10/28/2016

"la verdad os hará libres" (Jn 8,32). y competitivos (Mau 9,33) ...



Victoria Vanucci, Mauricio Macri, Luis Majul y Matías Garfunkel comparten el dudoso concepto de la verdad como lo opuesto a la mentira, sin claroscuros. Pero hay realidades: El desempleo no deja de aumentar desde el 10 de diciembre, y Vanucci- Garfunkel son responsables del vaciamiento de medios de comunicación, y de que una cantidad importante de gente de prensa esté sin trabajo.

Alguna vez Victoria Vanucci fue una tenista que aspiraba a sex symbol y que coqueteaba con actores y futbolistas para andar después por la tele contando intimidades más o menos vergonzantes. Un ambiente, el de la farándula, en el que nunca terminó de encajar por una cualidad que hoy parece estar en la cresta de la ola: la sinceridad. Victoria lo decia todo, incluso hasta un poco más.

Su falta de escrúpulos, su espíritu arribista, su predisposición a hacer lo que sea necesario por un lugar en el mundo donde no falten las tarjetas de crédito VIP, forma parte del ideario de ese grupo de muchachas a las que se conoce como “vedetongas”. Ellas, en sus declaraciones, se presentan como personas que defienden valores de vieja data. El caso límite fue Wanda Nara, quien se hizo famosa por haberse confesado virgen. Pero son habituales los reclamos de lealtad, de sencillez, participan, mayoritariamente de palabra, de aquellas causas que no generan polémicas, juran sentir amistad y respeto por sus colegas y sueñan con formar una familia. Mientras tanto, hacen de las suyas, porque ese es su oficio; luego se arrepienten, buscan justificarse, solicitan que los jueces televisivos –que son unos cuantos- las comprendan y las perdonen. Son buenas en el fondo. Vanucci no, y tal vez no sea casual su reaparición en variadas poses por estos días.

Por una parte, resucitó una serie de fotos hechas hace seis años (según declara ella misma) vinculadas a la violencia de género. Lo dudoso de esa adscripción (no encaja mucho la foto de Vanucci azotando a un tipo desnudo), decidió rescatarlas y subirlas a Twitter en la semana de la marcha de Ni Una Menos. Pocos días después hizo circular otra serie de fotos junto a su esposo, el empresario (sic) Matías Garfunkel, posando con las supuestas presas cazadas por la pareja durante un safari.

No miente Vanucci. Se saca fotos y las muestra, va de cacería y todo el mundo se entera. No se le escapa que la problemática de género nada tiene que ver con los rituales sado y que hay una extendida repulsa a la caza deportiva. Pero es sincera. Que parece ser el gran valor de estos tiempos.

Llegó el momento de decir la verdad, repite el presidente como un mantra. El INDEC dice ahora la verdad, todas las denuncias que se hacen desde el gobierno son dadas por buenas por una parte importante de la prensa. Baste como ejemplo todas las falsedades en torno a Milagro Sala escupidas por Gerardo Morales en el programa de Majul sin que hubiera ni chequeos ni repreguntas.

El concepto de verdad que maneja el oficialismo se parece al de Vanucci: la verdad es lo opuesto a la mentira y no se hable más. Yo soy la verdad porque los otros son la mentira y se acabó. Todo es muy simple. El claroscuro es cosa de la jactancia de los intelectuales. Si se lidia entre los polos únicos de la verdad y de la mentira, la duda no tiene nada que hacer allí. Por eso Majul no repregunta. Morales y él forman parte del partido de la verdad, Morales Solá dice en uno de sus editoriales que “nada perverso puede esperarse del presidente”. Son de la misma estirpe, los sinceros. Los que van felices a los rituales del blanqueo de plata negra, operación moralmente bautizada como “sinceramiento”, otra palabra que no se les cae de la boca a los funcionarios oficialistas.

Sinceridad de la misma clase que la de Vanucci, aunque vengan de distintos lados. O en realidad Vanucci aprendió de los Macri, los Aranguren, que hay que declararse del lado de la verdad y que con eso alcanza.

Claro que todo esto sería muy abstracto si no fuera que el dúo Vanucci-Garfunkel es responsable del vaciamiento de varios medios, lo que tuvo como consecuencia que una cantidad importante de gente de prensa se quedara sin trabajo. Eso también es otra verdad, como lo es el desempleo creciente desde el 10 de diciembre. Pero no se exhibe como tal. Una verdad se disfruta: la del ejercicio del poder, la de la malversación de causas valiosas, en definitiva, aquella que demuestra que algunos hacen lo que quieren, y no importa nada más que el propio deseo y los propios intereses. La otra verdad sólo se sufre y no tiene lugar para mostrarse.

La verdad oficialista es una verdad sin ética. Una verdad que enuncia la realidad tal cual se quiere que sea, como una plataforma para el propio deseo social pero nunca como un problema. La verdad no interpela, se la reduce a funcionar como un comodín de la voluntad.

Buenos Aires, 22 de octube de 2016

*Periodista y escritor

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