Letra Luis Salinas
Era un día despejado, con mucho sol, y había un clima distendido en los dos equipos. Algunos del Manchester ni siquiera se habían presentado, quizá esperando un partido más difícil. No era algo importante, ya que tenían completo el banco de suplentes. En cambio, nosotros éramos los siete que entrábamos a la cancha y no teníamos suplentes. Nos reunimos en el medio de la cancha, pero después del saludo, mis compañeros se dispersaron por los laterales para saludar a sus amigos. Solo quedamos en el círculo central el gordito Bizzarri, uno del Manchester y yo. Alcanzaba a oler el cuero engrasado y ardía en deseos de tocarlo, pero sin pensar en el triunfo ni en ninguna otra cosa. E imprevistamente sonó el silbato. Hasta hoy me preguntó si el árbitro, que también estaba chacoteando con sus amigos en un lateral, miró la hora y decidió comenzar de cualquier manera, o bien sólo se río a través del pito y luego se hizo cargo de su responsabilidad.
El caso es que Bizzarri me hizo un pase corto y lento y yo le di un taponazo con toda la fuerza y la emoción que había ido juntando. Pateé mirando hacia abajo y no pude ver la trayectoria. Sentí un solo grito, de mi hermano, y que parecía enojado, por lo que desconté que la había mandado “al cantero de los tomates” como, váyase a saber por qué, solíamos decir. Pero con el segundo pitazo por fin levanté la mirada, y vi como el arquero de ellos la iba a buscar al fondo de la red, mientras el capitán del Manchester le protestaba al referee, que le respondía enseñándole el reloj.
La frustración de Juan, me di cuenta, se debía a que aún no había cargado el rollo, por lo que acababa de perderse el primer gol del campeonato. Además, tampoco había visto el gol, ya que estaba peleando con el depósito de la camarita. De modo que ni él, ni yo, ni nadie –excepto el árbitro, que era un muchacho grande, del secundario– parece haber visto ese, mi único gol.
Peñarol hizo un enorme esfuerzo para mantener el resultado, pero hacia el final del primer tiempo nos empataron con un golazo. Pero al comenzar el segundo, Sangiao, nuestro único jugador bueno, hizo otro, después de una jugada en la que participamos cuatro y gritamos todos, a diferencia de mi gol, que no lo había gritado ni yo mismo...
El caso es que Bizzarri me hizo un pase corto y lento y yo le di un taponazo con toda la fuerza y la emoción que había ido juntando. Pateé mirando hacia abajo y no pude ver la trayectoria. Sentí un solo grito, de mi hermano, y que parecía enojado, por lo que desconté que la había mandado “al cantero de los tomates” como, váyase a saber por qué, solíamos decir. Pero con el segundo pitazo por fin levanté la mirada, y vi como el arquero de ellos la iba a buscar al fondo de la red, mientras el capitán del Manchester le protestaba al referee, que le respondía enseñándole el reloj.
La frustración de Juan, me di cuenta, se debía a que aún no había cargado el rollo, por lo que acababa de perderse el primer gol del campeonato. Además, tampoco había visto el gol, ya que estaba peleando con el depósito de la camarita. De modo que ni él, ni yo, ni nadie –excepto el árbitro, que era un muchacho grande, del secundario– parece haber visto ese, mi único gol.
Peñarol hizo un enorme esfuerzo para mantener el resultado, pero hacia el final del primer tiempo nos empataron con un golazo. Pero al comenzar el segundo, Sangiao, nuestro único jugador bueno, hizo otro, después de una jugada en la que participamos cuatro y gritamos todos, a diferencia de mi gol, que no lo había gritado ni yo mismo...
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