7/02/2018

el último mundial de la tía: cuántos son y cómo votaron los jóvenes?






Por Artemio López

La incorporación de los jóvenes a la política es un fenómeno contundente en términos cualitativos, típico de la repolitización de la sociedad argentina post crisis del neoliberalismo que introdujo el modelo popular democrático que se desplegó en el país entre los años 2003 y 2015.

La clave de la participación política creciente de los jóvenes a partir de mayo del 2003 fue sin duda la capacidad de resituar primero, y desplegar después, el conflicto contra los sectores del establishment económico, político, judicial y mediático que desplegó sin prisa ni pausa el peronismo kirchnerista durante sus tres períodos de gobierno.

Tras treinta años en los que, salvo lapsos excepcionales durante el primer período del gobierno de Raúl Alfonsín, que entonces también recibió el acompañamiento juvenil, gobernar en la Argentina supuso reproducir y ampliar los intereses de los poderosos. Con el triunfo de Néstor Kirchner, por primera vez desde la recuperación democrática, un gobierno se comportó como contrapoder en el país, convocando por eso en su apoyo a buena parte de los sectores juveniles que vieron en él un canal para expresar su rebeldía y oposición al modelo neoliberal.

Neoliberalismo que en su despliegue, hay que recordarlo, desarticuló drásticamente la morfología de la sociedad argentina desde mediados de los años setenta mediante la dictadura cívico-militar y los sucesivos gobiernos democráticos que lo aceptaron como único camino posible, transformando 6% de pobreza de 1975 en 54% a la salida de la convertibilidad, 3% de desempleo en 24%, 15% de trabajo informal a medidos de los años setenta en 55% en 2002 y que estiró la brecha entre el 10% más rico y más pobre de perceptores de ingresos de 12 a 32 veces.

Pero si la participación juvenil es la nota de mayor volumen cualitativo del ciclo kirchnerista, cuando se analiza la distribución del padrón de electores con la reciente incorporación de los jóvenes de 16 y 17 años , el análisis cuantitativo muestra la fuerte impronta juvenil del electorado nacional, que sin duda es la característica central que deberán atender las distintas dirigencias en competencia electoral si es que no quieren resultar obsoletas y con ellas sus propuestas.

En efecto, analizando el Padrón de electores se observará que el 8,6% de los votantes este año tiene entre 16 y 19 años mientras otro 10,9% recorre el tramo etario que va entre los 20 y 24 años. Completando el tramo de menores de treinta años, un 10,5% adicional de electores tiene entre 25 y 29 años.



En suma, el 30% de los electores tiene menos de 30 años, el 50,2% no llega a cumplir los 40 años de edad al momento de votar, mientras que 6 de cada 10 electores al ejercer el sufragio tendrá 45 años o menos.

Las conclusiones son notables. Por ejemplo, dada la estructura etaria que lo segmenta, para el 50% del padrón de electores el gobierno de Raúl Alfonsín y los ciclos hiperinflacionarios de los años 1989 y 1990 no resultaron experiencias vividas, e incluso buena parte de la década de los año noventas tampoco lo fue en plenitud.Más aún, la crisis del año 2001 fue vivida con menos de 15 años de edad por el 25% de los empadronados, que inician su adolescencia y los primeros contactos con la realidad política nacional ya con el kirchnerismo gobernando el país.

En sentido contrario, solo el 20% de los electores efectivos -que irán a votar- tenía 15 años o más en la década de los años setenta y vivieron con conciencia plena los gobiernos de Cámpora, Perón e Isabel y el último golpe cívico militar.


En síntesis, la fijación de temas de agenda que se anclan demasiado rígidamente en experiencias del pasado, aún las más convulsionantes, estrategia tan recurrente en buena parte de la oposición e incluso un recurso que sobreutiliza algún sector del oficialismo, no parecen poder interpelar de manera exitosa a una mayoría de electores sencillamente porque no forma parte de su experiencia de vida, y, si bien es cierto que la historia se transmite entre generaciones, nunca es bueno para la dirigencia política abusar de esa circunstancia.


Por Eduardo Chávez Molina y Pablo Molina Derteano

La edad del votante influyó tanto en las presidenciales argentinas como en las de Estados Unidos o en el referendo por el Brexit. Con los números, los sociólogos Eduardo Chávez Molina y Pablo Molina Derteano analizan el comportamiento de los sub 30 y aseguran que con una mayor participación el resultado hubiera sido diferente. Cómo se mueve la generación que participa en marchas, expresa sus opiniones y denuncias por Internet, disfruta y promueva la hibridación cultural, pero se muestra renuente a la representación política tradicional.

