Un nuevo partido de la derecha portuguesa se estrenó en Évora y, en el mismo fin de semana, los tres partidos de la derecha española manifestaron en Madrid, juntos por primera vez.
Mera coincidencia, a no ser que hay temas en común y, sobre todo, una actitud que los hermana: empujada por los vientos estadounidenses, hay una derecha orgullosa que se asume. La derecha se está sacando los guantes y, como en tiempo de guerra no se limpian escopetas, saltó cualquier frontera con la extrema derecha. Pero al contrario de los tradicionales discursos del pasado reciente, ahora orgullosa de sus pergaminos y mostrando una radicalidad que sólo se conocía en la memoria distante.
No es que tenga nuevas banderas. Una curiosa película reciente, Vice de Adam McKay, recuerda el ascenso de los neoconservadores en tiempo del segundo Bush, tutelados por el vicepresidente Dick Cheney, documentando su esfuerzo en recuperar la ambición imperial, en disfrazar la reducción de los impuestos sobre las fortuna (es encantador saber cómo decidieron atacar el impuesto a las herencias de más de dos millones de dólares como una “tasa sobre los muertos”, que tuvo eco en Portugal en el lenguaje de los CDS (1)) en usar la religiosidad y en promover la desigualdad social.
Después de esto, y ahora con Trump, hay poco de nuevo en la cara de la Tierra. Son los mismos financiadores, algunos personajes continúan en la nueva temporada, el discurso es refrán. Pero la recapitulación de los tonos conservadores ocurre con otra potencialidad tecnológica y con más incertidumbres vividas después de una década de destrucción por la austeridad, por lo tanto, con más posibilidades de hegemonía, y es por eso por lo que se expande en Europa y en el quintal latinoamericano. En este mundo, nada se crea, nada se pierde, todo se transforma. El problema es que se transforma igual. El ascenso de la extrema derecha española, en el caldo de cultivo del franquismo, del odio a los derechos de las mujeres y de los discursos anti catalán y antinmigrantes, puede hacer de ella el fiel de la balanza para el próximo gobierno.
Como en las elecciones europeas de mayo esa extrema derecha podrá formar uno de los mayores grupos, si se alía a Orban y los quejosos, ella podrá arrastrar toda la derecha tradicional detrás de sí. Es lo que ya se nota, aunque más en el alarde que en el contenido: sin gran esfuerzo, el CDS sufre ahora un episodio de resentimiento anti-Comisión Europea, siempre hiperbólico, como la casa gasta; al mismo tiempo, Sande Lemos se descubre un crítico enojado y que quiere derecho de veto de los parlamentos nacionales, tutti quanti, tema que en días normales haría ruborizar su europeísmo translúcido; y Rangel dispara en todas las direcciones, este más atento al nacional que a la cosa europea, en la que nada tiene que añadir. En cualquier caso, unos y otros van detrás de los flautistas de Hamelin, incluso algunos esperan volver a su pacato institucionalismo tan pronto como terminen las elecciones y este rollo de procurarse los votos. Luego veremos si encuentran el camino. La nueva cultura de la derecha es por lo tanto sin papas en la lengua.
El congreso de la Alianza no sorprende, pues navega en esa brisa. Parece mucho, es sólo algo. Y, si alguno anticipó una derechización en el aplauso embargado de aquella gente al señor que les propuso la idea venturina del castigo bíblico por la castración de unos ciertos sujetos, conviene mirar también en otro sentido. Sería mero engaño tomar ese arrobo por programa, pues el hecho es más revelador de un curioso episodio psicoanalítico que de una agenda política. Lo que importa en ese programa es mucho más, es la crudeza de la agenda liberal: acabar con el Estado social, o las prestaciones de servicios universales, cobrar por la salud y la educación públicas, llevar de ese modo los de clase media y ricos para lo privado, dejar a los pobres a la misericordia a lo Daniel Blake (2). El signo de los tiempos es éste, la liberalización no se disfraza de justicia, está orgullosa de ser injusticia y hasta quiere que los descamisados acepten su miseria.
Como en Madrid, en Évora la derecha imita a sus antepasados, ya se sacó los guantes y espera hacer más seguidores. La cuestión no es, por lo tanto, si este nuevo partido va a tener éxito. No lo tendrá. Es demasiado Santana. En el estilo, en la acción, en la representación. Es demasiada memoria y no hay dos oportunidades para causar la primera buena impresión. La cuestión es si va a conseguir presionar al resto de la derecha a sintonizarse en la misma ola. Es para eso que sirve y que está deseoso de servir. Bienvenidos a 2019.
Notas del traductor:
(1)CDS-Partido Popular, la derecha en Portugal.
(2)Se refiere a la película de Ken Loach.
catedrático de economía de la Universidad de Lisboa, ex parlamentario y miembro del Bloco de Esquerda, actualmente es Consejero de Estado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario