Ensayo sobre instituciones, prácticas y socialización
Por David Álvarez
Por David Álvarez
Foucault cataloga las “tecnologías del yo” como una categoría más dentro del conocimiento que el ser humano ha creado sobre sí mismo; un saber que implica no sólo aprender y conocer cosas sobre “el yo”, sino también la capacidad de poder modificarlas a través de la adquisición de habilidades y actitudes. Foucault se remonta a los 2 primeros siglos antes de Cristo, en que la filosofía grecorromana (y más adelante la espiritualidad cristiana) constituyen el conocimiento del sí mismo como principio fundamental. Platón decía que la “principal actividad en el cuidado de sí” (Foucault, 1990, p. 26) es preocuparse por el alma. Y para ello, debemos conocer el alma a través de la contemplación de su “reflejo divino”.
Para llevar a cabo esta contemplación, Foucault plantea una clasificación de varias “técnicas”, que son las cartas, el examen de conciencia (de sí mismo), la askesis (consideración progresiva del yo) y la interpretación de los sueños. Respecto a la primera técnica, la mecánica consiste en redactar “notas sobre uno mismo que debían ser releídas, escribir tratados o cartas a los amigos para ayudarles, y llevar cuadernos con el fin de reactivar para sí mismo las verdades que uno necesitaba” (Foucault, 1990, p. 27).
Si cambiamos los pergaminos y manuscritos por los sistemas de gestión de contenidos CMS, no veo estos ejercicios muy alejados de prácticas comunes hoy en día en los Sistemas de Redes Sociales (SRS en adelante), en donde verbalizamos nuestra cotidianeidad y la ponemos en común con nuestra red social. Llama la atención que Foucault habla incluso de la idea de prestar atención al “estado de ánimo” , una herramienta que algunos SRS incluyen por defecto.
Además, cabe destacar el énfasis que ponían los filósofos griegos en esa cotidianeidad. Foucault habla de “la nueva forma de experiencia del yo […], cuando la introspección se vuelve cada vez más detallada. Se desarrolla entonces una relación entre la escritura y la vigilancia. Así́, se prestaba atención a todos los matices de la vida, al estado de ánimo, a la lectura y la experiencia de sí se intensificaba y ampliaba en virtud del acto de escribir” (Foucault, 1990, p. 27).
¿Acaso la ristra de posts que subimos a nuestras cuentas no es, según los casos, una sucesión de “matices de la vida”? Desarrollamos una “vigilancia” constante de nuestra propia vida, que voluntariamente damos a conocer (confesamos) a todo nuestro círculo social (cercano y lejano). Lo habitual en redes sociales además no es (sólo) hablar de eventos destacados en la vida de las personas (¿hemos cumplido un sueño? ¿nos hemos enamorado?), sino que anotamos pequeñas anécdotas del día a día que van dando cuenta de nosotros mismos a los demás. Estos pequeños “matices de la vida” (relacionados muchas veces con la manera que tenemos de consumir nuestro tiempo de ocio) nos dan una dimensión social: pienso en esas personas que cuelgan la foto de un gin tonic de pepino con filtros de Instagram en un restaurante de plato cuadrado; las que se hacen un selfie viendo el Madrid-Barça en el Bernabéu; o los que envían un tweet desde un macro festival indie en el momento álgido del concierto del enésimo grupo alternativo de los 90s que se ha reunido para la ocasión; etc.
Más que dimensión social, casi me atrevería a decir dimensión socio-económica. Porque estos datos intrascendentes, consciente o inconscientemente, nos clasifican no sólo en un perfil social determinado, sino también dentro un grupo u otro de consumidores (a fin de cuentas, vivimos en una sociedad de consumo). De hecho, creo que hay una tendencia más alta de mostrar un mayor interés (reflejado en el número de likes) hacia estos pequeños “matices” relacionados con nuestro tiempo de ocio, comentarios ligeros o fotos teóricamente intrascendentes de productos de consumo, que hacia los debates más políticos (de cierta profundidad), denuncias sobre problemáticas sociales , o simplemente reflexiones más intensas. Aunque no he hecho un estudio cuantitativo al respecto, al menos así parece que ocurre dentro de mi círculo de amigos de Facebook.