Las elecciones en Francia y las cada vez más cercanas legislativas argentinas representan momentos decisivos, donde se juegan rupturas y continuidades de políticas económicas y sociales; de integraciones y desintegraciones internacionales. Pero si bien hoy podemos hacer consideraciones analíticas sobre lo que potencialmente podría ocurrir con el sufragio de octubre, este trabajo comenzó hace unos meses cuando se cumplía un año de la derrota electoral del kirchnerismo y, su contracara, la asunción al gobierno de la alianza política Cambiemos.

Los datos de una elección sólo arrojan resultados por jurisdicción, por lo cual es la única forma oficial de aproximarse a alguna explicación del comportamiento de los votantes. A cambio de ellos existen los sondeos previos y los “boca de urna” que escudriñan con mayor detenimiento otros factores como sexo, edad, clase ocupacional, ingresos y educación entre otros.

Nuestra búsqueda inicial frente a la ausencia de datos fue acceder a las encuestas a “boca de urna” de las consultoras. El objetivo fue tener una aproximación socio-demográfica, que no tiene ninguna otra forma de comprobarse a través del propio sufragio. Solicitamos a las consultoras más prestigiosas del país la información nacional, cuyo margen de error esté registrado y que hayan respetado cuotas por edad. La otra condición fue que el resultado haya estado cerca de la diferencia final del escrutinio (2,6%).

Dimos con la encuesta que cumplía dichos requisitos aunque no contamos con las bases de datos, por una cuestión de propiedad de la información. Los resultados pueden anticiparse: la edad de los y las votantes emergía como una variable que parecía explicar más que otras cuál era la orientación de la elección. Pero, a medida que dirigíamos la mirada más allá de la situación puntual de Argentina en noviembre de 2015 y nos acercábamos a otros países y elecciones o a la imagen de popularidad del actual gobierno, encontrábamos que este hallazgo se tornaba más y más revelador.

A partir del trabajo de la generación del Milenio, descrita en el libro “The Lucky Few: Between the Greatest Generation and the Baby Boom” de Elwood Carlson, podemos apreciar por lo menos en su conducta electoral claramente diferenciada a la población de mayor de 50 años. El análisis limitado a la existencia tan sólo de esta variable, edad (no tenemos clase ocupacional, estudios, ingresos, jurisdicción, etc.) tiene su límites en relación a la escasez de información sobre otros componentes, pero también es importante.

En el libro “Millenials Rising: the next great generation”, de los sociólogos Neil Howe y William Strauss, se caracteriza a esta generación -que alcanza la mayoría de edad en el nuevo milenio- como muy vinculados a las nuevas tecnologías de información y altamente predispuestos al cambio. Si bien no logran establecer diferencias claras entre el cambio personal y el cambio social. Los autores los vinculan al liberalismo norteamericano, una tendencia de centroizquierda, muy favorable al movimiento y a la protesta, pero escéptica a la participación tradicional en elecciones o en partidos políticos, sindicatos y organizaciones de este tipo.

La edad en el mundo: del Viejo Continente al huracán Trump. Es un dato muy difundido que, en Occidente y en algunos países asiáticos, se está pasando por un proceso de envejecimiento poblacional y de declinación de las tasas de fecundidad. La proporción de adultos mayores de 60 años empieza a crecer numéricamente y tiene impacto en diversas cuestiones de agenda, de las que la más notable es la del agotamiento del sistema previsional.

Ese peso mayor de la población adulta y adulta mayor da claras señales de envejecimiento poblacional también mostró comportamientos electorales claramente diferenciadas, por ejemplo el referéndum de Gran Bretaña sobre la continuidad en la Unión Europea, conocida mundialmente como el Brexit. Dice el diario conservador español El Mundo:

“… los grandes perjudicados por la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea: los jóvenes. Con un ingrediente añadido que hace aumentar aún más su ira, y es que han sido los viejos los que han decidido su futuro por ellos. El 75% de los jóvenes de entre 18 y 24 años votó a favor de que el Reino Unido siguiera formando parte de la UE. Sin embargos los ancianos y los hijos del ‘baby boom’, muchos de los cuales ya peinan canas y lucen portentosas barrigas, les han ganado la partida. Una alianza -bastante decrépita, la verdad- que prefiere los recuerdos a los sueños, el pasado al futuro, la nostalgia al mañana y que sin pestañear ha impuesto su credo a los chavales” (diario El Mundo, versión digital 26/06/2016). 

