11/26/2019

sobre la violencia gradual



Por Sergio Toro Maureira y Macarena Valenzuela Beltrán





La normalidad previa al 18/O era, para muchos, angustiante y violenta. De hecho, los autores de esta columna de opinión sostienen que “el repudio” a regresar a esa normalidad es de los pocos temas presentes en todas las marchas. Citando a Rob Nixon, los autores definen esa normalidad como “violencia gradual”: una violencia “sin shocks relevantes ni noticias escandalosas, fuera de los focos, cotidiana, pero altamente corrosiva para quien la sufre”. En ella jugó un rol central el mercado, que creó anhelos de consumo inalcanzables en un país de salarios bajos.

“La normalidad es violenta”. Así decía uno de los tantos graffitis escritos en las paredes de la Universidad Católica, luego de una manifestación y posterior acción de las fuerzas especiales en el campus San Joaquín. Como muchas otras frases similares en el marco de estas movilizaciones, dicho graffiti evidencia una creciente conciencia individual y colectiva sobre los pesares que durante años ha atravesado la vida cotidiana de los chilenos.

El rechazo de muchos y muchas al llamado de la autoridad de volver a la otrora rutina del país, es reflejo de un doloroso agotamiento que ha estado gestándose por décadas, y que refiere al hecho mismo de la existencia al interior de un sistema intensamente deshumanizante, que ha dejado marcas profundas en las historias de una importante fracción de los chilenos. Es probablemente por lo transversal de este agotamiento, que el repudio al regreso a esta “normalidad” propia de un par de semanas atrás, se ha transformado en un eje estructurante – quizás de los pocos que existen- en casi todas las marchas, manifestaciones y confrontaciones callejeras.

“La violencia gradual tiene un efecto directo sobre las comunidades. La destrucción de las formas de vida, de sus condiciones ambientales, de su habitabilidad, conducen a la reproducción de una población “excedente” definida como “sacrificable” por el modelo”.COMPARTIR CITA

Hoy no existen respuestas claras sobre las causas del estallido social del país, ni menos sobre por qué este estallido ha escalado en un enfrentamiento con Carabineros, destrozos en los servicios públicos y saqueos en las grandes tiendas e instituciones comerciales.

Aquí argumentamos que la radicalización de la violencia es producto de un tipo de sociedad que se rebela de manera explosiva y desarticulada ante un tipo de violencia particular inducido por el modelo subsidiario que actuó de manera silenciosa, poco perceptible, pero con efectos altamente corrosivos del tejido social del país. Un modelo de violencia que Rob Nixon llamó violencia gradual.

QUÉ ES LA VIOLENCIA GRADUAL

Violencia gradual (slow violence) es un concepto de la ecología y estudio ambiental acuñado por Rob Nixon el año 2011. Su libro Slow Violence and the Environmentalism of the Poor, muestra que el modelo de desarrollo neoliberal ha provocado un tipo de violencia paulatina que se dispersa con el tiempo, pero que genera un desgaste constante en determinados grupos de la población. Este tipo violencia es provocada por la aplicación del modelo de desarrollo capitalista que se basa en la desprotección social de la población y que genera víctimas que enfrentan los efectos negativos de la modernidad, de una manera difusa, retardada en el tiempo, pero altamente corrosiva para los sectores más pobres.

“Esta resistencia a la normalidad es una rebelión contra la violencia gradual y progresiva de muchas de las instituciones que rigen la cotidianeidad del país”.


Para el autor, la violencia gradual tiene un efecto directo sobre las comunidades. La destrucción de las formas de vida, de sus condiciones ambientales, de su habitabilidad y relación interpersonal, conducen a la reproducción de una población “excedente” que es definida como “sacrificable” por el modelo. De esta manera, la violencia gradual es una especie de cinismo progresivo del modelo, sin shocks relevantes ni noticias escandalosas, pues es una violencia fuera de los focos, cotidiana, pero altamente corrosiva para quien la sufre.

Aunque el trabajo de Nixon acuñó el concepto para analizar el sufrimiento ambiental en países en desarrollo, gran parte de sus reflexiones pueden ser utilizadas en nuestro actual contexto. Si tomamos algunos de los argumentos de Nixon, podríamos señalar que esta resistencia a la normalidad es una rebelión contra la violencia gradual y progresiva de muchas de las instituciones que rigen la cotidianeidad del país. Más específicamente, una violencia hacia instituciones que estructuraron un tipo de normalidad que ha hecho crisis en todos los estratos sociales, pero especialmente en los sectores más vulnerables.

