Pablo Papini
La decisión de Cristina Fernández de bajar al que hasta el último sábado era el candidato a gobernador de Córdoba por Unidad Ciudadana, Pablo Carro, quedando así una única oferta peronista en dicha provincia (la del vigente mandatario Juan Schiaretti), es una muestra contundente de lo dispuesta que está a apostar a la unidad del movimiento para derrotar a Mauricio Macri. Los gestos hacia el justicialismo tradicional se venían acumulando: ninguno tan potente como éste, porque no hay distancia mayor en esa familia que la que separa al kirchnerismo del armado que edificaran Schiaretti y el fallecido José Manuel De La Sota.
Es difícil saber si CFK definió luego de conversar con el gobernador. Lo más probable es que no, porque históricamente ella registra en Córdoba sus peores performances; y, al revés, el peronismo mediterráneo se pisa electoralmente con Cambiemos en tal zona. Si bien nada nunca puede descartarse en política, a Schiaretti le conviene asegurar su cargo primeramente, para recién después oler el panorama nacional, que hasta el diario La Nación, el más firme soporte mediático que ha tenido el Presidente, sitúa en “punto de no retorno”.
Habrá tiempo para formalizar acercamientos, si hiciera falta. De momento, pareciera ser que la senadora arriesgó sin certezas acerca de reciprocidad. ¿Hay acaso otro modo de enfrentar a un gobierno que ha alineado poder institucional y real como nunca se había visto? Menos atención se prestó a que esta señal llegó pocas horas después de que Schiaretti, única figura con peso territorial del justicialismo no-kirchnerista, le bajó los humos a las pretensiones de Roberto Lavagna, quien declara que sólo aceptaría una postulación presidencial sin PASO.
El peronismo cordobés afrontaría, desde el 10 de diciembre próximo, un escenario inédito, ya sin De La Sota para turnarse en el mando con su sucesor, que ingresaría en el último período consecutivo que le habilita la Constitución local. Entonces será la hora para que la hija de quien fuera precandidato vicepresidencial de Antonio Cafiero, Natalia, entre en escena. De buen diálogo con La Cámpora provincial y con el Instituto Patria, probablemente probará suerte como diputada nacional en esta ocasión. Es principalmente en respuesta a esas querencias que Schiaretti incorporó a lo que se llamaba Unión por Córdoba al socialismo y a las tropas de Margarita Stolbizer, y no a la supuesta voluntad de replicar dicho esquema para la pelea grande. Apunta así a ganar espació en el debate sucesorio.
UpC fue la confluencia bajo un único paraguas de los segmentos justicialistas que respondían en Córdoba a De La Sota y a Schiaretti a partir de 1999, junto a partidos menores, en general de tinte conservador, como la democracia cristiana. Por marchar separados antes, el radicalismo gobernó durante 16 años la provincia desde el retorno de la democracia.
Desde la llegada de Néstor Kirchner al poder central en 2003, comenzaron las tensiones entre quienes respondían directamente al santacruceño y luego a su esposa, y quienes se mantenían bajo la órbita del cordobesismo. Hubo idas y venidas en las relaciones pero siempre quedó claro que localmente salían mejor parados del quiebre los gobernadores. Si hasta el segundo triunfo de De La Sota superaban el 50%, estos divorcios apenas les recortaron un quinto de esos votos. Sólo se vieron en apuros cuando una parte del padrón K se combinó en 2007 con Luis Juez, que por esos días tenía volumen propio y casi da el batacazo.
En 2011, Cristina y De La Sota concertaron un pacto de contenido similar al que acaba de concretarse días pasados (ella no compitió localmente, él bajo su lista de diputados nacionales), e igualmente informal, por los cuidados que impone el mencionado rechazo al kirchnerismo. A 2015 llegaron en los peores términos imaginables, lo que proveyó a Sergio Massa de una base fuerte en el interior para sumar a su robustez de la primera sección electoral del conurbano bonaerense y sostener la división justicialista por la cual Cambiemos consiguió el balotaje, donde UpC bajó los brazos en la fiscalización de Daniel Scioli.
Córdoba es la única provincia cuyos sufragios, retirados del cómputo de aquella segunda vuelta, modifican el resultado. La crisis del macrismo había convencido tanto a Cristina como a De La Sota de reconciliarse, y en eso estaban cuando el segundo encontró trágicamente la muerte. Conviene recordar que la cena que habían compartido con Máximo Kirchner era la última noticia de peso previo al estallido de #Cuadernos. También se imponía evitar que las tapas de los diarios mostraran a Unidad Ciudadana en cuarto lugar, detrás de Schiaretti y los dos cambiemistas. Manejar mejor los sub-óptimos de lo que se lo hizo en Neuquén: el racconto demuestra que la debilidad K en Córdoba es regla, no así la astucia para disimularla.
Y son varios los que decían en voz baja que, al menos en el interior de la provincia, el kirchnerismo territorial ya había avanzado en entendimientos con UpC. De hecho, algunos de sus dirigentes más renombrados incluso regresaron a las huestes schiarettistas.
Alguna vez, el pensador peronista Manuel Barge explicó que en política la condición de mayoría se construye vía la capacidad de articulación de minorías. El 54% de 2011 no le pertenecía en su totalidad a CFK. Sí la mayor parte, claro, pero era también hijo de acuerdos como el comentado arriba con De La Sota. Conforme se quiso avanzar desde Olivos sobre las relaciones de fuerzas locales, el Frente para la Victoria enflaqueció. Hoy eso le sucede a Macri, con el agravante de que el desgaste de su figura por el derretimiento de la gestión facilita las desobediencias, lo que retroalimenta la sensación de caos. Al revés, en el Instituto Patria se suman en rol secundario a construcciones en las que no les da para protagonizar.
La urgencia de un escenario cuyo grado de descomposición socioeconómica nadie previó con exactitud está incubando novedades impensadas hace sólo 18 meses. Un siglo para Argentina.
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