Las últimas elecciones en España (2016), otra sociedad con claros indicadores de envejecimiento poblacional, también mostró un claro voto generacional expresado mayoritariamente en PODEMOS, que sorprende en los más jóvenes. El 42,1% de los mismos dicen haberlo votado, una predilección generacional contundente. Si lo analizamos con los otros grupos de edades, y si lo comparamos con los mayores de 65 años, grupo etario en el cual PODEMOS sólo logra el 9,8% muy distinto al performance de los votos conservadores del Partido Popular, que aumenta su caudal sobre todo en la población mayor de 45 años.

En elecciones en los Estados Unidos también aparecen las brechas por edad. Un 55% de personas entre 18 y 39 años apoyó a Clinton, en la misma franja etaria sólo un 37% apoyó a Donald Trump. Puede observarse que los porcentajes de apoyo a la candidata demócrata, en las otras franjas de edad tienden a disminuir paulatinamente y a cambiar la tendencia por edad a partir de los 45 años, y sobre todo en el grupo poblacional de 45 a 64 años, donde se aglutina la mayoría de los votantes (40%).

¿Puede esperarse que en los próximos años, estemos en presencia de elecciones en donde haya un alto porcentaje de voto conservador y/o de derecha impulsado por generaciones de adultos mayores? La respuesta es compleja. Deben tenerse en cuenta, por lo menos, dos factores.

El primero son los regímenes electorales vigentes en cada país. En muchos países occidentales, el voto no es obligatorio lo que produce un efecto estadístico curioso. Los adultos mayores no sólo son más en términos poblacionales absolutos sino que tienen que participar más que los y las jóvenes en las elecciones. Su mayor peso es una combinación del efecto demográfico que se potencia con un régimen de elecciones voluntario.

El segundo es que puede ser un tanto lineal y llevar a confusión la asociación entre conservadurismo (o progresismo) con la edad. En todo caso, la edad, en una interpretación sociológica, tiene dos vertientes. Por un lado, el transitar determinada franja del trayecto vital no deja de tener un impacto relativamente homogéneo en muchas personas; y, al mismo, tiempo pesan las diferentes trayectorias generacionales y el cúmulo histórico de vivencias.

Las y los adultos mayores tienden a ser más renuentes a las innovaciones políticas en la medida que históricamente sus trayectos vitales se dan en sociedades cuyos dispositivos presionan para que sus subjetividades prioricen la conservación de sus condiciones de vida existentes por sobre el mejoramiento. En términos políticos, se convierten en un electorado que demandaría la conservación del status quo o bien se opondría a “cambios radicales”, que pudieran afectar.

En los casos del Brexit o de las elecciones españolas pesa este elemento conservador asociado a la edad y al miedo a un cambio radical, pero también hay una memoria histórica vinculada a un pasado al que no se quiere retornar (la España antes de la UE) o a uno al que se desea retornar, como es el caso de la Gran Bretaña “autosuficiente” del Commonwealth.

Trump, en cambio, en términos de conservadurismo es una ambigüedad. Para algunos analistas, como Javier Solana o Robert Mathews, el actual presidente estadounidense encarna un fuerte conservadurismo, centrando su discurso y su plan de acción en volver el tiempo atrás y terminar con los “daños” que supuso la globalización a la clase trabajadora norteamericana y al establishment más tradicional. Pero para otros analistas, como Beatriz Díez o Evan Tracy, Trump representa una ruptura contra la clase política tradicional, entre la cual el electorado ubicaría a la “dinastía Clinton”. Tampoco se ha pronunciado una mayoría electoral, ya que en números ganó Hillary Clinton, pero Trump la superó en electores. Ahora, en donde hay consenso, es en que muchos norteamericanos y norteamericanas mayores sintieron el llamado a volver a un pasado industrial glorioso, “make America great again”.

Entonces es posible avanzar al caso argentino considerando que, en gran medida, hubo un duelo entre generaciones, y que una de ellas se caracteriza por un fuerte elemento conservador, proveniente de una etapa del trayecto vital.

