El obradorismo, un objeto espinoso
Carlos Illades
El proyecto de la Cuarta Transformación sigue convocando esfuerzos interpretativos. Uno de ellos es AMLO y la 4T. Una radiografía para escépticos (Océano, 2021), de Hernán Gómez Bruera, que permite ampliar la discusión sobre la política mexicana en la era de Andrés Manuel López Obrador.
El obradorismo ha desconcertado por igual a la derecha y a la izquierda.
La derecha suponía que el consenso entre los partidos de la transición (el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) sería suficiente para administrar la economía y ordenar la política, que la cuestión social ocupaba un lugar subsidiario en la agenda nacional y que, si cerraba filas, podía bloquear la puerta del Palacio presidencial a la irrupción plebeya. Desmentido el pronóstico por una contundente votación en favor del candidato que blandió la oferta del «cambio verdadero», Andrés Manuel López Obrador, las explicaciones del fracaso electoral por parte del establishment intelectual fueron el negacionismo, considerarlo un «accidente» o atribuirlo a un electorado obnubilado. El planteamiento excluyó la revisión de sus premisas.
La autoproclamada Cuarta Transformación es el foco de la crítica procedente del flanco derecho, que combina realismo, exageración, desmemoria y también ataques insólitos. Señalar la precariedad del programa económico de la 4T cuadra con lo primero. Anunciar que las elecciones intermedias podían ser las últimas en democracia se inscribe en lo segundo. Afirmar que el presidente carece del mandato electoral para realizar la transformación que se propone, después de pasar por alto que las administraciones de Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón, con presidencias mucho más débiles y cuestionados en su legitimidad, emprendieron acciones de amplio calado -la primera generación de las reformas estructurales, la guerra contra el crimen organizado, respectivamente- raya en la desmemoria. Denunciar, quienes hasta ayer pensaban que el mercado resolvía todo, que López Obrador no es keynesiano, que pretende construir una hegemonía, cuando el establishment intelectual coadyubó a cimentar otra, o que la derecha desenmascare la impostura de un gobierno que se hace pasar por izquierda se adentra en lo insólito, cuando, si su caracterización es certera, debería regocijarlo.
Pero para la izquierda también ha sido difícil empatar el obradorismo con su tradición y las posturas hacia él son disímbolas. Estas pasan por sumarse al movimiento con la expectativa de conducirlo en la buena dirección aceptando no obstante cualesquiera de las decisiones presidenciales, por absurdas que sean, como indispensables para la causa. Otros le regatean la denominación de origen al obradorismo como «de izquierda», reservándola exclusivamente para las opciones anticapitalistas, negando con ello, quizá involuntariamente, el carácter de izquierda al socialismo romántico y de la propia socialdemocracia. Y hay quienes lo definen como un «populismo de izquierda» (el envés positivo del populismo de derecha), obliterando los elementos compartidos por ambos. Llamarlo progresismo, quizá sea la caracterización más cómoda para abandonar la coordenada derecha/izquierda de la política, con el beneficio adicional de filiarlo dentro de una familia de regímenes latinoamericanos del siglo XXI. Esto no es de ninguna manera óbice para destacar la tensión que hay en el obradorismo entre la cuestión social, el progresismo con respecto de la política de derechos y la agencia de las clases subalternas, la cual complica caracterizarlo como «izquierda».
Dado que el gobierno de López Obrador no es únicamente expectativa sino que ya es también experiencia, la tentativa de analizarlo debe abordar tanto la promesa electoral como de los resultados en el mediodía de su gestión. Este empeño va dando lugar a una bibliografía creciente, más desde el registro de la derecha que del de la izquierda, lo que evidencia la dramática mengua intelectual de esta última. Eso abona a la pertinencia del libro AMLO y la 4T. Una radiografía para escépticos (Océano, 2021), de Hernán Gómez Bruera, cual intento de descifrar la índole del uno y la otra desde una perspectiva optimista, sin abandonar la crítica.
El adversario del autor es la «vieja comentocracia» refractaria a la Cuarta Transformación, a la cual busca refutar, no siempre con éxito, en cada una de las páginas del libro. De simpatías explícitas hacia la administración de López Obrador, el volumen ancla en la convicción de que esta representa una ruptura necesaria con el régimen de privilegios basados en el vínculo espurio del dinero con el poder político -modo de acumulación capitalista en la formación neoliberal-, combatido por las nuevas izquierdas europeas (Syriza en Grecia, Podemos en España, y Francia Insumisa) y la ola progresista en América Latina de la que el obradorismo sería un fruto tardío.
