5/10/2021

cartón, nailon, madera y chapa



Barrio Cabildo. Uno de los polos donde se vivenció el crecimiento de villas y barrios populares. (José Hernández / La Voz).

Sin trabajo, la gente no pudo sostener el pago de un alquiler. Algunas estimaciones señalan que la población en estos asentamientos creció hasta un 60% y que surgieron nuevos caseríos informales.

Una frase repetida: la pandemia dejó al descubierto las desigualdades sociales. Es cierto, pero también las carencias humanas se hicieron más profundas. En los últimos tres meses, creció la población de las villas y los barrios populares de la ciudad de Córdoba y la extensión de terrenos ocupados transformados en asentamientos.

Aunque no hay datos oficiales, este fenómeno trepó hasta un 60 por ciento en algunos rincones de la Capital, según estiman los propios habitantes de los asentamientos y de las organizaciones sociales que asisten a las familias.

El 24 de mayo pasado, La Voz llegó hasta la calle Oncativo al 2700. En aquel entonces el hambre parecía haber tocado un pico histórico. Los habitantes de esa barriada que se extiende hasta la avenida Ricardo Balbín, a escasos metros del acceso este a la ciudad por avenida Circunvalación, comían una sola vez al día.

El jueves pasado los vecinos observaron con sorpresa que alguien volvía a saludarlos. Entre aquel informe y la nueva visita de este medio continuaron igual de solos que antes, según dijeron. Pero había una diferencia: el total de casillas se multiplicó por seis, pasando de tres a 20.

Barrio Barranca Yaco (José Gabriel Hernández/ la Voz)
Barrio Los Artesanos. (José Gabriel Hernández/ la Voz)
Barrio Los Artesanos. (José Gabriel Hernández/ la Voz)

“Esto creció una barbaridad en los dos últimos meses. La gente ya no tiene dónde vivir, así que viene con sus bolsas de nylon y sus cartones para armar una pieza. El baño es el descampado abierto y la ducha es un fuentón o una botella no retornable de una gaseosa”, relató Betiana Marín en la puerta del asentamiento.

Las historias de vida que se entrelazan en esas calles improvisadas, que serpentean una zona dominada por malezas y escombros, hacen atragantar a toda la comitiva que recorre el barrio.

Marlene Córdoba y Betiana colaboran con la olla popular y merendero “Entre todos podemos”. “Nació como una emergencia. Acá la gente empezó a llegar porque no viene nadie, ni a reprimir ni a ayudar. Y cada uno aporta un paquete de alimentos, o lo que tenga, y de ahí comemos todos”, contó Marlene, preocupada porque los víveres siempre son escasos.

La falta de comida, analizó la joven, es el correlato del imprevisto crecimiento que se evidenció a inicios de este año. “Hay mujeres solas, con hasta seis hijos, que en medio de la pandemia quedaron en la calle porque sus maridos las golpeaban. No tuvieron a dónde ir y están acá, pasando frío y hambre”, lamentó.

Todos coincidieron en que el frío y las inundaciones luego de las lluvias, son dos de los problemas centrales. “De repente, hay un 60 por ciento de gente viviendo en un lugar donde no hay luz ni agua corriente. Con una manguera llevan agua y la gente tiene que pagar cuatro mil pesos para que les tiren un cable y les pongan unas lámparas”, dijo Betiana.

CUANDO EL HAMBRE SE HACE NOTAR

NECESIDADES INTACTAS

Algo todavía más doloroso: las casas que habían llegado hasta allí un año atrás, que eran unas seis, continúan en iguales condiciones. “Algunos pudieron hacer algunas mejoras gracias a la solidaridad de la gente. Pero acá no hay dinero. Los chicos, cuando ven un paquete de galletitas, preguntan qué es eso porque nunca pudieron tener uno”, relató Marlene sobre las condiciones que allí prevalecen.

“La ruta del comedor” es un corredor que los vecinos de esa zona transitan una y otra vez. Matías es el encargado de cocinar en la olla popular y de hacer la merienda. “La gente nueva, que es muchísima, hace cola para llenar su bol de comida. La única preocupación es esa porque de otro modo no pueden comer, ya que en las ‘casitas’ no hay cocina”, comenta.

