No hay atajos y toca la dura, agotadora y terca estrategia de posiciones y construcción de poderes sociales
Manolo Monereo
Es un abogado, politólogo y político español. Ha sido militante del PCE e IU y diputado de Unidas Podemos. Su último libro es "Oligarquía o democracia. España, nuestro futuro" (El Viejo Topo).
Los que leyeran mi artículo anterior en NORTES no se extrañarán demasiado de la victoria electoral de las derechas en Madrid. Sorprende, quizás, sus dimensiones. Sería bueno preguntarse de dónde venimos. La señora Ayuso llevaba bastante tiempo deseando convocar elecciones en la Comunidad de Madrid. Aprovechó rápidamente la fallida moción de censura de Murcia para hacerlo. ¿Qué decían las encuestas en ese momento? Que ganaba con claridad el PP, que desaparecía Ciudadanos, que VOX tenía dificultades, que el PSOE bajaba, que Mónica García subía y que UP podría quedarse fuera de la Asamblea de Madrid. Para decirlo con claridad, el PP ganaba por mucho y que el debate sería en saber por cuánto.
¿Dónde estaba lo nuevo? En la irrupción de Pablo Iglesias. No voy a entrar en las motivaciones. Era evidente que un nuevo fracaso de UP debilitaría el papel de una formación que es parte de un gobierno que da muestras de agotamiento y de pérdida de impulso. Iglesias deja la vicepresidencia y va a la batalla de Madrid. El guion que sigue es propio de él: polarizarse con la presidenta, echar mano de la épica y situar el debate entre un fascismo emergente y una democracia que tiene el deber de defenderse. La hipótesis subyacente era que la izquierda estaba desmovilizada y que la participación masiva de barrios y pueblos de tradición obrera podrían revertir el triunfo de una derecha a la ofensiva. Iglesias hizo, además, una apuesta clara por la unidad de la izquierda eludiendo cualquier tipo de conflicto en el interior de ella. No ha funcionado. Se puede decir que la polarización, que ha elevado la participación a niveles altísimos, no ha contribuido a la derrota de las derechas. ¿Esfuerzo inútil? No lo creo. Solo se pierden las batallas que no se dan. Más Madrid y UP han luchado, han definido proyectos y movilizado a una parte del electorado en condiciones difíciles. Una buena base de partida para construir un bloque alternativo nacional-popular enraizado en barrios y pueblos, impulsor de la auto organización social y dotado de un proyecto claro, diáfano y que invite al compromiso político-personal. Las elecciones para una fuerza de la izquierda trasformadora, no se debería olvidar, se pierden y se ganan antes de la campaña electoral. No hay atajos y toca la dura, agotadora y terca estrategia de posiciones y construcción de poderes sociales.
¿Esfuerzo inútil? No lo creo. Solo se pierden las batallas que no se dan
Los resultados electorales de Madrid obligan a distinguir entre lo específico de esta Comunidad y lo que realmente está ocurriendo en el conjunto del Estado. Un primer dato tiene que ver con algo que ya se sabía, el agotamiento definitivo del impulso del cambio que fue el 15M. La parábola de Pablo Iglesias enseña mucho de ese movimiento 10 años después. Un segundo dato está relacionado con la Covid-19 y sus consecuencias. Más de un año de confinamiento ha modificado profundamente los comportamientos y los humores sociales; la relación directa con la muerte, con la enfermedad, han revalorizado la importancia de la salud pública y del Estado, pero han modificado nuestro horizonte de sentido, han problematizado radicalmente nuestra visión del futuro y el miedo, la inseguridad y la incertidumbre se han ido convirtiendo en una segunda piel que las derechas han sabido interpretar mucho mejor que las izquierdas.