La desmesura de esta acumulación mediante la corrupción, aunado, añadiría, a la reconfiguración del mundo del trabajo en el capitalismo desregulado, produjeron una masa de pobres y excluidos, simultáneamente castigados por el mercado y desprotegidos por el Estado. Ellos, más los marginados que provenían de antiguo en sociedades radicalmente desiguales como la mexicana, serían el objeto de un nuevo pacto social tramado desde el poder federal que supondría la recuperación de lo público por parte del ente estatal. Refiriéndose al populismo, donde muchos comentaristas al igual que Gómez Bruera sitúan al obradorismo, el filósofo español José María Villacañas lo considera «una respuesta a las propias dimensiones problemáticas que la modernidad encierra y a la crisis social inevitable que genera bajo su forma presente de globalización neoliberal».
AMLO y la 4T se conforma de tres partes, dieciséis capítulos y un epílogo que da cuenta de la respuesta gubernamental a los focos de la crisis abiertos por la pandemia de covid-19. La primera parte está dedicada al partido, el movimiento y el proyecto. El partido nació como movimiento alrededor del líder carismático, el cual devino en una poderosa maquinaria política desde su participación inaugural en la contienda electoral de 2015, mas no en un partido cohesionado, con una institucionalidad laxa, mientras que López Obrador pulió su estrategia política -nos dice Gómez Bruera- conduciéndolo a identificar la corrupción como la matriz de los problemas nacionales, al despliegue territorial en todo el país, a la moderación discursiva -que sumó a un segmento del electorado ausente en 2006 y 2012-, amén de una alianza con todos los colores del espectro político (incluida la derecha conservadora representada por el Partido Encuentro Social) y una porción del gran capital. El conservadurismo manifiesto del candidato presidencial y la división de la derecha en dos opciones políticas, en tanto que la izquierda prácticamente se agrupó en un solo polo -podría agregarse-, logró lo hasta entonces impensable: unir el voto mayoritario del Sur atrasado con ley del conservador Bajío y el Norte moderno, además de ganar a las clases medias urbanas, a los más jóvenes y a las mujeres. El desfondamiento del PRD y el desánimo priísta, también hicieron su parte en este triunfo.
El proyecto es un punto flaco de la Cuarta Transformación. «Una de las principales debilidades del obradorismo -apunta el autor- es no tener un programa ambicioso de redistribución de la riqueza y el ingreso», sin por ello negar la conveniencia de los programas sociales y los aumentos anuales al salario mínimo por encima de la inflación.
Tampoco se puede desmerecer la supresión de las exenciones fiscales a los consorcios más poderosos, lo que llevó a un incremento marginal de la recaudación en plena pandemia. Pero ello está lejos de constituir una reforma fiscal de facto, pues una política social sustentable a largo plazo, con servicios y transferencias directas suficientes que aminoren la radical desigualdad social, requeriría una reforma fiscal progresiva que gravara las grandes fortunas y al primer decil de la población, cosa que el presidente no parece dispuesto a hacer.
Asimismo, con un presupuesto reducido, el gobierno ha sacrificado actividades prioritarias en distintos rubros (salud, prevención de desastres, ciencia y cultura) a fin de fondear los megaproyectos concentrados fundamentalmente en el sureste del país. En esta materia, se echa en falta en la Cuarta Transformación una inteligencia de izquierda capaz de concebir un proyecto de nación alternativo y conceptualmente sólido, diferente del desarrollista, además de la exigüidad de sus cuadros gubernamentales habilitados profesionalmente para llevarlo a cabo.
AMLO y la 4T dedica varias páginas a la relación del obradorismo con los grupos organizados y los nuevos movimientos sociales, tema este último refrendado en el capítulo final. El autor destaca la ambigüedad de esta relación y evita generalizar. No obstante, admite el desencuentro presidencial con el feminismo y apunta como indispensable la convergencia del Cuarta Transformación con los movimientos sociales a fin de orientarla hacia la izquierda.
