Crecen las dudas sobre las expectativas de inflación y más economistas dudan de las 60 consultoras que participan del REM. El “microclima” y sus beneficios
Santiago Fraschina y Sergio Chouza
Economistas de la Universidad Nacional de Avellaneda
Este martes el Banco Central de la República Argentina publicará la nueva edición del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), de periodicidad mensual. El reporte, que compila la opinión de un máximo de 60 participantes, es el mecanismo elegido por las anteriores autoridades -continuados por las actualespara ordenar la trayectoria esperada de las principales variables de la economía. Si bien no es la primera vez en la historia que el BCRA oficia un mecanismo técnico y cuantitativo para recopilar la impresión del mercado sobre el devenir de la economía vernácula, la relevancia simbólica que este reporte mantiene hace dos años en el accionar de la política pública, le otorga un carácter distintivo.
La importancia de las expectativas no puede ser subestimada. Como en el ajedrez, donde tiene tanto peso la amenaza de un movimiento como la realización del mismo, la economía se mueve en igual dirección. La “rapidación” en la toma de decisiones de los agentes y los Estados modernos, en un marco de flujos de información que se mueven a una velocidad exorbitante, requieren de mecanismos certeros en el monitoreo de ese sentir general de la población. Claro está no es la mera caracterización del termómetro social aquello que motiva la medición de expectativas. La posibilidad de influir y transformar esas proyecciones ciudadanas en un panorama más auspicioso, no deja de tener puntos de contacto con los objetivos de política. Está largamente probado que aquellas sociedades con creencias más optimistas sobre el devenir económico – tanto en lo personal como a nivel macro- aumentan su propensión a consumir más en el corto plazo, además de conservar niveles de ahorro en moneda nacional en el mediano plazo y apostar a emprendimientos productivos a largo plazo. Tomando esto por bueno, es presumible que las diferentes administraciones operen para intentar incidir sobre la “realidad esperada”, y disfrutar las mieles de la “realidad efectiva”.
Una primera mirada de superficie sobre el REM del BCRA ya permite sopesar lo que Federico Sturzenegger denominó “sesgo de expectativas”, a los fines de endilgarle los desvíos en la realidad económica a la dimensión de lo proyectado. El resultado mensual del REM en materia de precios, ha corrido la inflación real sistemáticamente por detrás. Por caso, en el inicio de su implementación bajo la gestión saliente del BCRA, la separación entre el promedio de expectativas y la inflación realizada fue de casi 4 puntos porcentuales. Claro que este primer relevamiento comenzó muy entrado 2016 (el primer informe data del mes de junio, dos años atrás), cuando ya se vislumbraba que la trayectoria de precios no se moderaba a pesar de los albores del tan mentado segundo semestre. El siguiente año no fue discordante. Con buena parte de la “recomposición del cuadro tarifario” de servicios públicos ya transitado, todas las expectativas inflacionarias se movieron a la baja. La credibilidad del programa de metas de inflación del BCRA fue prácticamente plena. La media de proyecciones del año pasado fue de un avance de precios del 20,6%, o sea 4,2 puntos por debajo del IPC Indec. No obstante, el rango de estimaciones entre puntas fue mayor; 2017 comenzó con previsiones por debajo del 20%, y terminó “arrimando el bochín” algo más, con un promedio del 23%, en el último relevamiento correspondiente a noviembre. El año en curso no parece ser la excepción a la norma. Lejos de eso, 2018 se muestra como el período de mayor brecha entre las expectativas y la contundencia de los hechos. Partiendo de un enero con un grado de verosimilitud importante respecto de la meta oficial, a partir de una previsión de inflación media del 19,4%, la trayectoria fue divergiendo. Otra vez el paso de los meses, y la erosión de la confianza respecto del cumplimiento de la meta, disparó las expectativas. El último reporte arrojó un promedio del 27,1% y probablemente la actualización del REM que se publicará el martes ya promedie 30%. Esto es, el doble de la meta inflacionaria anunciada el histórico 28 de diciembre pasado.
Es relevante, asimismo, analizar el comportamiento de la curva de expectativas de inflación REM a lo largo de cada año. Cuando se observa la evolución de las creencias de los participantes mes a mes, se verifica un comportamiento estrictamente creciente. Conforme se desarrolla cada año, la previsión media de los participantes en esta encuesta se vuelve menos optimista; más ajustada con la realidad. Casi no hubo mes en los últimos años donde la previsión para determinado mes fuera menor al mes anterior. Pero el desacierto del relevamiento sobre la hipótesis inflacionaria no es el único: los desvíos que presentan las proyecciones de las demás variables relevadas en el REM no se quedan atrás. Por ejemplo, el pronóstico sobre la tasa de interés de política monetaria ha presentado el mismo efecto de subestimación. En números, a inicios de 2017 se esperaba que el año cierre con una tasa nominal anual del 20 por ciento, cuando el dato efectivo fue 28,75 por ciento. El panorama no se muestra más auspicioso para el período actual, ya que el año comenzó con una previsión de tasa de Pases a 7 días del 21,75% promedio, mientras que desde hace más de un mes ya se posiciona en el 40%. Es mayúsculo el grado de sesgo de “los analistas profesionales” en este ítem, que ya se ajustó más de 8 puntos entre los cuatro meses de la encuesta de enero y la de mayo.