El joven nació en esa zona y dijo que nunca vio un crecimiento tan repentino de la población. “Estoy desde siempre acá. Y al que llega se le da una mano. Porque son personas que vienen arrastrando necesidades”, mencionó con la emoción en la garganta.

Entre ellos conversan sobre la situación. “Acá la situación no da para más. La gente necesita trabajo y no hay. Los vecinos no pueden seguir viviendo entre cartones”, dialogan.

Antes de la despedida, el grupo de vecinos que salió al encuentro de este medio pidió por la solidaridad de la gente. La falta de chapas, de material de construcción, de alimentos y demás insumos contrasta con la voluntad de ese gentío. Todos saben algún oficio y van levantando las casas como pueden. Dejaron un número telefónico (351 152122681) para recibir colaboración.

LOS ARTESANOS DE LA VIVIENDA

El trayecto siguió hacia barrio Los Artesanos, en la zona sur de la ciudad. Allí el anegamiento de las calles por las lluvias de la semana pasada no impidió el vistazo del fenómeno. En ese barrio están naciendo los “rascacielos de los humildes”, tal como lo nombró una vecina.

Una foto del mismo barrio en un mapa de Google muestra un paisaje todavía plano, con algunas construcciones de dos pisos. “Acá la gente se va para arriba porque no tiene mucho espacio para construir. Los terrenos son angostos y la zona está habitada por albañiles. Cada uno va construyendo al ritmo que puede”, dijo Nery Huanambal, que vive en el barrio hace 11 años.

Según Nery, las familias que habitan el barrio siguen siendo las mismas. Pero los hijos van haciendo familia y construyen encima de la vivienda familiar. Hay módulos que llegan hasta los cinco niveles.

“Estos últimos meses de la pandemia frenó un poco la construcción, pero la gente se tuvo que arreglar. Porque el hacinamiento crece si se paran las obras. No hay una manera de vivir afuera del barrio porque no alcanza para un alquiler”, lamentó.

UN NUEVO ASENTAMIENTO

El crecimiento poblacional también se registró en la zona sudoeste de la ciudad. En el área de las tomas de barrio Cabildo nació un nuevo asentamiento a fines del año pasado. La “Toma II”, como le llaman sus habitantes, alberga a una 69 familias que antes de 2021 alquilaban.

“Acá vive gente que estaba trabajando y perdió sus ingresos. Muchos eran changarines, de profesión albañiles y empleadas domésticas. Vivían al día y tuvieron que decidir entre alquilar y comer”, comentó Soledad.

Sobre las condiciones de hábitat, lamentó que sus contiguos tuvieran que protegerse con unas lonas y unas maderas. “Los días de frío son muy tristes. A eso se le suma el hambre y la tristeza de no saber qué va a pasarnos. Somos seres humanos que estamos obligados a luchar por nuestra subsistencia”, comentó, antes de correr la cortina del sitio donde cocinan la olla popular.

Luis Alveroni visita a menudo la villa La Vaquita, en la zona sudeste de la ciudad. La Voz comenzó allí un recorrido por asentamientos y villas el 3 de septiembre de 2018. Y este último año, según aseguró el referente, se registró el mayor movimiento poblacional.

“Hubo un crecimiento. Tuvimos familias que vendieron sus casas y llegó gente nueva. No fue exponencial, o más grande del que ya se venía registrando. Alguno se va de ahí y otros terminan haciendo la casa en el patio”, relató Alveroni, que integra la Coordinadora de Barrios Eva Perón.

Según datos propios de la organización, la expansión se pudo observar en los terrenos ya habitados. “En los últimos tres meses, donde había un medidor de luz ahora hay tres. Porque hay tres familias donde antes había una”, detalló.

En el final del recorrido va quedando atrás el barrio donde los medidores se han triplicado, según los relevamientos de sus pobladores. Sin embargo, queda fija en la retina la imagen de una ciudad antigua, industrial, pujante, que ya no existe. Va ganando terreno la necesidad humana más honda, con cientos de niños, hombres y mujeres viviendo en casillas de cartón, nailon, madera y chapa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cordoba sindrome de estocolmo