Tres apuntes sobre pandemia, Estado y democracia – Por Eduardo Rinesi
Eduardo Rinesi reflexiona en esta nota sobre tres ejes cruciales atravesados por la pandemia: el problema que implican las valoraciones de los distintos actores de nuestra sociedad con relación a la necesidad de un Estado democrático; los modos de producción de las industrias de producción de alimentos y medicamentos, y finalmente el desafío de constituir políticamente la identidad de un sujeto mayor del que formamos parte: la humanidad.
Por Eduardo Rinesi*
(para La Tecl@ Eñe)
Estado y democracia
Por todos lados y en todos los puntos del espectro de las posiciones ideológicas que conviven en nuestras sociedades, salvo quizás en algunas zonas muy precisas de los márgenes izquierdo y derecho de esa banda, la discusión política está habitada desde hace tres meses no solo por la comprensión de que de esta crisis sanitaria y social que atravesamos no habremos de salir sin “más Estado” sino incluso por la demanda de esa mayor presencia del Estado en nuestras vidas. Por supuesto, esa demanda de “más Estado” plantea un conjunto de problemas, porque nada es menos simple que lo que nombra esa palabra, Estado, que hoy vuelve a aparecer en nuestra lengua con bastante menos reticencia que hace poco tiempo. Pero que no pocas veces se presenta de modos que tienen todos los motivos para resultarnos inquietantes. La demanda de Estado, en efecto, es, para muchos de los actores sociales que la levantan, una demanda de más ejecutividad, de más eficacia del Estado, y no necesariamente la demanda de un Estado que, al mismo tiempo que más activo y más presente, sea también más democrático. Ese, un Estado más democrático, es sin embargo el Estado que hoy necesitamos, y eso quiere decir que necesitamos un Estado que promueva y garantice un conjunto de bienes públicos cuya evaluación (esto es parte del problema) es muy diversa entre los distintos actores que conviven en nuestra sociedad, y entre los cuales me gustaría indicar, solo para mostrar la complejidad del asunto, tres. Uno: el bien (liberal) de la defensa de la posibilidad de los ciudadanos de no sufrir limitaciones a su libertad. ¿Pero qué hacer cuando el modo en que más de cuatro quieren ejercer esa libertad pone en peligro cierto a los demás? Dos: el bien (democrático) de la defensa del derecho de los ciudadanos a participar en la discusión de los asuntos públicos. ¿Pero cómo garantizar ese derecho cuando al mismo tiempo la salud de esos mismos ciudadanos requiere que todos estén aislados en sus casas? Tres: el bien (republicano) de la soberanía popular. ¿Pero qué hacer cuando tan pronto como se toma una adecuadísima y justa medida en su defensa vuelven a activarse en el país los más primarios resortes de la alarma general frente al peligro de que algo se mueva en el reparto de los privilegios y las exclusiones?
Ciencia y política
No deja de transmitir tranquilidad la reiterada afirmación del presidente de la nación, en cada uno de los discursos que desgrana cuando habla sobre la pandemia, de que está haciendo “lo que los que saben dicen que hay que hacer”. Cualquier mirada comparativa a los mapas que nos muestran los noticieros de la noche nos mueve al agradecimiento por esa atención a lo que dicen “los que saben”. Sin embargo, habría que evitar que nuestra angustia y nuestro deseo de que todo esto se termine de una buena vez nos lleven a mirar a esa figura de “los que saben” de manera muy sesgada. Quizás valdría la pena distinguir tres grandes grupos de personas que “saben” un montón de cosas sobre esta pandemia. Uno, el de los que saben cómo evitar el descontrol de los contagios, cómo “achatar la curva”, cómo “preparar el sistema”, cómo curar a los enfermos. Otro, el de los que saben cuáles son las causas de esta pandemia, de algunas otras, anteriores, y de algunas otras, posteriores, que parece que sin duda van a producirse si no se opera sobre esas causas, que parece (dicen los que saben) que tienen que ver con los desarreglos ambientales derivados de los modos en los que la humanidad viene produciendo desde hace tiempo su alimento. Y otro, el de los que saben cómo fabricar “la vacuna” que demasiados discursos tienden a identificar cándidamente con el fin de todas nuestras desdichas. Fetichismo de la razón farmacológica cabalmente complementario del de la razón económica con la que seguimos destruyendo las posibilidades mismas de la vida humana en el planeta. Si nada cambia en los modos en los que se fabrican, se venden y se compran las vacunas en el mundo, el día en que por fin “tengamos la vacuna” las cosas solo se habrán aliviado para algunos. Si nada cambia en los modos en los que producimos nuestros animales y el forraje para nuestros animales, después de esta pandemia vendrá otra. Eso no será una mala noticia para todos: a la industria farmacéutica le seguirá yendo cada vez mejor, pero nosotros pasaremos los años que nos quedan haciendo (en el mejor de los casos: si seguimos teniendo un gobierno tan bueno como el que tenemos) lo que nos dicen los que saben cómo hacer para evitar que nos muramos muchos más.
Escalas
El carácter mundial de la crisis que atravesamos plantea una tensión evidente con el alcance nacional de las medidas que pueden adoptar los más eficaces y poderosos actores con los que contamos para conjurarla, que son –ya quedó dicho– los Estados nacionales. Pero la escala “nacional” no es solo la de las medidas de política pública que pueden y deben adoptar los Estados de los países en los que se organiza la convivencia de los hombres y las mujeres en el mundo, sino también la de las escenas en las que puede organizarse la discusión entre esos hombres y mujeres y la formación de la “opinión pública” que resulta de esa discusión. Políticas públicas nacionales, opinión pública nacional: la idea de “lo público” está organizada, en los tiempos que solemos llamar “modernos”, a la escala de las naciones-Estados que tenemos, y eso plantea un problema cuando los problemas que debemos enfrentar tienen, como es el caso de la pandemia que hoy preocupa al mundo, una escala manifiestamente otra. Jürgen Habermas dice por ahí que una sociedad democrática debe estimular el diálogo entre los tres vértices del triángulo que forman los que gobiernan, “los que saben” y la opinión pública ciudadana. Uno de los desafíos que nos plantea esta pandemia es el de pensar cómo organizar una “opinión pública” más-que-nacional, internacional, trasnacional, en condiciones de plantearse con eficacia (y con capacidad para incidir en los comportamientos de los actores –también, es obvio, más-que-nacionales– que toman las decisiones que importan en el mundo) los grandes problemas y las grandes soluciones que reclaman esos problemas que enfrenta hoy la humanidad. Esta última palabra es tal vez la gran conquista que nos deje toda esta situación tan desgraciada. No es nueva, claro, pero la forma nacional-estatal de organización de nuestras vidas suele hacernos imaginar nuestras identidades a una escala más local. Nos pensamos como ciudadanos y ciudadanas de nuestros países, nos imaginamos integrando grandes colectivos nacionales. Es bastante más que nada. Pero tal vez haya llegado la hora de pensar cómo constituir políticamente la identidad de este sujeto mayor del que esta pandemia nos enseña que formamos parte de modo incontrastable y quizás primario: la humanidad.
*Filósofo y politólogo
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