Por Elda Cantú |
Poco a poco, nuestro mundo empieza a dividirse en dos: el de los vacunados y los que aún faltan por vacunarse.
Los vacunados han empezado a viajar, a socializar y —aunque los expertos dicen que no deberían— también a respirar sin cubrebocas.
Los no vacunados, mientras tanto, batallan con sistemas deficientes de citas, esperan sus turnos y empiezan a usar doble mascarilla.
Y ese espacio raro donde chocan ambas realidades revela algunas de nuestras fortalezas y fallos, como personas y como países. Unos intentan saltarse la fila con engaños o sobornos. Otros se arman de paciencia, redoblan precauciones o piensan en los demás.
Una fila para recibir la vacuna AstraZeneca en Ciudad de México esta semanaAlfredo Estrella/Agence France-Presse — Getty Images
En Latinoamérica, donde son muy notorias las fronteras entre los inmunizados y los aún vulnerables y donde el egoísmo y la solidaridad chocan de forma dramática, ha habido algunas novedades:
Cuba, donde escasea incluso el pan, anunció que la Soberana 02, su vacuna nacional, estaba cerca de aprobarse; la noticia abriría la puerta no solo a que toda la isla quede inmunizada, sino a posibles donaciones a otros países y también a un inusual turismo médico. Y Perú ha sido remecido con la revelación de que cientos de personas cercanas al poder —funcionarios, empresarios, médicos— se vacunaron de manera irregular con un lote de Sinopharm destinado para un ensayo clínico.
Y es que, frente a la oportunidad de acceder a la inyección que podría devolvernos un poco del mundo que hemos perdido, los humanos somos impredecibles.
En Texas, un médico al que le sobraron dosis que pronto expirarían se lanzó en una búsqueda contrarreloj de pacientes elegibles —entre ellos su esposa— que le costó su trabajo.
Y en Massachusetts, donde el gobierno anunció que quien acompañe a una persona de la tercera edad al centro de vacunación también recibiría la vacuna, algunos empezaron a ir puerta por puerta a buscar a alguien que necesitara un aventón.
La urgencia no es solo individual. Algunas naciones que tienen suministro —como India, China y Emiratos Árabes Unidos— buscan ampliar sus redes de aliados y han donado dosis, incluso a costa de sus propios ciudadanos. Y ya se estudian alternativas de documentos de viaje para comprobar que las personas están vacunadas, algo que podría acentuar las disparidades y acercarnos a una distopía donde la movilidad internacional estaría reservada para unos pocos.
Los países de América Latina, recomiendan los analistas Miguel Lago y Anna Petherick, deben trabajar en conjunto para evitar que las desigualdades preexistentes de la región no se agudicen en materia de salud. Después de todo, una vacuna de acceso limitado es prácticamente inútil si lo que buscamos es recuperar la vida en común, esa en la que los médicos tienen tiempo para dormir, en la que se conversa con un desconocido en la fila del supermercado y en la que abrazar a una pareja de recién casados en su fiesta de matrimonio no es un deporte de alto riesgo.
Al final, una vacuna no salva vidas, sino que, como dijo el profesor A. David Paltiel, de la Escuela de Salud Pública de Yale, “los programas de vacunación salvan vidas”.
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