Cuando hablamos de generaciones preferimos hablar, como indican Carmen Leccardi y Carles Feixa (2005) de constelaciones generacionales cruzadas atravesadas por procesos sociales complejos que definen perfiles en sus experiencias vitales y sus preferencias. Puede decirse que quienes hoy tienen menos de 30 años, se alimentan de las generaciones T (por Tribu Urbana) y R (Por Red), según la clasificación de Feixa, en un artículo denominado “Generación xx. Teorías sobre la juventud en la era contemporánea.” Son dos generaciones que tienen en común la priorización de la defensa de los derechos individuales y sociales junto a la condena a las corporaciones y la globalización pero, que a su vez, descreen en forma creciente de la representación de los partidos políticos.

Inversamente, las otras generaciones anteriores, suelen ser clasificadas como más conservadores. Pero en especial para la generación de los mayores de 50 que en su socialización política primaron las ideas vinculadas a la defensa y el sacrificio. Son generaciones más propensas a aceptar el cierre de fronteras – internas y externas – como medio de preservar sus condiciones de vida socioeconómicas, a la vez, que aceptan la “necesidad” de “hacer sacrificios” en torno a la estabilización macroeconómica. Para esta generación, puede ser más “cómodo” el argumento de la culpa del gobierno anterior y la necesidad de “pagar la factura” en la actualidad.

A su vez, esta franja etárea mayor de 50 años, se informa más a través de medios tradicionales como la TV abierta o la radio; mientras que la generación R, debe su nombre a utilizar nuevas tecnologías y sopesar continuamente diferentes fuentes de información. Las anteriores generaciones son más fieles a un canal, a un periodista, a un multimedio. Y, además, siempre que pueden, votan. 

El caso de Argentina. La derrota del kirchnerismo, en noviembre de 2015, no sólo se dio por escaso margen (Macri 51,3%; Scioli 48,7%; una diferencia de 2,6%) sino que fue el primer ballotage con todas las posibles polarizaciones que se pudieran despertar en la opinión pública. Aún hay muchas variables a considerar, pero podemos avanzar en una: el grupo etáreo. Y, como vimos en las elecciones presidenciales de España y de Estados Unidos o en el referéndum por el Brexit, encontramos del lado de quienes perdieron a los y las jóvenes, la generación del milenio como se les conoce en muchos ámbitos. Inversamente, los mayores de 50 años jugaron para el lado de los ganadores. Aunque la edad es un factor complejo que agrupa muchas cosas es un buen punto de partida.

En base a ello, y observando la composición demográfica del país, donde claramente se ven señales de envejecimiento de la población, (CELADE/CEPAL, proyecciones poblacionales), y observando los datos podemos apreciar que el grupo de 30 hasta 50, representa el grupo de mayor proporción poblacional, seguido del de 50 años y más; por sobre el grupo de 16 a 29.

Si “modelizamos” que cada grupo participa activamente en los procesos electorales, obviamente los adultos y adultos mayores tienen mayor peso de representación electoral.

Con respecto a nuestra variable observada, los datos de la boca de la primera vuelta son reveladores. Hay una clara diferencia de las preferencias electorales en base a la edad. A tal punto que los votantes menores de 30 años hubiesen hecho ganar a Scioli en la primera vuelta (muestran una preferencia de 41,8% sobre el 29% de Macri). Tiende a disminuir en el grupo de 30 a 50, pero mantiene una diferencia mayor al promedio, pero ya en la primera vuelta, los mayores de 50 años dan una victoria categórica a Macri, del 40,9 a 31,2%.

Luego, al observar la segunda vuelta, nuevamente el candidato del FPV gana en la franja etaria hasta 30 años, muy leve en la franja de 31 a 50 años, mientras que los mayores de 50 años, votaron masivamente por Macri, alcanzando casi el 60% de los votos.

A un año del año del ballotage podemos observar:

***Un corte generacional que se profundizó en los últimos años y se aprecia claramente en las elecciones 2015, tanto en la primera vuelta como en el ballotage (situación que no había sucedido en las elecciones presidenciales 2003, 2007 y 2011).

***La impronta de las generaciones alberga explicaciones sobre los resultados electorales de España, Estados Unidos y la consulta del Brexit.

***El envejecimiento de las poblaciones y la búsqueda “conservadora” de las generaciones adultas mayores.

El voto hacia el candidato kirchnerista, basado en estudios de grupos de discusión (Ipar, Baravalle entre otros), se argumentó en la apreciación positiva de su capacidad de incorporar población ampliando derechos y curiosamente valorando en positivo la capacidad de conflictuar a los grupos económicos, y su capacidad de politizar sus decisiones, a partir del compromiso colectivo expresado en la movilización política callejera. Obviamente se constituyeron en los elementos más cuestionados por los votantes macristas, principalmente en la población mayor de 50 años.

