La derecha aplica una estructura del discurso que utiliza la corrupción, los prejuicios, el chauvinismo o el individualismo para, lejos de promover un debate de ideas, convertirlos en indignación, desprecio y odio. El objetivo es anular el pensamiento. Las opiniones son ahistóricas, no tienen contexto ni compromiso con el mundo real, no hay anclaje a nada. Así es el tono político que instaló la derecha con Durán Barba y el macrismo.
Por Luis Bruschtein*
(para La Tecl@ Eñe)
La manipulación del lenguaje por los comunicadores de la derecha infectó las redes y volvió tóxico el debate político. No sólo entre oficialismo y oposición, sino que la indignacionitis pomposa infectó también los modos de discusión entre los que piensan parecido y tienen algunas diferencias. Twitter es definitivamente una cloaca, lo más opuesto al pensamiento racional. Y los diálogos en FB tienden a sacar todo de contexto porque es su naturaleza: un tipo escribiendo lo más pancho encerrado en una burbuja. Opina lo que se le canta, es ahistórico, no hay contexto, no hay compromiso con el mundo real, no hay anclaje a nada. Así es el tono político que instaló la derecha con Durán Barba y el macrismo.
Pero ojo, la derecha pudo hacerlo porque tomó muchos elementos de los viejos discursos de protesta que en su momento tuvieron anclaje con la realidad que los generaba. Por ejemplo, las polémicas Lenin-Kautsky o la misma de Lenin con Rosa Luxemburgo. Era un estilo furioso, donde cada frase era un proyectil teledirigido. Estaban definiendo el camino de las primeras revoluciones del siglo XX. No estamos en ese momento.
La derecha aplica esa estructura del discurso que usaron grandes pensadores y luchadores. Desayuna con bronce y levanta el dedo, pero en vez de revolución, pone alguna excusa que enoje a la persona de a pie: usa la corrupción, los prejuicios, el chauvinismo o el individualismo. Y reproduce el tono, lo que tendría que ser defensa de principios o de ideas lo convierte en indignación, desprecio y odio, que es la única resultante que le interesa. Si consigue que la persona no piense y se indigne, para qué le va a interesar discutir otra cosa.
Doble ojo. Porque más que de la izquierda, ese tono ha sido muy característico del peronismo en su historia de persecución y proscripciones. La historia del peronismo creó un lenguaje. Perón dirigía como podía el mayor movimiento popular de Sudamérica a diez mil kilómetros de distancia, proscripto por el sistema político, abominado por Washington, perseguido por la justicia, y excomulgado por la iglesia católica.
Los dirigentes que querían interactuar con el sistema estaban jodidos, porque para hacerlo desde el peronismo, lo primero que tenían que hacer era reclamar el regreso y la reivindicación de su máximo referente. Pero el sistema consideraba subversivo ese reclamo. Cualquier cosa, menos Perón.
El peronismo quedó en una situación extraña. La masa de trabajadores identificaba en Perón todos los logros que habían obtenido en su gobierno. Pero muchos de los dirigentes partidarios y sindicales tendían a tomar distancia disimuladamente del lejano líder que el sistema repudiaba. La base solamente aceptaba su liderazgo. Y los dirigentes trataban de alejarse.
El debate fue muy fuerte y llegó a los fierros. Traidor o infiltrado fueron palabras con una carga que podía significar muerte. No fue culpa del peronismo sino de los que creyeron que la proscripción de la mayoría del país no tendría consecuencias. Pero convengamos que no es la mejor forma de discutir.
También es cierto que esas discusiones tenían músculo. Surgían de una práctica dura sobre una realidad hostil y convocaban a la acción sobre esa realidad de represión y autoritarismo real, no metafórico ni simbólico. Al que el sistema agarraba fuera de caja lo mataba, lo expulsaba, lo anulaba. No solamente a los militantes. Grandes deportistas como Mary Terán de Weiss o Vito Dumas, intelectuales enormes como Leopoldo Marechal o Discepolín, o divas como Zully Moreno y cantantes famosos como Antonio Tormo y Nelly Omar y muchísimos más fueron borrados de los medios, la radio y el cine. Era una realidad sin mediaciones y la violencia que implicaba creció hasta convertirse en genocidio.
De allí surge un lenguaje binario, tajante, en los movimientos populares. Con mucha inteligencia, la derecha tomó lo externo de ese discurso y lo usó como tapón del pensamiento. Es tóxico leer los diarios, escuchar la radio o ver la tele. Y para meterse a las redes hay que ponerse máscara de gas. Lo tóxico está construido como un estallido que no tiene argumento ni se condice con lo real, es pura descarga.
La realidad ahora tiene un blanco y un negro pero en el medio hay una amplísima gama de grises. Y los factores externos que agudizaban, están atenuados. Oh sorpresa, la derecha incorporó esta lógica cuando el peronismo la estaba dejando. Mirácolo, ya no había piñas ni agarradas en los actos, una importante franja de intelectuales se asumieron peronistas y debatieron, y hay cierta consonancia entre las bases y los dirigentes. No se puede comparar con los 30 años posteriores al golpe del ’55, durante los que se formó esa dialéctica áspera y musculosa.
La hegemonía es tan poderosa en el plano de la cultura, en el modo del lenguaje, que esa lógica que obedeció a una realidad, que había empezado a cambiar con la realidad que cambia, fue impuesta otra vez también hacia dentro del campo popular pero ahora fuera de contexto.
El discurso tiene que ser coherente con el fenómeno que representa y con los procesos sociales que lo producen, si no, no sirve para pensar. Lo que hace la derecha es taponar el pensamiento con el denuncismo y la indignación. Si el campo popular es infectado por esa epidemia del lenguaje para su debate, tampoco ayudará a pensar.
El debate forma parte de la realidad, no solamente la interpreta. Es inevitable. Pero lo que se discute tiene que ser la punta del iceberg, porque tiene que estar sustentado en un conocimiento profundo de los fenómenos sobre los que se apoya. No se está en las preliminares de la revolución, hay mecanismos institucionales que articulan, y varios escenarios de disputa en una sociedad compleja con una fuerte disputa de intereses, pero con muchos sujetos protagónicos, que se entrecruzan y se enfrentan. Siempre es más simpática la puteada, etiquetar o la descarga. Pero no ayudan a pensar.
*Periodista
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