5/29/2020

el cordobazo y los mitos académicos

Memoria de la revuelta organizada



ALEJANDRO MARECO “Vamos a hacer un gran despelote”.

Lucio Garzón Maceda era uno de los comensales que el martes 27 de mayo de 1969 le mostraban al periodista Sergio Villarruel, con trazos sobre el mantel de papel del restaurante, los movimientos de los trabajadores planeados para el jueves siguiente.

 También estaba sentado a la mesa Atilio López, el líder de UTA (transporte) y uno de los tres dirigentes sindicales que, con Elpidio Torres, de Smata (mecánicos; obreros de la industria automotriz), y Agustín Tosco, de Luz y Fuerza (empleados de Epec), conducirían hacia la gran conmoción histórica.

La frase ni siquiera fue dicha entre susurros: “No guardábamos el secreto: se pensaba en una rebelión contra fuerzas represivas”, remarca Garzón Maceda.

Medio siglo después de aquel mediodía de las vísperas, pregunta: “¿Qué podemos decir del Cordobazo que ya no hayamos dicho en todos estos años?”.

Claro que volver a contar la intimidad de algunos momentos clave, repasar las sensaciones originales que el tiempo torna esquivas, siempre tiene sentido.

Sobre todo si se trata del hombre que estuvo codo a codo con los principales hacedores del episodio que encendió la gran chispa, no sólo como abogado de los gremios, sino también como consultor intelectual, orgánico. Es decir, de algún modo, la cuarta pata. Incluso, Francisco Imaz, ministro del Interior de aquella dictadura, lo señalaría como el “ideólogo”.

Pero su pregunta respira cierto fastidio por algunas de las interpretaciones de los hechos a los que tantas veces ha salido al cruce.

Sostiene Garzón Maceda: el Cordobazo no fue una espontánea reacción, sino el resultado de una acción de protesta planificada por los sindicatos; los grandes protagonistas fueron los trabajadores, peronistas en su mayoría, bien remunerados; no fue el comienzo de una etapa, sino la culminación de un proceso de afirmación y lucha sindical que comenzó con la normalización de la CGT cordobesa en 1957; no fue un movimiento prerrevolucionario, sino una rebelión antidictatorial.

En esos puntos ha insistido todos estos años. “Ese día los trabajadores salieron dispuestos a pelear con la Policía; lo que no sabíamos es que se les iba a ganar y que a las 3 de la tarde la ciudad iba a quedar en manos rebeldes. La Policía se retiró porque se quedó sin gas lacrimógeno”, dice.

La bronca original

Afirma que la bronca que alimentó ese ardor de combate se encendió el 14 de mayo, cuando la Policía reprimió con violencia la asamblea del Smata que se realizó en el club Córdoba Sport (Alvear casi Olmos), el 14 de mayo. Mientras, el 5 de mayo, un paro del transporte público de la UTA les había dado a los trabajadores conciencia de su capacidad de golpear.

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Pese a los episodios que habían sacudido poco antes a Corrientes y a Rosario, según Garzón Maceda, en esos meses de 1969, “en Córdoba la paz de (el dictador Juan Carlos) Onganía parecía inconmovible”.

En la evocación no pierde de vista la frase que le dijo su amigo John William Cooke, referente peronista:

“Córdoba es como una bomba molotov: tiene tres ingredientes que si los tenés por separado no pasa nada, pero si los juntás y los agitás pueden hacer estallar todo: los trabajadores, los estudiantes y la tradición contestataria”.

Bombas molotov (“para usarlas, se practicó en el Smata”), precisamente, más clavos miguelito y gomeras de hierro para lanzar tuercas y bulones eran el arsenal de las columnas obreras que bajaron desde Santa Isabel.

“La gran novedad del Cordobazo fue el paro activo. Las dos CGT de entonces habían resuelto una huelga nacional para el día 30, pero nosotros no queríamos un paro matero, sino sacar la gente a la calle. Por eso le agregamos 12 horas desde el 29”, valora.

“Algunos estudiantes ya habían acompañado con maniobras diversionistas en otros puntos de la ciudad”, dice. Cuando la Policía se retiró, la rebelión se expandió con los ciudadanos en las calles
Así, “la pax” se quebró abruptamente. “La gente estaba harta de atropellos, de los planes del dictador de quedarse 20 años”.

La rebelión “fue clave para sacarle poco después algunas leyes a la dictadura, como la de obras sociales”, afirma.

Después de abogar por Torres y por Tosco, que fueron a parar a prisión tras el Cordobazo, y de entrevistarse incluso con Juan Domingo Perón (España, octubre de 1969) para pedir su apoyo a los presos (trajo una carta para Torres), Garzón Maceda pasaría medio año preso en Esquel, en 1970.
Luego vendrían adversidades mayores. En octubre de 1975 fue atacada su casa de Villa Allende por policías y por el Comando Libertadores de América.

“Belgrano me salvó la vida: ese domingo fui con mi esposa y mis dos hijas a ver un clásico con Talleres. Mientras estábamos en la cancha, le prendieron fuego”. Después, quemarían el estudio que compartía en el Centro de la ciudad con Gustavo Roca. Entonces, llegó el tiempo del exilio, hasta 1984.

En octubre de 1976, en Estados Unidos e invitados por Amnesty Internacional, junto con Roca harían la primera denuncia internacional contra la dictadura y sus violaciones a los derechos humanos. Significaría el cese de ayuda norteamericana, y la junta militar procesaría entonces a Garzón Maceda por “traición a la patria”.

Lucio Garzón Maceda está ya asomado al balcón de los 88 años. “El trabajo, el asesoramiento a sindicatos y la lectura ayudan mucho a mantenerse bien; eso y tener más o menos tranquilas las ideas que uno ha sostenido toda la vida”, dice, y se lo ve en sus ojos.

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