En Madrid se vive desde hace años una rebelión de las élites contra los deseos de cambio de una juventud indignada que cuestionaba el poder omnímodo de los grandes grupos económicos, del capital financiero y de unos fondos de inversión calificados como buitres. Democratizar la democracia, defender los derechos sociales y el control de los oligopolios fue organizando un imaginario colectivo que hoy está agotado. La pandemia ha definido una ruptura sobre un mal social que no tiene culpables y que es percibido como si fuera un fenómeno geológico. No se ha hecho una lectura política sobre cómo se ha gestionado la pandemia y ni siquiera se está cuestionando la distribución de las vacunas, pagadas con dinero público, que se han ido convirtiendo en un instrumento de poder (geo)político y de control de las grandes corporaciones sobre el mercado.
Se habla mucho de fin de ciclo y de nuevo ciclo. Lo que vivimos desde hace meses es la sistemática y dura reacción de los poderes facticos (económicos, políticos, mediáticos) que pretenden clausurar una etapa histórica -representada en toda su contradictoria complejidad por Unidas Podemos- e iniciar otra sobre principios y valores liberal-conservadores, neoliberales. En esto no hay diferencias entre VOX y el PP. El partido de Abascal es el programa oculto, el núcleo duro político-cultural del partido de Casado. Ayuso lo ha sintetizado en Madrid. Su discurso sobre la libertad parece sacado de un manual de micro economía neoclásica de la Escuela de Chicago. La libertad de la que habla de presidenta de la Comunidad de Madrid es la del mercado, de preferencias respaldadas por signos monetarios y de demandas de consumo mercantilmente guiadas. Esa libertad ha sido vivida como tal por miles de jóvenes; algunos hablan ya de que la próxima estación post Covid-19 será unos nuevos “años 20” de jolgorio y alegría, de consumo desaforado y de alejamiento de cualquier proyecto real de transformación de la sociedad. Pasolini llamaría a eso “rupturas antropológicas” provocadas por unas estructuras de consumo que modifican y reestructuran el sentido común nacional- popular.
La pandemia ha definido una ruptura sobre un mal social que no tiene culpables y que es percibido como si fuera un fenómeno geológico
Hay que insistir. El PP de Ayuso ha organizado políticamente un bloque social que se ha venido construyendo durante décadas, que ha generado cultura y valores, que cristaliza en alianzas sociales y que tiene un proyecto claro, nítido, comunicable y con voluntad de mayoría. No es extraño que le llamen a todo esto la “batalla cultural” que, como decía Esperanza Aguirre, es la diferencia sustancial entre Ayuso y Casado. Cuando se frustra, se neutraliza y se impiden los deseos de cambio de una sociedad -como ha ocurrido en España- la relación de fuerzas y sus imaginarios sociales no retornan a la etapa anterior a la crisis; estas, la concreta y precisa articulación de fuerzas, cambia, interioriza la derrota y la convierte en pegamento para una (contra)ofensiva de las fuerzas dominantes. Dicho de otro modo: la derrota de las fuerzas renovadoras de la izquierda hace girar más a la derecha al conjunto del país y posibilita el reforzamiento de las derechas y sus proyectos políticos-culturales.
El PSOE ha sido el peso muerto que ha impedido el triunfo de las izquierdas. Si comparamos a Ayuso con Gabilondo, nos damos cuenta de hasta qué punto el social liberalismo es incapaz de competir en serio con unas derechas a la ofensiva. Las continuas declaraciones de las viejas glorias (González, Guerra, Leguina, Redondo Terreros) contrarias a Pablo Iglesias y especialmente críticas contra el gobierno de España -ampliamente difundidas por los medios de la derecha- han desmovilizado a una parte del electorado y contribuido al voto de una candidata radicalmente opuesta a Pedro Sánchez. El PSOE ya no es lo que era. Su conversión en partido-cartel, su rígida dependencia del aparato de la Moncloa y su acelerada perdida de vínculos sociales y de enraizamiento territorial lo hacen poco eficaz para competir en serio contra un bloque político-social y cultural cuyo buque insignia es el PP. Vox es funcional: mueve organizaciones, valores y consignas complementarias de un proyecto común de las derechas.
