Con el telón de fondo del 20N, la dinámica y complejidad de la nueva coyuntura de fragmnentación sindical abierta en el país debe ser reconceptualizada como nuevo dato, sin ideologismos anacrónicos , que nada aportan al análisis.
Así como el análisis político se pregunta si la fragmentación
partidaria es más eficaz que la unificación para que la oposición
argentina maximice su cantidad de votos en las próximas elecciones
legislativas, es válido preguntarse si la existencia de muchas
“centrales sindicales” incrementa la conflictividad laboral. Ya tenemos
un primer dato: a partir de que se ha fragmentado el mapa del liderazgo
sindical, y manteniendo relativamente constantes las demás variables, el
pasado 20 de noviembre el kirchnerismo sufrió su primer paro laboral
nacional.
Esto, cabe aclarar, ocurrió después de casi diez años de gobierno
kirchnerista sin paros –a excepción de la huelga simbólica en protesta
contra el asesinato del sindicalista docente Carlos Fuentealba en
Neuquén, A diferencia del resto de los presidentes democráticos desde
1983, Alfonsín, Menem y De la Rúa, los Kirchner nunca habían sufrido
paros generales. La explicación puede ser muy simple: sus gobiernos
fueron los más cercanos al sindicalismo y sus reclamos.
La alianza entre kirchnerismo y sindicalismo no terminó. Es cierto
que, a partir de la ruptura con el líder sindical Hugo Moyano, la
conducción sindical está más dividida. En lo formal, sigue habiendo solo
dos centrales sindicales reconocidas por el Ministerio de Trabajo: la
histórica Confederación General del Trabajo (CGT), y la más joven
Central de Trabajadores Argentinos (CTA), una escisión surgida en los
primeros tiempos del menemismo.
Pero en los hechos, como sabemos, ambas centrales sufren sendas
crisis de gobernabilidad, atravesadas por la cuestión de la adhesión vs.
el rechazo al kirchnerismo. Así, tenemos cinco polos sindicales: tres
dentro de la CGT –liderados respectivamente por Antonio Caló, Hugo
Moyano y Luis Barrionuevo- y dos dentro de la CTA –liderados, a su vez,
por Hugo Yasky y Pablo Micheli. Caló y Moyano en la CGT, y Yasky y
Micheli en la CTA, reclaman ser los legítimos secretarios generales,
aunque el estado avala a los primeros en cada caso; Barrionuevo, por su
parte, lidera una suerte de “corriente interna rebelde” de la CGT pero
no pretende personería jurídica.
Decíamos que las variables siguen relativamente constantes, porque la
ruptura con el moyanismo no incrementó en forma sustancial el volumen
del sindicalismo disconforme, que ya existía con anterioridad. Como
vemos en el gráfico adjunto, los polos oficialistas (CGT Caló + CTA
Yasky) hoy representan al 71% de la masa de trabajadores afiliados, y
los opositores (CGT Moyano + CGT Barrionuevo + CTA Micheli) al 29%. El
más importante de los sindicatos de este sector, que es UATRE –el gremio
que más creció en cantidad de afiliados durante la etapa kirchnerista-,
ya formaba parte de la oposición al kirchnerismo por lo menos desde el
año 2008, y antes también; tampoco es nueva la posición antikirchnerista
de los líderes de La Bancaria –el único sindicato importante que hoy
está conducido por un militante radical.
Sin embargo, y esto se puso de manifiesto en el paro de esta semana,
con el pase de Moyano a la minoría antigobierno y la emergencia de la
conducción disidente de Micheli, este sector sumo a dos líderes con
capacidad de acción pública, algo de lo que carecía. Asimismo, ahora
encontramos a algunos de los sindicatos con mayor "poder de fuego" en
los conflictos. De hecho, buena parte del impacto del paro no residió en
el ausentismo voluntario, sino más bien en el inducido por los 160
cortes y bloqueos de rutas y caminos que, según datos de la Policía
Federal, se registraron en todo el país. Fue también importante la
adhesión al paro de la Federación Agraria. Y un protagonista no menor de
la jornada fue la izquierda más dura, como la del Polo Obrero y otros
grupos piqueteros vinculados a partidos trotskistas, que son débiles en
las urnas pero se desenvuelven con eficacia en las calles; algunos de
los accesos más importantes a la Capital fueron bloqueados por ellos.
¿Qué fue lo que cambió, en noviembre de 2012, para que se concretase
esta primera acción gremial contra el kirchnerismo, en manos de grupos
tan heterogéneos? En la respuesta, hay más política que economía.
Uno de los temas principales de la protesta fue el rechazo al pago de
impuesto a las ganancias por parte de los trabajadores con salarios más
altos. Se trata de un reclamo justo pero, hay que aclarar, no es un
tema nuevo. El timing del reclamo hay que asociarlo más al hecho de que
los sindicalistas opositores ahora encontraron mejores referencias
políticas, y que el rechazo al kirchnerismo logró unir a socios
impensados.
Volviendo a la pregunta inicial: ¿la fragmentación incrementa o
diluye el conflicto laboral? Una posición conocida, que de hecho es uno
de los fundamentos del modelo sindical argentino, sostiene que los
trabajadores agremiados tienen mayor capacidad de acción -y de presión
sobre sus empleadores- cuando se encuentra unificado. Sin embargo, para
el tipo de protesta sindical que tuvo lugar el 20N, la fragmentación
resultó funcional: de otra forma, todos estos sectores tan diferentes,
no hubieran podido coincidir. Hay que ver, de todos modos, cómo impacta
esta mayor fragmentación del liderazgo sindical en las negociaciones
salariales de principios de 2013. Recordemos que los manuales dicen que
la coordinación, y no la fragmentación, sube la pauta de aumentos
salariales. Veremos.
1 comentario:
solo ATE tiene 220 mil...
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