
Tridente Malvinas-Ascensión-Diego García
Este mismo 13 de abril, la Vicepresidenta y ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner puso al territorio sobre la mesa en la asamblea de la EuroLat al hilo de la cuestión ucraniana: “Hemos denunciado el doble estándar en materia de derecho internacional de las potencias que se creen por encima del resto de los países. […] De hecho, la ocupación por la fuerza de nuestras Islas Malvinas encuentra al Reino Unido apoyado por otras potencias que, cuando no les conviene apoyar una invasión, la rechazan; y cuando les conviene porque son sus aliados, está todo bien”. Tal presencia tienen las islas en la política nacional argentina que realmente cuesta caminar más de quince minutos por las calles de Buenos Aires sin encontrar alguna referencia a las mismas.
Sin duda, la cuestión Malvinas permea el debate de lo internacional en el país. Desde el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), se llevó a cabo un proceso de reconocimiento político y económico de los ex combatientes enmarcado en un bloque de políticas soberanistas “desperiferizadoras” en sentido amplio. La revisión en clave nacionalista de las Islas Malvinas fue la pata militar de un proyecto económico (cierre de las oficinas del FMI), político (rechazo al ALCA) y regionalista (UNASUR y MERCOSUR). Conviene apuntar que, pese a que exista un cierto consenso “malvinero”, como es habitual en todo conflicto centro-periferia, existe un sector de las élites locales alineado con los reclamos británicos que se encuentra agrupado en determinados sectores de la derecha política.
Artículo con aportes de Belén A. Covarrubia.
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