7/02/2018

los países periféricos tendrán que soportar las consecuencias más negativas: fuga de capitales, endeudamiento, salida de inversiones e invasión de productos importados.

El proteccionismo en la era Trump

En la campaña de Donald Trump se prometía una escalada proteccionista de Estados Unidos, que se visualiza hoy día en la disputa con China a partir de los aranceles a la importación. ¿Qué implica el proteccionismo en un país imperialista? Algunas previsiones sobre las consecuencias del esquema de desglobalización parcial de los Estados Unidos.

Escribe: Martín Burgos
Coordinador del Departamento de Economía Política del CCC
 
La disputa comercial entre China y Estados Unidos que está preocupando a los mercados mundiales es uno de los grandes temas de este principio de 2018, año en el cual se cumplen 10 años de la crisis mundial de 2008. El gobierno argentino pensó que ser anfitrión de la cumbre del G-20 a realizarse en noviembre sería una gran noticia para generar inversiones y mostrar que hemos vuelto por fin a la “normalidad”, pero podría ser recordada como la cumbre del fin del neoliberalismo.

En efecto, el anuncio del aumento de los aranceles de 25% por parte de los Estados Unidos a productos chinos como los aparatos electrónicos, la maquinaria industrial, los productos químicos y farmacéuticos, que representan los principales sectores de exportación de China, fue replicado por China con aranceles a productos claves que importa desde Estados Unidos: aviones chicos, automóviles, productos químicos, soja, carne, vino, fruta. Esta es la última etapa de una escalada proteccionista de Estados Unidos que se inscribe en el programa de campaña de Donald Trump y que pocos pensaban que iba a llevar a cabo.

El proteccionismo en la era Trump
Primero fueron pedidos a varias empresas para que repatrien sus inversiones (y el empleo correspondiente), después fueron las medidas nuevas o continuadas contra distintos productos (los casos del miel, del limón o del biodiesel afectaron las exportaciones argentinas), luego medidas de protección a la industria del acero y del aluminio. Ahora la disputa comercial con su principal socio comercial tiene por objetivo generar empleo industrial y reforzar el crecimiento que obtuvo en 2017 con mayor creación de empleo.

Claramente esto tiene un límite, dado que las empresas de Estados Unidos se acomodaron a las ventajas de los bajos costos chinos y armaron cadenas globales de valor aprovechando los bajos aranceles y las mejoras tecnológicas de estos últimos 20 años. El esquema de “maquila” que implicaba realizar el trabajo intelectual en los países ricos y el trabajo manual en los países pobres fue el resultante de esa fragmentación productiva, que dejaba en claro que la industria no era tan importante como la tecnología. Aparecieron nuevos países industriales como México, que tuvieron muchas dificultades en mejorar las condiciones de vida a pesar de haber incrementado su tejido industrial. China estuvo sometida a ese proceso durante los años 90, pero su dirigencia era consciente que solo tenía que ser una etapa y que lo esencial seguía siendo tener independencia tecnológica. Para eso, orientó su política de inversiones hacia un sistema de co-empresa en el cual las empresas extranjeras que querían acceder al mercado interno chino tenían que asociarse con una compañía local y compartir con ella la tecnología.

Para muchas empresas, como Apple, la inversión seguía siendo muy conveniente y les permitió lograr saltos de productividad muy importante, poniendo en competencia a los obreros del mundo. Mientras esas multinacionales tuvieron ganancias extraordinarias, la calidad del empleo en Estados Unidos mermaba y ese deterioro de la distribución del ingreso fue en parte causante del estallido de Lehman Brothers en 2007 y de las subprime en 2008. Empresas ricas y país pobre, en todos los países, incluso en Estados Unidos: ese fue el resultante de 40 años de globalización neoliberal, donde los mercados y las finanzas fueron predominantes. El neoliberalismo implicaba el “fin de la historia” y también el fin de los Estados, sean estos de bienestar, comunistas, desarrollistas o keynesianos. A partir de estos elementos se tiene que tratar de comprender la elección de Trump y la política que está llevando a cabo actualmente, y las dificultades que eso acarrea.

Esta vuelta de una voluntad electoral orientada hacia la producción y el trabajo, por lo menos en los discursos, y en este caso también en los hechos usando el proteccionismo, con un nacionalismo exacerbado, no tiene el mismo impacto en un país dependiente que en un país central. En un país latinoamericano, esto es bastante común en los gobiernos populares y de discurso de resistencia frente a las grandes potencias: el proteccionismo permite generar empleo, mejorar la distribución del ingreso, darle un margen de maniobra a la industria nacional. Pero en un país imperialista, esos discursos resultan peligrosos porque la tensión entre lo interno y lo externo puede impulsar cambios en la forma de producir en las empresas transnacionales que pueden incurrir en un nuevo régimen de acumulación a nivel mundial con consecuencias desastrosas para los países dependientes.

En efecto, la cuestión no es tanto si se puede volver a una industria “nacional” rompiendo las cadenas de valor global o no, sino qué resultará de las nuevas tensiones entre las necesidades políticas del gobierno de Trump y la estrategia de las empresas multinacionales. Si se diera el fenómeno del “reshoring”, en el cual las inversiones vuelven a Estados Unidos, significaría para los países como México un incremento de los problemas de empleo en un contexto social muy delicado.

Sobre todo, esa preocupación por el empleo y la producción del gobierno de Trump no está acompañada por un proyecto de cambio en la arquitectura financiera internacional cuyos actuales efectos son desastrosos en términos de especulación y de evasión fiscal, y que son la principal explicación del bajo nivel de inversión tanto pública como privada. Para los países periféricos, la punción de divisas a través de la fuga de capitales y los intereses de la deuda externa profundiza las crisis de divisas que conocemos. La regulación de los grandes flujos de capitales a nivel mundial, definida por las grandes potencias en la posguerra, fueron de primera relevancia para explicar la “edad de oro” del capitalismo.

Por lo tanto, parece diseñarse un capitalismo con liberalización financiera y guerra comercial, que se puede interpretar como una desglobalización parcial. Esto se podría rastrear en el hecho de que Estados Unidos están boicoteando parcialmente los organismos multilaterales: mientras las Organización Mundial del Comercio es objeto de críticas por parte de la administración Trump, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial siguen gozando de buena salud y mantienen su papel en las finanzas globales. Si bien la temática de la regulación financiera había sido uno de los temas principales del G-20 en los años posteriores a la crisis de 2008, fue dejando su lugar a temáticas más productivas como el futuro del empleo, la infraestructura y la seguridad alimentaria, los tres ejes de las reuniones de este año en Argentina.

Lo anterior nos lleva a la concluir que, en ese esquema de desglobalización parcial, los países periféricos tendrán que soportar las consecuencias más negativas: fuga de capitales, endeudamiento, salida de inversiones e invasión de productos importados. Esta nueva forma de acumular capital a nivel mundial está lejos de ser la ideal para América Latina, sino al contrario podría ser mucho peor que lo vivido hasta ahora, más en países que liberalizan su comercio y dejan librada la inversión al azar del mercado, como la Argentina de Macri y el Brasil de Temer. En consecuencia, si bien el gobierno de Cambiemos había apostado a la continuidad demócrata en Estados Unidos, su papel económico en la región sigue siendo funcional al timonazo productivo del gobierno republicano.

http://www.hamartia.com.ar/2018/06/28/el-proteccionismo-en-la-era-trump/

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