Participan de marchas, expresan sus opiniones y denuncias por Internet, disfrutan y promuevan la hibridación cultural, pero se muestran renuentes a la representación política tradicional. El voto en blanco de los menores de 30 en la segunda vuelta en las elecciones presidenciales en Argentina es más del doble de los de las otras franjas etáreas. En el caso argentino, esta franja de jóvenes se muestra con gran rechazo no sólo a aquellas medidas que suponen algún impacto negativo en sus condiciones de vida sino también en relación a regresiones en torno a valores más asociados a los Derechos Humanos y a la democracia.

Se han difundido estudios de las consultoras Poliarquía, Isonomía y Management & Fit sobre la imagen de gestión del gobierno de Mauricio Macri en franjas que van desde Abril de 2016 hasta el mismo mes de 2017 (La NACION, 30/04/2017). Los datos de la consultora Poliarquía dan cuenta de la importante baja en la imagen positiva del presidente. Esta caída es más evidente entre la población joven, pero también muestran cómo el grupo de 50 años o más logra revertir parcialmente esa tendencia.

Distribución por edad de quienes a mediados de 2016 y 2017 aprobaban la gestión de Mauricio Macri
Gráfico 1: Distribución por edad de quienes aprueban la gestión de Mauricio Macri
Fuente: Management & Fit, La Nación.

Es interesante observar la evolución de estas mediciones. El Gráfico anterior muestra una importante polarización. Cuando en noviembre de 2016, la gestión de Mauricio Macri parecía estar en su momento más bajo de aprobación para quienes tienen los 18 a 29 años; entre los adultos mayores estaban en su segunda medición más alta de la serie. A su vez, si observamos el gráfico 2 (teniendo en cuenta que se trata de fuentes distintas) puede verse que en un período cercano a noviembre de 2016 – el mes siguiente – la aprobación era pareja para los que tenían menos de 40 años y los que tenían 40 y más. En Abril de 2017, la tendencia de imagen positiva se redujo drásticamente para los de menos de 40 años. Justamente, el 1 de abril se dio una marcha “autoconvocada” en apoyo de la gestión de Macri, frente a supuestos “intentos golpistas”. Un dato no menor es que las imágenes de TV mostraron una importante mayoría de adultos mayores. Inclusive en el programa Animales Sueltos del 6 de abril, el conductor Alejandro Fantino se lo señaló al ministro de Educación Esteban Bullrich. “(…) algo que me llamo la atención. Que hubiese poca pendejada”, le advirtió el hombre de los medios.


Nuevamente, las mismas coordenadas que se advirtieron en otros países pueden ser utilizadas para el caso argentino. Aunque en el caso de las elecciones argentinas, hay obligatoriedad de voto. Pero además las diferencias generacionales se entrecruzan con experiencias diferentes: el divisor puede ser la crisis de 2001 y la apreciación de lo que puede llegar a impactar a los jóvenes una profundización del neoliberalismo en la Argentina. Para los jóvenes argentinos, como la inmensa mayoría de jóvenes de los países seleccionados, comienza a mostrar conductas particulares.


Algunas ideas. Empezar a considerar la edad como un factor de incidencia no sólo a la luz de los datos presentados sino también porque hay un marco poblacional de mayor envejecimiento. Comparativamente la población de adultos mayores en los padrones electorales va a tender a ir creciendo. A su vez, en países noratlánticos, la falta de participación de los jóvenes en las elecciones acrecienta esa tendencia.

La irrupción de dos “generaciones” con paradigmas opuestos en el uso de la información y la concepción de la política, la cual se refuerza en una generación adulta mayor con tendencias a un mayor conservadurismo que se consolidaría por la vía de elecciones formales, frente a una población más joven que tiene una tendencia de política más basada en el movimiento y la vigilancia de los derechos sociales, políticos y humanos.

Es probable que a la luz de la información, aunque limitada, en el caso argentino estemos presentes ante una “grieta” más en la disputas de las hegemonías discursivas del país y donde por primera vez desde que se puede ampliar la información electoral, se aprecia claramente un voto y una intención electoral, fuertemente diferenciada por las generaciones.

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