MISMAS DEMANDAS, DIFERENTES ORIGENES

Quien más quien menos, el país entero se ha resistido a la violencia gradual y progresiva de un modelo que fue adoptado hace más de cuarenta años. En diferentes escalas y desde distintas posiciones sociales, los chilenos se sienten incómodos con la normalidad tal como se conoce, pues esa normalidad es la que ha colaborado en la incertidumbre de las personas y ha corroído lentamente sus posibilidades de ascenso y protección social. Esta incomodidad fue reflejada por la última encuesta nacional bicentenario del año 2019[1]. Esta encuesta -realizada poco antes del estallido social- mostraba bajas significativas en la percepción de las personas sobre las posibilidades para iniciar negocios propios o alcanzar una vivienda[2]. Es más, ese mismo instrumento mostraba un incremento en el conflicto de clase, al reflejar que el 67% de las personas (comparado con el 48% del año 2018) advertía como “gran conflicto” el conflicto entre ricos y pobres. Fue así, como las manifestaciones multitudinarias, los cacerolazos familiares, pero también los saqueos y los enfrentamientos, dieron cuenta de una sociedad hastiada de la presión cotidiana y la sensación de privilegio de unos pocos.

Ese hastío de la cotidianeidad ha sido bien documentado para entender las protestas pacíficas en Chile pero muy poco para la escalada de violencia. Esta columna se enfoca, precisamente, en tratar de explicar lo que hoy explota en las calles y que transmite, sin organización, pero orgánicamente, una sensación de incertidumbre en el sistema político.

“Las manifestaciones multitudinarias, los cacerolazos familiares, pero también los saqueos y los enfrentamientos, dan cuenta de una sociedad hastiada de la presión cotidiana y de los privilegios de unos pocos”.


En este punto se argumenta que, lo que hoy se observa, es una explosión a las condiciones de precariedad y exclusión que han sido no sólo incentivadas por el Estado, sino que también, reforzadas por el mercado. En efecto, desde hace un buen tiempo que muchos sectores de Chile han acumulado rabias y frustraciones que no han sido canalizadas -ni menos resueltas- por las autoridades. Estas frustraciones se han larvado en sentimientos antisistema que obviamente la elite no fue capaz de prever y que aún no es capaz de entender. Como consecuencia, Chile comenzó a estallar desde esos sectores, a estallar desde quienes fueron sacrificados por un largo tiempo a través de la segregación, abandono y vulnerabilidad en su vida cotidiana.

EL ORIGEN Y EL CONTAGIO

A más de cuarenta años de la instalación del modelo de mercado y de Estado subsidiario, la desprotección de muchos sectores en el país ha creado una generación dispuesta a combatir con violencia destructiva y antisistema, la violencia gradual del Estado y del mercado. Por la complejidad y la profundidad de la raíz del descontento, encontrar una salida rápida parece cada vez más complejo.

En efecto, el modelo aplicado en dictadura y profundizado en democracia, ha dado lugar a la conformación de periferias. Estas periferias fueron construidas en base a la desarticulación, creados y reproducidos sin organización.

El miedo a que las personas se organizaran políticamente, creó programas públicos sin estructuras de identidad común. Fue así como se generó un sistema de violencia gradual del Estado en los territorios[3]. Se definieron grupos sacrificables, segregados y desarticulados que estuvieran en total desconexión no sólo con los beneficiarios del crecimiento y la estabilidad económica (donde seguramente nos involucramos la mayoría de los que estamos leyendo esta columna), sino que, más grave aún, con ellos mismos.

Por otro lado, las políticas de focalización cumplieron el rol de disminuir los indicadores de pobreza en el ingreso, pero nunca colaboraron en disminuir la sensación de exclusión entre chilenos. Se creó entonces un Chile con varios mundos paralelos (no solo dos), un Chile en que la desigualdad de ingreso se unía a una desigualdad entre categorías, entre grupos e incluso entre pasajes de una misma población. Una desigualdad persistente parafraseando el buen libro de Charles Tilly[4].

“Muchos sectores de Chile han acumulando rabias y frustraciones que no han sido canalizadas -ni menos resueltas- por las autoridades. Estas frustraciones se han larvado en sentimientos antisistema que obviamente la elite no fue capaz de prever y que aún no es capaz de entender”.


