4/09/2019

cataforesis





Por Julián Zícari

En octubre de 1980 Álvaro Alsogaray, ante un auditorio lleno de empresarios y periodistas, dijo: “En este momento hay en los bancos el equivalente a u$s 20.000 millones colocados a plazos de siete a treinta días. ¿Qué pasaría si los tenedores de ese dinero resuelven irse a otra parte?”. El planteo se realizaba en medio de ese largo adiós de Martínez de Hoz, en el cual la economía argentina tuvo un desplome catastrófico que no encontró su piso durante años: en 1980 quebraron varios bancos, hubo corridas, inflación astronómica y una crisis financiera cambiaria incontrolable. Su modelo monetarista y de liberación financiera comenzaba a mostrar sus consecuencias.

Al año siguiente, en 1981, ya con Lorenzo Sigaut como ministro de Economía, éste quiso calmar la situación con su histórica frase: “El que apuesta al dólar pierde”. Sabemos lo que ocurrió inmediatamente después: hubo otra disparada de la divisa, más quiebras, inflación todavía más alta, nuevas corridas y el desmoronamiento económico resultó aún peor.

Con la economía en pleno colapso y con la situación social que se agitaba como su consecuencia, la CGT lanzó su paro general en marzo de 1982. La dictadura aterrada por perder el poder contrarrestó con su apuesta final: al otro día decidió invadir Malvinas para tapar todo. Más allá de la derrota militar posterior, el resultado económico fue inevitable: ocurrió de todos modos el default en 1982, las corridas siguieron, el dólar se escapó definitivamente, la inflación se ubicó por arriba del 300%, se estatizaron las deudas privadas (entre ellas las del grupo Macri) y la pobreza no paró de crecer. En 1983, en plena transición política, la economía fue todavía peor ya que no había poder político creíble.

El largo adiós de la política económica de Martínez de Hoz fue una de las consecuencias más duras y terribles de la dictadura. Con un endeudamiento que dejó como herencia y condicionó al país durante años. Todo lo cual es muy parecido a lo aplicado por Mauricio Macri y que está mostrando sus mismas consecuencias. Es un modelo monetarista de valorización financiera, que promete bajar la inflación con rigurosidad y disciplina: libera las tasas de interés, abre la cuenta de capital, endeuda al Estado a toda máquina y aplica ajustes desmedidos. Sin embargo sus resultados son los mismos: una inflación cada vez más alta, destrucción del mercado interno, desindustrialización, mayor fragilidad financiera, saltos cambiarios recurrentes, concentración de ingresos y aumento de la pobreza.

El quiebre que Martínez de Hoz le impuso a la economía argentina comenzó en abril de 1977 con su famosa reforma financiera, la cual se propuso según dijo “cambiar el comportamiento cultural” de los agentes económicos. Para ello permitió que los plazos fijos se pudieran hacer a siete días, redujo todos los controles bancarios y financieros, liberó las tasas y aplicó encajes remunerados. Todo exactamente igual que ahora.A su vez, buscó deliberadamente incentivar la competencia entre bancos para que se desesperaran por captar nuevos depósitos. ¿Por qué? Porque con ese dinero podían prestárselo al Estado a tasas desmesuradas y sin riesgos, con la siguiente lógica: los bancos tomaban dinero del público con tasas de plazo fijo cada vez más altas vía esa competencia y luego le colocaban al Estado el dinero pero con tasas todavía mayores, embolsando en la intermediación grandes ganancias. El sector financiero fue el único en mostrar balances positivos durante esa gestión.

Es lo mismo que ocurre en este momento. Ahora el Gobierno les permite a los bancos que capten dinero, libera las tasas para que ellas suban, incentiva la competencia para que tomen dinero a plazo fijo aún para depositantes que no son clientes suyos y después le colocan ese dinero al Estado con bonos a siete días, a través de las Leliqs. Con tasas de plazo fijo promedio del 40% y Leliqs cercanas al 70% realizan fortunas sin riesgo, en un simple pasamanos pagado por el Estado. Sin que ese dinero vaya a préstamos productivos, industriales ni a reducir la pobreza. Sino simplemente a la timba financiera. A la par que no se logra bajar tampoco la inflación, reducir el déficit fiscal, el mercado cambiario está cada vez más frágil a pesar de todo y el riesgo de default tiende a crecer. La lógica es tan explosiva como el desastre final de Martínez de Hoz.