La “convergencia por debajo” señalada como regularidad fáctica del REM, no parece dibujar el derrotero lógico de una serie sin comportamiento tendencioso. De cara a la estimación de cualquier trayectoria modelizable, se esperaría que, en promedio, existan predicciones tanto por encima como debajo del valor real de la variable. De existir un “sesgo sistemático”, el problema no podría ser de shocks transitorios. Respondería a un error de diseño metodológico. En este punto es relevante preguntarse por las características específicas de la muestra que conforma el relevamiento. En breves cuentas, el REM está conformado por un panel máximo de 62 participantes -no todos responden la encuesta cada mes. En el listado de encuestados hay de todo: consultoras de gran escala, media y hasta unipersonales, bancos, fondos de inversión, fundaciones y también instituciones del campo académico. El REM tiene de todo menos visiones críticas. Entre los 62 participantes no sería exagerado afirmar que 60 cae en cuenta de un alineamiento ideológico marcado con el oficialismo actual. Este factor no es menor ni aleatorio. Tiene importante influencia porque ha sido determinante en las decisiones de política pública de los últimos años. Buscando generar un esquema de expectativas autocumplidas, el anterior Presidente del BCRA no se privaba de mencionar como mérito propio la cercanía de los pronósticos respecto de la meta establecida. La elección digitada de participantes afines al Ejecutivo, tiene implicancias directas sobre los resultados obtenidos. Como para muestra alcanza un botón, la consultora Abeceb del recientemente nombrado Ministro de Producción Dante Sica es una de las participantes permanentes. Si bien el BCRA no presenta números desagregados por participante, costaría pensar que el pronóstico de Sica en estos dos años y medio no haya sido más complaciente con el interés del oficialismo que con la realidad de los hechos económicos. Tampoco surgiría como inesperado un beneplácito emanado desde los bancos y fondos de inversión que forman parte de la muestra. Atendiendo a la historia laboral de buena parte de los funcionarios macristas, el resultado se devela como evidente. Banco Galicia (Dujovne) y JP Morgan (Caputo), por nombrar sólo dos, han moldeado buena parte de la experticia de los principales encargados de la política económica en la coyuntura. Una de las preguntas que puede subyacer es, “¿quién queda afuera de este reporte?” Para empezar, no tienen lugar buena parte de las Universidades Nacionales (sólo se incluye una de las 55 totales), muchas de las cuales cuentan entre su oferta académica con la Licenciatura en Economía, además de realizar tareas de investigación en la materia. Tampoco conforman el panel de miembros del REM los centros de estudios económicos de perfil ideológico crítico al Poder Ejecutivo. Entre los 62 participantes no hay ni siquiera uno.
Lejos de ser conveniente para la política pública, la disposición inicial de Sturzenegger de construir una encuesta “a su imagen y semejanza”, explica buena parte de los desaciertos de la política monetaria de los dos últimos año y medio. Ocurre que la implementación del esquema de metas de inflación “a la criolla” requiere el sostenimiento de una tasa de interés real positiva –y alta- para favorecer incentivos al ahorro en moneda doméstica, evitando que los excedentes monetarios sobrecalienten la demanda agregada. En este punto es donde más incide la formación de expectativas. La función de reacción del BCRA, en una dinámica virtuosa de estabilización de precios, bien puede ser consistente con una baja paulatina de tasas. No obstante, en un sendero de expectativas alcistas, se deberá potenciar el “sesgo contractivo de la política monetaria” (Sturzenegger dixit), a partir de una curva de tasas real positivas bien marcada. Con pronósticos tan distorsionadas porque las consultoras sólo le relatan al Gobierno “el diario de Yrigoyen”, la respuesta de tasas ofreció señales erróneas, incluso si se validara el discutible marco teórico que ha fomentado el BCRA. Así, en los hechos, la importante baja de tasa de interés en el primer cuatrimestre de 2017, donde el centro del corredor de pases llegó al 24,75% y las Lebacs a 30 días tocaron un mínimo el 23%, fue totalmente incongruente con la inflación real verificada en el período. En un marco de mayor previsibilidad, el BCRA hubiera podido mantener una continuidad en su decisión de política, de manera consistente con el programa antiinflacionario. El ruido y una lectura tan distorsionada de la evolución certera de los precios, impidió sostener una coherencia funcional. Desaguisados institucionales como la insólita conferencia de fin de año, arrinconado por las urgencias políticas de Jefatura de Gabinete, fueron el preludio del fracaso del modelo.
La incomprensión sobre las causas estructurales de la dispersión de precios en Argentina sigue siendo una barrera indescifrable para el equipo económico. Como ante una RÉMora imposible de evadir, el BCRA gravita en un derrotero errático, orientado por instrumentos de navegación que se han probado ineficaces.
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