8/10/2021

el pasado se resiste

 Los números reales de la economía y el duro desafío que tiene por delante el Gobierno


Con el termómetro de las elecciones cada vez más cerca, la gestión de Alberto y Cristina enfrenta el imperativo de cumplir el contrato electoral con los votantes en un país megaendeudado, con secuelas económicas por la pandemia y con una inflación que no logra controlar.





El que ose –incluso con resultados al canto y no vamos a discutir la gravedad de algunos números- repetir aquello de que “el populismo y el neoliberalismo son anverso y reverso de una misma moneda cruel y capitalista” o que el Frente de Todos ejecuta el mismo programa de Cambiemos (hoy Juntos por Los Cargos), es porque no es capaz de encarnar datos con análisis sensatos de la realidad, porque tiene mala fe o porque simplemente estamos ante Bonfatti o Del Caño, es decir gente que está corriendo por dos desfiladeros con vocación pero sin programa de mayorías.

El gobierno de Alberto y Cristina ha realizado ingentes esfuerzos por combatir lo que Claudio Scaletta menciona como restricciones, que le han impedido gobernar en los términos del contrato electoral suscrito con sus votantes. Él menciona cuatro: el cogobierno de la Corte Suprema de Justicia, la falta de mayorías legislativas para imponer reformas de fondo, el megaendeudamiento macrista y la pandemia; nos permitimos agregar una restricción interna que complica al gobierno a la hora de enfrentarse con las cuatro anteriores, la crisis ideológica sin síntesis o armonía en la conducción política de la gestión y –como consecuencia- sin un sistema de toma de decisiones claro y validado por las organizaciones que lo componen.

Sin ánimo de abusar podríamos mencionar otra restricción interna que preocupa al presidente (y él supone que puede suplir declarándose encima permanentemente), que es continuamente analizada en su mesa de asesores directos y que no le permite salir de la agenda opositora: la falta de una estrategia comunicacional acertada, potente y con objetivos claros. Que no es lo mismo que bajar una directiva como “hablemos de las vacunas”.

El gobierno nacional amplió la capacidad instalada del sistema público de salud, compró tantas vacunas como hubo disponibles e inoculó a más de 34 millones de argentinos, asistió económicamente a particulares y empresas asumiendo un costo fiscal tan importante como inevitable, prohibió despidos y rebajó aportes patronales para salvar casi un millón de empleos, liberó paritarias para procurar que la inflación no siga diluyendo salarios, pero sin embargo termina contestando hasta el paroxismo la acusación de “infectadura”, de calcar el modelo venezolano, de destrozar la psiquis de les niñes y la calidad educativa combatiendo la presencialidad, de coimear a Pfizer y también boicotearla y ahora mismo de montar un cabaret en Olivos para solaz del presidente.




Hay 4,5 millones de argentinos que viven en la indigencia y más de 19 millones que están debajo de la línea de pobreza.

El presidente acierta al decir que “no hay nada peor que explicar lo que uno no hizo” una y mil veces, operado por los mismos medios a los que les concede notas y exclusivas a granel, a los que les tiende la mano. Pero hay algo igual de frustrante, “no poder imponer una agenda con dos o tres temas fuertes” que se sostenga por más de una hora, que soportar la invisibilización de una gestión con aciertos concretos, insuficientes tal vez, pero que revierten la lógica egoísta y excluyente del tercer gobierno radical y les permite a socialistas, trotskistas y algunas patrullas perdidas del peronismo decir que Alberto hace macrismo con perspectiva de género. Pero hay datos para preocuparse, son los datos de una campaña sobre el Titanic, donde muchos parecen creer que es más importante tener la razón que ganar, o ganar que preservar cierto contrato social democrático.
Hay hambre dentro de tu pan


Éste es el subtítulo que introduce los datos imprescindibles para mensurar la gravedad del momento actual y que impulsa al gobierno a hablar menos del presente que del futuro. Es un homenaje minúsculo a un gran intelectual peronista, Dalmiro Sáenz, el mismo que en un olvidado almuerzo con la abuela de Juanita y ante las críticas hacia los lujosos sombreros y vestidos de la abanderada de los humildes, descerrajó lo siguiente: “Lo que ustedes nunca entendieron ni entenderán es que Evita no se disfrazaba de reina sino de los sueños de la obrera”.

Pasar de esa frase a un puñado de números es faltarle a Dalmiro, pero resulta esencial para esta nota pedestre; casi todos conocen que hay un 42% de pobreza (19,2 millones de personas) y un 11,2% de indigencia (4,5 millones de otres tantes), que se perdieron 716.000 puestos de trabajo formales (hay que multiplicar esa cifra por tres para calcular los informales), que a diciembre de 2020 cesaron su actividad 90.000 comercios y 41 empresas (mayormente PyMes productivas) y que por consiguiente el PIB cayó un 11,7%, cifra que de no ser por las políticas contra cíclicas del gobierno (o con Macri al comando) hubiese incluso peor.