Así, cuando todo se desarticuló nunca se supo contener los contagios masivos. Menos aún, nunca fue posible observar cuando esos contagios tuvieron la posibilidad de propagarse. En Chile, la violencia gradual del Estado y el mercado creó dos condiciones sociales que fueron propagadas sin ningún tipo de contención social ni política: la rabia contra el Estado y la vulnerabilidad ante el mercado. Fue así como muchos chilenos comenzaron a reaccionar a la asimilación de sus propias condiciones de vida basadas en la precariedad y la exclusión.

La rabia contra el Estado está muy relacionada con una violencia cotidiana de sus instituciones. Los escándalos del Servicio Nacional de Menores (SENAME)[5], el trato policial en las poblaciones o las políticas de segregación urbana, han sido fenómenos muy bien documentados por especialistas. En cada caso, las instituciones y programas públicos han ejercido violencia gradual y cotidiana en sus habitantes. El mismo Estado, que a principio del siglo XX ejercía el rol de “incorporar” las demandas de las clases populares para evitar o controlar los estallidos sociales, se convirtió en un Estado que reforzó la exclusión y focalizó programas que ayudaron a perpetuar la segregación y el descontento. El Estado para muchos sectores se transformó lentamente en un enemigo natural y cotidiano. Un enemigo que, a pesar de las políticas y programas, reforzó los sentimientos de exclusión.

La segunda condición fue la vulnerabilidad ante el mercado. A diferencia del Estado que ejerce una violencia gradual producto de su interacción real con los sectores marginales, el mercado ha generado un tipo de violencia mucho más subyacente y sutil. Supermercados y grandes tiendas comenzaron a realizar innovaciones crediticias. Muchas personas, con sólo mostrar su carnet de identidad, recibieron créditos con altas tasas de interés que aumentaron el endeudamiento[6]. Misma acción realizaron las cajas de compensación con créditos en los que cien mil pesos podían transformarse fácilmente en el doble o el triple. A estas innovaciones crediticias, se le sumó algo mucho más problemático, el aumento del costo de la vida controlado por intermediarios de las cadenas de producción y abastecimiento que fueron aumentando los precios de los productos[7]. Este control del comercio y aumento del costo de la vida provocó que el comerciante final de los barrios, por mucho que buscara precios y acudiera a centrales de abastecimiento, terminaba vendiendo incluso más caro que los propios supermercados.

Así, el mercado chileno creó anhelos de consumo inalcanzables. Creó gradual y constantemente una tensión entre el anhelo de consumo y la realidad de su ingreso económico. Tal como lo vaticinó Tomás Moulian[8], el chileno reemplazó su estado ciudadano por su estado de consumo. Con ello, muchas de las historias de vida de las poblaciones se articularon sobre cotidianas frustraciones producidas por el mercado. Frustraciones que además no fueron canalizadas, sino que acumuladas en una tensión constante entre sueños y realidades. Con ese caldo de cultivo de rabia al Estado y vulnerabilidad ante el mercado, comenzó el estallido.

EL ESTALLIDO

Si seguimos esta línea, no resulta tan complejo aproximarse a la estructura simbólica del estallido. Desde el 18/O hasta ahora, se ha constatado un patrón de destrucción y saqueos a edificios públicos y de grandes tiendas, pero también un patrón de protección para que quioscos y pequeños locales no se vean afectados. Indudablemente han existido excepciones, pero esas excepciones no invalidan la regla. Aunque es posible que existan grupos organizados para el saqueo; pero en este caso estaríamos frente a organizaciones oportunistas, no activistas, cuyo análisis corresponde a otras esferas.


INTERNACIONALES
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Algunas hipótesis que han surgido es que quienes se enfrentan en primera línea a fuerzas especiales, son personas que desconfían de la estructura producto de sus historias de vida. De esta manera, creemos que, si existe un tipo de articulación entre ellos, es el desprecio a la violencia gradual sufrida por muchos años por parte del Estado y el mercado. Los rostros de esta confrontación, son los rostros de nuestros niños y jóvenes que fueron invisibilizados al interior de los mundos paralelos de un país profundamente fragmentado. El desprecio, es contra una normalidad violenta y excluyente, que ha consumido la vida de sus familias, de sus seres queridos, tras la pintoresca fachada del “oasis” Latinoamericano.


“Tal como lo vaticinó Tomás Moulian, el chileno reemplazó su estado ciudadano por su estado de consumo. Con ello, muchas de las historias de vida de las poblaciones se articularon sobre cotidianas frustraciones producidas por el mercado”.