Al final acabamos creando una “narrativa” de nuestras vidas. De hecho, Facebook toma todos estos datos y ofrece a sus usuarios un servicio de askésis (consideración progresiva del yo), en el que puedes ver “la película de tu vida” a través de una recopilación de los “mejores momentos” de tu timeline (La Información, 2014). De este modo, puedes “recuperar la memoria” a través de las fotos y publicaciones que has ido publicando, y analizar tu historia virtual y los progresos de tu propio yo mediante lo que Facebook (o más bien, tu red de contactos a través de sus likes) considera son tus highlights.
Aquí va una anécdota personal: conocí Facebook en 2008, a través de una persona que trabajaba en Bruselas en la Comisión Europea. Me lo presentó como una herramienta para mantener el contacto con sus colegas de trabajo, “aunque algunas personas también lo utilizan como forma de exhibicionismo emocional” o para subir las fotos de sus borracheras en la plaza de Luxemburgo. En aquel momento no pude entender cómo alguien podía sentir la necesidad de exhibirse de esa manera en público, hasta que (pocos) años después me sorprendí a mi mismo publicando comentarios y opiniones personales, y por supuesto, también fotos. Yo también caí en las redes de Facebook, lo reconozco. Y ahora estoy en pleno proceso de desintoxicación.
Si alguien nos hubiera dicho que el CESID tenía archivos con nuestros perfiles incluyendo sexo, edad, lugar de residencia, formación académica, trabajo, situación sentimental, relaciones familiares, ideología, religión, etc. nos habríamos echado las manos a la cabeza. Y sin embargo, no nos duelen prendas en dar nosotros mismos esos datos a una multinacional extranjera que además no nos da ninguna garantía del uso que va a hacer con esos datos. ¿Por qué sentimos esa necesidad de pregonar a los cuatro vientos algunos aspectos de nuestra intimidad? Este punto me recuerda a la reflexión que hace Foucault sobre la carga liberadora del “examen de conciencia”: ¿será que percibimos un sentimiento purificador cuando desvelamos determinados aspectos de nuestra vida? A través de este examen del yo, ¿soñamos con dormir bien y tener buenos sueños que nos acerquen a los dioses, como dicen los pitagóricos? (Foucault, 1990, p. 30).
En el fondo, a través de las confesiones que realizamos mediante los SRS pienso que llevamos a cabo una exagouresis (renuncia al propio yo). Al verbalizar nuestros pensamientos y ofrecérselos a la “masa” que es nuestra red social, esperamos un juicio de valor por parte de la sociedad (o al menos, de la pequeña muestra que representan nuestros contactos) y una aceptación. Aunque aquí encuentro una gran diferencia frente a la obediencia monacal de la que habla Foucault en la que “no existe un solo elemento en la vida del monje que escape a esta relación fundamental y permanente de obediencia total al maestro” (Foucault, 1990, p. 37). Y es que en el caso de los SRS somos censores plenipotenciarios de nuestro yo; a fin de cuentas, en última instancia siempre elegimos lo que publicamos, y desde qué punto de vista lo publicamos. Y si es feo, le añadimos filtros. De este modo, nos ajustamos, modulamos nuestra personalidad de acuerdo a los estándares que nos exige la sociedad.
Referencias bibliográficas
Foucault, Michel. (1990) Las tecnologías del yo. Barcelona. Paidós.
La Información (2014). Cómo hacer una película de tu vida en Facebook. Recuperado el 30 de octubre de 2014 de http://internet-y-ordenadores.practicopedia.lainformacion.com/facebook/como-hacer-una-pelicula-de-tu-vida-en-facebook-20859
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