El otro dato que suele relevarse y publicarse con frecuencia es el de la inflación, que el gobierno no acierta controlar y pulveriza cualquier mejora paritaria hasta el momento –salvo en el caso de las llamadas aristocracias obreras (camioneros, aceiteros, bancarios, mecánicos) que le empatan o le ganan por 1 o 2 puntos. La semana que viene se conocerá que el índice inflacionario para julio está alrededor de los 3 puntos, lo que implica una baja respecto del mes anterior, pero que eleva la interanual a los niveles en los que la dejó el gobierno de Macri, alrededor del 52%.


Un centro de estudios rosarino denominado MATE (Mirador de Actualidad del Trabajo y la Economía), publicó un informe que forma parte de un seguimiento para tratar de elucidar qué es lo que realmente está pasando con los salarios y la inflación, correlación esencial señalada por Cristina (que en realidad habló de alinear, pero los salarios deberían ganarle a los precios de productos y servicios) y fijada como un objetivo para la actual campaña por el presidente. Lo más interesante del InfoMate es que calcula el sueldo promedio a valores constantes, es decir cuánto representaba en “guita de hoy” el sueldo promedio de un trabajador privado y en blanco, en 2015, 2019.

En enero de 2015, con la pandemia macrista aún en pañales, el sueldo promedio era de $106.700. En diciembre de 2019 ya había bajado a $83.000; es decir que a dinero de hoy había perdido más de $23.000. Pero el dato alarmante es que actualmente el salario promedio está más bajo que al cierre de la gestión que repetía que el salario es un costo y había que bajarlo, estamos en $81.465.



Los salarios pierden con claridad contra la inflación, pero si se liberan las paritarias el efecto inflacionario se aceleraría.

Sobre la carrera entre precios y salarios, la foto al cierre del informe es que desde que el Frente de Todos asumió el gobierno, los precios se incrementaron en un 72% y los sueldos un 68%, siempre en promedio y con una pérdida que continúa la tendencia de los últimos tres años. Es decir que –incluso con la saludable intención de dejar atrás la meta inflacionaria del 29% en el presupuesto a la hora de negociar salarios- los sueldos siguen siendo la verdadera ancla (además del dólar oficial) para contener una inflación que de todos modos no cede terreno.

Hay un grave problema aquí y el gobierno lo sabe, incluso pudiendo explicar claramente la teoría de las restricciones heredadas y con la industria recuperando niveles de actividad que se sitúan por encima de 2019 (año sin covd pero con Macri), no hay revolución productiva ni salariazo, esenciales pues –descartando la mentira menemista por cierto- constituyen un imperativo categórico del peronismo de los años felices, un compromiso político con su base electoral y el verdadero distintivo para despegarse del “neoliberalismo popular de mercado” que utiliza las Paso para definir los nombres del Segundo Tiempo, para reorganizar el Partido Gorila de Masas.

El pragmatismo no tiene por qué doler

Juntos y contenidos hasta que duela, pero a las organizaciones y sus dirigentes representativos, no a sus electores y mucho menos a los sectores más empobrecidos que votaron por una mejora en el bolsillo. Solo una elección en la que el binomio que conduce el Frente de Todos y legitima sus listas pueda triunfar con claridad, le permitirá construir las mayorías parlamentarias para imprimirle otra dinámica y profundidad a sus decisiones de gobierno. Queda pendiente algo que creemos aún está en disputa–y es central- el asunto de las “mayorías parlamentarias para qué proyecto de país” y si el contador de correlaciones de fuerzas (que es como un anemómetro que las pesca en el aire) va a arrojar los números o porcentajes que permitan avanzar con leyes fundamentales, resistir presiones corporativas y reglamentarlas sin desvirtuarlas.

Más allá del ruido de las internas sórdidas en las que se dirimen la supervivencia de los distintos espacios que componen el frente y los nuevos liderazgos, el gobierno sabe que hoy la marca es más clara que el proyecto y más potente que ninguno de sus candidatos, sin importar el distrito en que compitan. Y que el optimismo cifrado en algunos signos vitales presentes y un horizonte de promesas, tiene sus complicaciones porque el futuro –que es la remanida pospandemia- no termina de llegar, el pasado se resiste y condiciona fuertemente la gestión y lo que queda es el presente para concretar eso de que “volvimos mejores para estar mejor”, con el FMI, Clarín, el Partido de la Corte, Patricia Bullrich y la variante Delta incluidos, que ya son la misma nueva normalidad.

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