La incertidumbre y la vulnerabilidad que Chile está sintiendo hoy, es la misma que ellos enfrentan cada día. Nuestro despertar no fue un despertar de cacerolas en plaza Ñuñoa. Nuestro despertar fue un despertar de los fantasmas que la misma sociedad se había encargado de ocultar ante la estigmatización y el prejuicio. Ahora es nuestro deber encontrar los caminos para transitar a hacia una sociedad más justa, más amable. Porque nuestro país cambió. Porque estos fantasmas no volverán a dormir.

QUÉ HACER

Así las cosas, es difícil que medidas de corto plazo puedan dar respuesta a un problema de tal magnitud. Como hemos visto, el corazón de este estallido es profundo y complejo, y por lo tanto requiere de estudios a fondo sobre sus causas y mecanismos de reproducción. Actualmente estamos frente a un movimiento evidente en sus objetivos, pero sin líderes para negociar o pactar acuerdos de tregua.

Como consecuencia, todo el sistema político se ha encontrado con un muro más infranqueable de lo pronosticado, a pesar de utilizar prácticamente todo el manual de medidas para resolver la crisis y en contener la explosión social, Ni empresarios pidiendo perdón, ni ofertas de medidas sociales, ni represión militar y policial, ni cambios de gabinete, han logrado apaciguar la explosión social.

“El mercado chileno creó anhelos de consumo inalcanzables. Creó gradual y constantemente una tensión entre el anhelo de consumo y la realidad de su ingreso económico”.

Con estas cartas sobre la mesa, Chile está interpelado a definir nuevos pactos políticos y económicos con todos los sectores de la sociedad, pero más aún con los sectores excluidos. La salida es sin atajo y con mucha deliberación. La normalidad de país fragmentado ya no va más. Desde el 18 de octubre hasta ahora, Chile es otro país, es un país que ha abierto las puertas de estos mundos paralelos, ha expuesto los miedos y esperanzas propias, así como los miedos y esperanzas de otros.

Chile está en condiciones de refundar el modelo para un mejor bienestar de sus habitantes. El desborde de violencia tiene una raíz evidente en la que es necesario buscar una solución. Esa solución ya no sólo depende de la capacidad de quienes gobiernan. Depende ahora de una restructuración de la capacidad deliberativa de la sociedad, de un diálogo vinculante que logre articular buena parte de las virtudes del país. Salir fortalecidos de este estallido social es la misión más importante de todas.

REFERENCIAS Y NOTAS



[2] Ante la pregunta ¿Cuál cree usted que es la probabilidad o chance que tiene en este país para…? Sólo un 27% (versus el 41% el 2018) respondió probabilidad alta o bastante alta en la situación “Cualquier persona de iniciar su propio negocio y establecerse independientemente” y 21% (vs 36% el año 2018) respondió esas mismas alternativas en “Cualquier trabajador de comprar una vivienda”

[3] Para avanzar en los procesos de conformación de periferias en la ciudad, es interesante leer: Koppelman, C. M. (2018), “For Now, We Are in Waiting”: Negotiating Time in Chile’s Social Housing System. City & Community, 17: 504-524. Para políticas de segregación en dictadura leer Kusnetzoff, Fernando. 1987. “Urban and Housing Policies under Chile’s Military Dictatorship 1973–1985.” Latin American Perspectives 14( 2): 157– 86.

[4] Charles Tilly, 2000 (1998). La desigualdad persistente. Manantial, Argentina, 302 págs

[5] Al respecto leer: Sepúlveda Nicolás y Juan Andrés Guzmán (2019) “El brutal informe de la PDI sobre abusos en el Sename que permaneció oculto desde diciembre

[6] Sobre endeudamiento y programas sociales, ver Pérez-Roa, Lorena y Lelya Troncoso Pérez (2019) Deudas, mujeres y programas sociales en sociedades financiarizadas: resituando la “vida económica” en la intervención social Revista Rumbos TS. Un Espacio Crítico Para La Reflexión En Ciencias Sociales, (19), 11-25.

[7] Un buen ejemplo son los datos de precio de la vivienda. Ver Francisco Vergara Perucich y Carlos Aguirre Núñez (2019) Viviendas a precios demenciales: causas y responsables 

[8] Para este argumento ver Moulina, T. (1997). Chile Actual: Anatomía de un Mito. Santiago: LOM-ARCIS.

Moulina, T. (1998). El Consumo me Consume. Santiago: LOM Ediciones.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Chile : Totalitarismo oligárquico de mercado.