2/08/2022

un gobierno socialista agobiado por la deuda

 

Portugal: La victoria socialista y la mañana siguiente





Dos son las preguntas típicas que formulan los corresponsales extranjeros a los politólogos portugueses en vísperas de elecciones. ¿Por qué no tiene Portugal un partido político populista de derecha radical importante? ¿Y por qué el Partido Socialista (PS) ha sobrevivido indemne a la erosion sufrida por los partidos socialdemócratas en casi toda Europa?

Tras las elecciones del domingo, la primera pregunta ya no tiene sentido. Chega ("Basta") aumentó su apoyo del 1,3% al 7,2% de los votos, y de uno a 12 diputados, convirtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria tras el PS de centro-izquierda y el PSD de centro-derecha. Fundado en 2019 por un antiguo militante del PSD, André Ventura, Chega ya había dado una clara señal de su potencial fuerza en las elecciones presidenciales del año pasado, cuando su líder obtuvo cerca del 12%.

La "demanda" social de un partido así lleva siendo fuerte en Portugal desde hace tiempo. Las encuestas que recogen las “actitudes populistas” -la creencia en la existencia de una profunda división entre las "élites" y el "pueblo", concebidos como entidades homogéneas, donde se contempla a las primeras como fundamentalmente corruptas- han revelado que éstas resultan bastante preponderantes en Portugal, incluso en comparación con países en los que los partidos que responden a esa demanda se han establecido desde hace tiempo.

Además, Chega ha logrado atraer a esos votantes a la vez que escapaba en parte del estigma que pesa sobre los "viejos" partidos de extrema derecha, acaso gracias a que surgió como una escisión del PSD y no como vástago directo de organizaciones extremistas. Por el contrario, Chega y su líder se han beneficiado de los estigmas ligados no sólo a la clase política, sino también a la población gitana, contra la cual son bastante generalizados los prejuicios en Portugal. Ventura obtuvo unos resultados exceptionalmente buenos en 2021 en los municipios en los que las minorías romaníes son más numerosas, así como en contextos en los que -vinculado al tamaño de la población romaní- la proporción de beneficiarios de asistencia social es mayor, lo que sugiere que el mensaje del partido sobre la "dependencia del bienestar" tenía al menos un blanco que sus votantes identificaban.

La visibilidad previa de Ventura como comentarista de fútbol en la televisión y el irresistible atractivo para los medios de comunicación portugueses de lo "grandilocuente" hicieron el resto. Las encuestas postelectorales nos dirán más sobre los actuales partidarios de Chega, pero lo que sabemos no habla de un partido desproporcionadamente apoyado por personas económicamente desfavorecidas o por la clase trabajadora en general: los factores culturales, más que los económicos, parecen haber sido los más relevantes.

Éxito inesperado

Por contraposición, la segunda pregunta – respect al éxito continuado del Partido Socialista- aún precisa de respuestas. El domingo, los socialistas obtuvieron cerca del 42% de los votos, cinco puntos más que en 2019. Esto resultó bastante inesperado.

Durante los dos últimos meses, la diferencia entre el PS y el PSD se había ido reduciendo continuamente en las encuestas, hasta el punto de llegar a un empate técnico justo una semana antes de las elecciones. Sin embargo, la noche de las elecciones, los socialistas aumentaron su ventaja sobre el PSD de nueve a más de 12 puntos porcentuales y obtuvieron la mayoría absoluta en el Parlamento, tan solo la segunda en su historia. Si completa su mandato, un gobierno socialista habrá gobernado el país durante cerca de dos tercios de este siglo.

Como siempre, hay posibles explicaciones a corto y largo plazo para este resultado. Las del corto plazo llevarán a un considerable examen de conciencia. ¿La competitividad percibida en las elecciones, tal y como la describían las encuestas hasta la semana anterior, era auténtica o estaba fabricada por métodos potencialmente defectuosos y/o mediante su amplificación por parte de los medios de comunicación? Quizá nunca lo sepamos con certeza.

Pero las consecuencias previsibles de esa percepción de proximidad se han materializado. En primer lugar, una mayor movilización: en un país en el que la participación había experimentado un descenso secular que la situaba por debajo de la media europea, las elecciones de 2022 supusieron un repunte, el primero desde 2005, cuando, quizá no por casualidad, los socialistas obtuvieron su anterior mayoría absoluta-.