Todo el sistema financiero, bancario, cambiario, productivo y social está expuesto a un desastre total que se huele que está cerca. El peligro del plan Bonex es altísimo, pues desarmar la bomba de las Leliqs a esta altura ya luce imposible de hacerse a través de mecanismos de mercado. Sino que el camino para ello sólo podrá ser o bien compulsivo (como el Bonex 1989 o el Boden 2002) o bien vía una hiperinflación inducida (como en 1975 o en 1990). Las chances de que ocurra un default no paran de crecer y la posibilidad de nuevas corridas y saltos del dólar no bajan sino que se dan prácticamente como un hecho en pleno año electoral.

Si las Leliqs pagan una tasa nominal cercana al 70% por un plazo a siete días, su tasa efectiva anual (aplicando la capitalización compuesta) es del 96%. Es decir, es una tasa casi del 100%. Lo cual señala lo verdaderamente grave que es la situación y, lo más llamativo, es que ni aún con esa tasa se logra tranquilidad con el dólar ni se gana confianza. Por su parte, si se buscara una tasa normal (digamos del 20-30%) o acaso cercana a la inflación actual (50%) entonces el dólar y la situación seguramente ya habrían explotado. Y con la incertidumbre económica, política y electoral, hacia el futuro la dinámica parece volverse peor en los próximos meses.

En efecto, este es un año electoral y el Gobierno parece estar empeñado en entrar en la lógica circular político-económica que terminó por explotar en 1989. Es que por la lógica política actual hace que el único capital político que tiene el macrismo para ofrecerle a su base es simplemente el rechazo al kirchnerismo. Porque resultados para mostrar no tiene ninguno: no hay nada.

Sin embargo, el problema es que polarizar con el kirchnerismo como hace actualmente genera que ese espacio gane más peso político y con ello que el mercado se asuste. Lo cual produce a su vez como su consecuencia que haya más desconfianza y presión sobre el dólar. Y en consecuencia, ante las subas de la divisa, las chances de reelección de Macri se desmoronen, aumentando con ello las del kirchnerismo. En síntesis, el modelo de juego político propuesto por el Gobierno está sentado las semillas de su propia autodestrucción: termina alentando la peligrosa dinámica que retroalimenta una y otra vez vulnerabilidad económica y así garantiza su derrota política. Todo lo cual se asemeja al esquema de colapso económico que operó en la crisis final de 1989.

Porque allí, en 1989, el radicalismo estaba convencido de que era imposible que alguien como Menem pudiera ganar, por lo que apostó a polarizar con él pero al costo de que los mercados se asustaran. Dicho susto terminó en sobrerreacción ante un eventual triunfo del candidato populista que impuso una carrera entre la tasa y el dólar que terminó por destruirlo todo y así vino la explosión económica que garantizó el triunfo de Menem. El miedo y el dólar fueron de la mano. Ese escenario, cada vez más parecido al actual, es al que parece dirigirnos el Gobierno.

En este momento el dinero más caliente (hot money) es de unos u$s 5.000 millones que están en Lecaps. A su vez, hay otros u$s 15.000 millones más en plazos fijos volátiles de inversores muy temerosos.Hasta ahora están en pesos atraídos por las altas tasas. Pero ante la incertidumbre electoral, ellos y el resto del mercado van a preferir esperar el resultado totalmente dolarizados. Por lo que van a desarmar sus posiciones en pesos y correr al dólar seguramente en junio y agosto, metiendo una presión sobre la divisa impresionante, que (probablemente como mínimo) lo ubique por arriba de $ 50 o incluso mucho más. Frente a ese panorama, el mercado decretará que será imposible la reelección y por ende que sólo alguna variante peronista sea la que se imponga (Roberto Lavagna, Cristina de Kirchner, Sergio Massa), multiplicando la presión sobre el dólar y la intranquilidad económica y social. Podría volverse un escenario tipo “vale todo” al estilo 1989.

En conclusión, ya sea por un largo final a lo Martínez de Hoz (el año pasado la economía fue un desastre, este año también lo será y la misma OCDE piensa que recién la recuperación podría llegar en 2021) o por una explosión rápida similar a la 1989, todos los escenarios del futuro argentino parecen cada vez más lúgubres. Ojalá las dinámicas del pasado no terminen por repetirse otra vez. Pero si el Gobierno no aprende las lecciones de la historia estará condenado a repetir los mismos errores.

(*) Economista. Doctor en Ciencias Sociales. Autor del libro Camino al colapso. Cómo llegamos los argentinos al 2001.

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