1/02/2009

papá, papito...

... No siempre empleaba mi padre la fiesta, el alimento y la caricia; por sobre todo, lo privaba de comida y no se cuidó de educarlo verdaderamente. El mono huyó, refugiándose en la palmera, como el hijo vuelve a la madre. Bajaba sólo para hurtar o para tomar la comida que la compasión de alguien le hubiese dejado al pie de su vivienda. Vivió solo, tal como se veía la copa raquítica del árbol en su altura. Se puso huraño y meditabundo, torpe para todo lo que no fuera procurarse el sustento. Quizás por malhumor -porque el invernáculo anunciado nunca se construyó- mi padre hizo limpiar de vegetales todo el sector donde se estiraba lentamente, como un suspiro nostálgico, la palmera. Cayeron palmera y mono, y el mono se escondió entre algunos cajones y baúles hasta que los perros, enardecidos por la sangre de un pollo que dio degollado unos pasos agónicos, se le echaron encima sin que nadie se los impidiera. Yo no soy el mono, pero también, por orden de mi padre, a causa de infracciones leves, en la niñez muchas veces tuve prohibido el acceso a la mesa. No tengo palmera, sin embargo hice de mi casa una palmera, mejor dicho, de los cuartos y de los cuadros de tierra que podían serlo, de algún paseo, de algún libro y de algún amigo
Antonio Di Benedetto: Texto completo acá

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