Suscribo su apreciación. Pero ¿por qué ocurrió esto? Las razones son múltiples: las alianzas políticas de la 4T para conformar mayorías están inclinadas fundamentalmente hacia la derecha; la construcción discursiva del pueblo como entidad homogénea soslaya la pluralidad intrínseca de este (una de las causas del conflicto con las clases medias), además de la inexistencia de un proyecto emancipatorio que se haga cargo de la autonomía de los agregados sociales. El libro apunta correctamente que los progresismos latinoamericanos más pronto que tarde entraron en conflicto con las clases medias, por lo que no estaría de más calibrar las consecuencias desafortunadas que ello tuvo en Brasil y Bolivia, por dar solo dos ejemplos.
El «populismo de baja intensidad» de la Cuarta Transformación entra en acción en la segunda y tercera parte del libro. Como otros autores, Gómez Bruera indica que la racionalidad política del nuevo gobierno conlleva la recuperación de la rectoría estatal requisada por los agentes privados. En sintonía con el desdén hacia los movimientos sociales independientes, está la animadversión obradorista con respecto de la sociedad civil vertebrada alrededor de intereses económicos y apetente de las rentas públicas. La medicina ha sido un presidencialismo reforzado, la presión hacia los otros poderes de la República y una disputa constante con la prensa; no así con los medios electrónicos privados, posiblemente por un acuerdo tácito o a cambio de favorecer a las empresas de los concesionarios a través de asignaciones públicas.
Con Ernesto Laclau y Chantal Moufee, AMLO y la 4T opone al discurso liberal, que concibe la política como instrumento del consenso, uno de tipo populista, que verbaliza el conflicto. La pregunta que surge aquí es quiénes son los beneficiarios del nuevo statu quo. Coincido con el autor en que no estamos en la antesala de la dictadura -de hecho, ni los otros gobiernos de la transición ni el actual enterraron el régimen de la Revolución mexicana con su gen autoritario-, pero no creo que debamos pasar de largo cómo se está reconfigurando el régimen. La centralización política debilita los contrapesos indispensables de la democracia representativa (Steven Levitsky y Daniel Ziblatt) sin favorecer una democracia popular auténtica (Boaventura de Sousa), ni tampoco ha redistribuido el poder capilarmente en la sociedad. Como advierte Pierre Rosanvallon, uno de los mejores historiadores de la democracia, si la democracia liberal es susceptible de convertirse en plutocracia (el punto de partida que bien señala Gómez Bruera), el populismo pude mutar en democradura (Rosanvallon) o democracia autoritaria (de acuerdo con Federico Finchelstein).
No cabe duda de que el gobierno de Felipe Calderón comprometió al país en una guerra insensata e imposible de ganar y, contra su pronóstico, multiplicó y dispersó la violencia al grado de gangrenar el cuerpo social. Sin embargo, en el tercer año del gobierno de López Obrador también queda claro que su estrategia de seguridad tampoco ha funcionado y la espiral de violencia crece. Los carteles criminales controlan porciones significativas del territorio nacional, aplican una fiscalidad paralela a la del Estado disputándole además el monopolio de violencia. Y, como muestran las elecciones recientes, el crimen organizado interviene cada vez más en ellas. Es más que un giro retórico afirmar que esto compromete la soberanía nacional y la incipiente democracia. Tampoco se puede negar que el fortalecimiento de un brazo armado nunca limpiado de las excresencias de la guerra sucia, a consecuencia de esta guerra irregular, reduce el poder civil dentro del Estado, constituyendo también una amenaza a la democracia. Descartar el término «militarización» lamentablemente no aminora el tamaño del problema.
Al final de AMLO y la 4T se enuncia la deuda del obradorismo y el reto que para este proyecto representa la pandemia de covid-19. La primera, habíamos adelantado, es la falta de interlocución del gobierno con los movimientos sociales emergentes y la ausencia de una dialéctica entre la movilización popular para conseguir sus demandas y el líder que las hace viables. El desafío de la pandemia es múltiple porque rebasa el ámbito sanitario, e impacta en la economía, la educación y los índices de pobreza. Además de la catástrofe en término de vidas humanas y de la indispensable evaluación de la gestión gubernamental de la contingencia sanitaria que en algún momento habrá de hacerse, la pandemia consumió gran parte de los logros sociales de la administración obradorista y dejará al fin del sexenio un volumen mayor de pobres que en su comienzo. De esta manera, el reto del siguiente gobierno será similar al de este. Me gustaría creer que la izquierda posobradorista sea más lúcida y plural, que reconcilie el conocimiento con la voluntad transformadora, y la solución de la cuestión social con la mayor libertad de todos y cada una. Agradezco a Gómez Bruera la ocasión de imaginarlo.
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