Mónica García, su ya conocido “efecto”, ha recogido los frutos de un trabajo bien hecho y su permanente defensa de los servicios públicos y los derechos sociales. Ha sabido construir un espacio político de una izquierda amable y profesional entre la no-oposición del PSOE y el “radicalismo” de UP. La aparición de Pablo Iglesia ha favorecido la delimitación de ese espacio, favoreciendo la llegada de nuevos votantes recién movilizados y que, tal como estaban las cosas, tenían difícil votar al ex vicepresidente. Su visualización como alternativa a Ayuso le dará réditos y la situarán en el centro del espacio público. El desafío ahora es también evidente: ¿una fuerza regionalista madrileñista? ¿una fuerza parte de un espacio verde-feminista plurinacional? ¿un partido de masas o un partido profesional-electoral nucleado por los cargos públicos y financiado con dinero estatal?
El PSOE ha sido el peso muerto que ha impedido el triunfo de las izquierdas
UP ha salvado una vez más los muebles, pero ha necesitado de la activa presencia de Pablo Iglesias. Su retirada de la política dice muchas cosas. Algunas requieren tiempo; otras son muy evidentes. Demonización y criminalización han marcado a una figura política que quitó el sueño a unas clases dirigentes férreamente defendidas por un bipartidismo más o menos imperfecto y sólidamente atrincheradas en su control de los medios de comunicación. A estas alturas hay que hacerse, al menos, dos preguntas: ¿ha ayudado a la izquierda de Madrid la gestión de la pandemia y eso que las ministras de UP han llamado “el escudo social”?; por qué una oposición tan radical y tan desproporcionada a un gobierno tan moderado y limitadamente reformista como el de Pedro Sánchez? Las dos están relacionadas y requieren de un debate colectivo y abierto, sobre todo abierto a los movimientos sociales, sindicatos y asociaciones. Escuchar; escuchar más allá de los conflictos en el gobierno.
A la primera pregunta, se puede contestar con veracidad: las políticas progresistas no han llegado o han llegado muy poco a los barrios obreros, a los jóvenes, a las mujeres. No es solo el tema del alquiler de viviendas, es la sensación que no hay correspondencia entre las declaraciones y las medidas concretas que se aplican. A las noticias sobre la supresión de las bonificaciones fiscales a la declaración conjunta de los matrimonios, se añadieron el peaje a las autopistas y rebajas en la reforma laboral pactada. Dicho con claridad: no solo parece que se agota el impulso del cambio, sino que está emergiendo –por las presiones de la UE- un nuevo programa de gobierno diferente del pactado por el PSOE/UP. La salida de Pablo Iglesias del gobierno habla mucho de problemas no resueltos y de limites políticos reales.
La segunda pregunta es más complicada. Los poderes económicos viven un momento difícil, de recomposición y definición. Necesitan desesperadamente del Estado, de los fondos públicos y de una clase política alineada con sus intereses, coherencia entre gobierno del capital y gobierno de España. Lo suyo era una alianza Ciudadanos /PSOE. No fue posible. No es posible hoy. El dilema de Pedro Sánchez es ¿cómo alinearse con los poderes económicos sin que salte el gobierno? La cuestión central son los fondos europeos, su gestión y su reparto. Hay una cosa clara: las derechas económicas y políticas, con sus instrumentos mediáticos, aprovecharán el momento para hacer una oposición dura y sin tregua, debilitar al gobierno y obligarle a negociar.
Pablo Iglesias no tiene ni va a tener sucesor ni sucesora. Para bien o para mal concentraba liderazgo y proyecto; eso tenía limites políticos y temporales. Podemos e IU están obligados refundarse, iniciar un nuevo comienzo y hacer política a la grande. No queda otra. Además, hay que hacerlo pronto y con buen ritmo. En el centro, a mi juicio, habría que convocar unos estados generales de las izquierdas para un nuevo proyecto de país. Al fondo, una forma-partido que promueva la auto organización, la lucha social, la elaboración programática y nuevas formas de gestión de lo público. Continuará.
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