En segundo lugar, hubo un voto estratégico: desde 2002, una media de cerca de uno de cada cinco votantes ha decidido su voto en la semana anterior a las elecciones, y esta vez los que se decidieron tarde pueden haberse inclinado considerablemente hacia el PS para evitar una victoria de la derecha. Como era de esperar, esto perjudicó a los dos principales partidos a su izquierda: el Bloco de Esquerda (que bajó del 9,7% en 2019 al 4,5% esta vez) y el Partido Comunista (del 6,5% al 4,4%). Una vez más, solo los estudios postelectorales podrán confirmarlo.

Portugal semidesconectado

Las explicaciones estructurales y a largo plazo son quizás de mayor interés. En muchos países europeos, los partidos socialdemócratas han experimentado una dramática erosión en las últimas dos décadas, fomentada por la reducción de su núcleo de trabajadores industriales, el aumento de una clase media con formación y el incremento de la relevancia de un eje libertario-autoritario de conflicto político. Tal como lo esbozó Herbert Kitschelt de modo clarividente en su clásico de 1994, The Transformation of European Social Democracy, con ello se han creado complejos dilemas para los partidos socialdemócratas respect a dónde reubicarse, así como se han abierto oportunidades para los partidos verdes, los de nueva izquierda y los de derecha radical.

Portugal, sin embargo, sigue estando semidesconectado de este mundo. Los trabajadores de la producción siguen constituyendo una parte desproporcionada del electorado, hasta para los baremos ya elevados del sur de Europa. Sólo cerca del 55% de la población activa portuguesa ha completado al menos la educación secundaria, el nivel más bajo de entre los 31 países europeos investigados. La dimensión socioeconómica de la competencia política -la redistribución y el papel del Estado- sigue siendo la más destacada, algo que la Gran Recesión, la crisis de la eurozona, el rescate de 2011-13 y las políticas de austeridad asociadas pueden haber reforzado incluso.

En cambio, los dilemas más significativos son los que se han experimentado en la derecha del sistema de partidos. Durante el período anterior del centro-derecha en el gobierno (2011-15), el liderazgo más neoliberal de Pedro Passos Coelho y las medidas de austeridad impuestas por la "troika" (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) parecen haber llevado a los votantes a percibir cada vez más al PSD como demasiado a la derecha. El partido ha perdido parte de su capacidad de atraer a los votantes de mayor edad, con menos formación y más pobres.

Por ello, el sucesor de Coelho, Rui Rio, pasó los últimos años intentando reubicar al PSD como moderado y centrista, hasta "socialdemócrata" (su nombre oficial refleja el clima del momento de su formación, tras la revolución de 1974). A primera vista, esto parecía acertado. Sin embargo, tal y como suele suceder con los dilemas de verdad, esto se vio contestado casi permanentemente dentro del partido por su ala más neoliberal, a la vez que se creaban oportunidades externas de competencia por la derecha.

El nuevo partido Iniciativa Liberal aumentó su presencia en el parlamento en estas elecciones, pasando de uno a ocho diputados, con un programa de bajada de impuestos y menor intervención del Estado. Esto, junto con el ascenso de Chega, ha dado lugar a una derecha fragmentada, de ahí la incapacidad del PSD de avanzar electoralmente en 2022.

La cuadratura del círculo

El futuro depara otro tipo de dilemas, pero esta vez para los socialistas en el gobierno (o cualquier otro titular en un futuro próximo). Portugal sigue siendo un país con una desigualdad comparativamente alta en cuanto a ingresos y (especialmente) riqueza, que todavía se tambalea por las consecuencias – altamente asimétricas desde un punto de vista social - de la pandemia. Su mano de obra está atrasada en cuanto a cualificación, la productividad se encuentra un 25% por debajo de la media de la UE-27 (y sigue retrocediendo) y la inversión en educación, investigación y desarrollo, así como en atención a la infancia y educación temprana lleva estancada, en el mejor de los casos, desde hace al menos una década.

Que vaya a ser capaz un gobierno socialista agobiado por la deuda (más del 130% del producto interior bruto) y la baja capacidad fiscal de cuadrar el círculo de atender las necesidades sociales inmediatas de su electorado y, al mismo tiempo, de invertir en el futuro, sigue estando poco claro en el mejor de los casos, y sigue siendo improbable en el peor.
 
es politólogo, investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa.

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