Escribe Rubén Mayer |
La inteligencia está casi ausente en el discurso y la acciones de esos influencers que ocupan espacio en las redes y en la tele. Ya no es un valor porque exige exhibir fundamentos, discutir seriamente y atenerse a los hechos que a veces resultan un obstáculo a la hora de defender opiniones y pasiones.
En una de sus frases más conocidas, Groucho Marx dijo que “es mejor estar callado y parecer estúpido, que hablar y despejar las dudas definitivamente”
Nadie está exento de decir estupideces pero, en la medida de lo posible y si estamos en un buen día, tratamos de mostrar destellos de nuestra inteligencia y cuando se nos escapan algunas estupideces nos esforzamos por disimularlas y no son cosas de las que nos sintamos particularmente orgullosos. Existen también, por supuesto, formas cotidianas de estupidez que son necesarias, nos las permitimos y nos hacen bien. Pero estamos hablando de otra cosa: desde hace un tiempo, decir o hacer cualquier estupidez cuando se nos pide o se espera lo contrario se parece a un acto de liberación como la de esas borracheras en las que, felices, desbocados y desinhibidos, nos liberamos de la pesada demanda de rigor y de apego a los hechos que la inteligencia nos exige y, mansos, nos entregamos a la primera pelotudez que se nos viene a la cabeza. Decimos cualquiera sin ponernos colorados porque se ha hecho de la estupidez una virtud.
No conformes, salimos y para que todos nos escuchen gritamos a los cuatros vientos que estamos orgullosos de estas, nuestras estupideces. La estupidez, y ya no la intimidad, como espectáculo.
En esta suerte de orgullo de la estupidez existe un desprecio absoluto de la reflexión profunda, del estudio minucioso, del conocimiento detallado y, por lo tanto, de la creatividad. La tendencia creciente a interrumpir al que está hablando, por impaciencia, falta de atención o vedetismo, es también una forma estúpida de degradar la palabra y el diálogo.
Sacar a relucir la estupidez es, además y muy especialmente, una coartada intelectual para esquivar el debate inteligente e interesante, de ahí que nos fuimos acostumbrando y creyendo que echar mano a una serie de estupideces sea una forma corriente de discutir y hacer política. Pero también una manera de encarar muchas otras cosas; incluso, aunque suene exagerado, una forma de vivir.
Ironías, chicanas, lugares comunes y frases hechas son formatos en los que la estupidez se mueve a sus anchas porque le permite arrastrar los ejes de la discusión a sus puntos más bajos. Su objetivo final, que las más de las veces consigue, es abortar cualquier tipo de argumentación de ideas. Y son eficaces, además, porque sintetizan sentimientos y sensaciones mucho más que reflexiones y porque es muy difícil sentarse a discutir sobre líneas de argumentación absurdas sin caer en esos mismos términos al cabo de unos minutos.
Por estos tiempos la televisión y las redes sociales funcionan como zonas liberadas donde la estupidez vive su periodo más exitoso. La inteligencia en esos espacios debe pagar derecho de admisión. La caja boba tiene ahora varias sucursales con las que se reparte la tarea pedagógica de modo que seamos cada vez más tolerantes y hasta complacientes con la estupidez. Peor aun, mucha gente parece haber encontrado algo atractivo en esa inconsistencia de la estupidez que, aunque de momento no mayoritaria, va camino a multiplicarse. Tal vez a esto se refería Amos Oz cuando se preocupaba por la “infantilización sistemática de la humanidad”
Para muestra, van algunos botones.
Infecta y dura
La característica más impactante de la pandemia por COVID-19, según la literatura médico-científica, es la “aparición rápida de un número sin precedentes de pacientes críticos en un área geográfica limitada”, y que a causa su magnitud y prolongación en el tiempo “sobrepasa los recursos del sistema de salud y resulta en una escasez de personal de salud entrenado, de respiradores y de camas de terapia intensiva”
Cuesta entender, más allá de cualquier ideología política o estrategia partidaria, que después de haber visto imágenes dramáticas a lo largo y ancho de todo el planeta, que filósofos, escritores, artistas e incluso científicos hayan relativizado esta tragedia asociando el manejo político y sanitario de la pandemia con la dictadura, el terror o el terrorismo de estado y la amenaza del comunismo. Oímos alguna vez y hace ya un tiempo que era la duda, no el disparate, una jactancia de los intelectuales.
El conurbano de Estocolmo
Tampoco han faltado comparaciones insólitas; con países, ciudades, sociedades y culturas que poco o nada tienen que ver con la nuestra. Salvo Suecia, claro, que como nosotros también tiene los cuatro climas, y Estocolmo la avenida más ancha de Escandinavia. Al parecer, en este Cambalache recargado del siglo XXI no da lo mismo ser un burro que un gran profesor, es mejor.
Presidente por un día
No se trata de Adolfo Rodríguez Saá sino de otros. Parece inevitable que los presidentes en algún momento sientan que les está permitido decir (y hacer) cualquier estupidez. “Se la creen”, “se van al pasto”, dirían en el barrio. Donald Trump suele ser bastante prolífico en este sentido pero más al sur no se quedan atrás. Menem se ha hecho famoso con su recordado viaje estratosférico a Corea y Evo Morales se lució en gran forma con su teoría de la relación entre consumo de pollo y homosexualidad. Macri ha dicho y dice tonterías con gran soltura y naturalidad pero también con intencionalidad como una forma de autorizar y habilitar la estupidez como forma y estrategia posibles de argumentación. Bajar al límite de lo tolerable el nivel de discusión y si pasa, pasa.
Todo lo que necesitamos es amor
A pesar de todo, son estos nuestros tiempos, buenos tiempos para enamorarse. Veníamos de unos años en que se nos propuso enamorarnos de Christine Lagarde. Con todo respeto, pero hay que estar muy necesitado, económicamente me refiero, para enamorarse de esa mujer. Igual, gustos son gustos. Y como aquello lamentablemente no pudo ser entonces nos enamoramos de la cuarentena. Hay que ser…
Flota-flota para todos y todas
La gente del ámbito de la Cultura (cultura con mayúsculas) también quiso aportar ideas y armaron una provocadora escenografía para acercarse a la gente o para alejarse, da igual. “Cada cual a su corral”: y para no quedarse afuera se quedaron adentro.
Todo va mejor con Dióxido de Cloro
En el estado en que se encuentra el periodismo televisivo desde ya hace bastante tiempo todo vale, especialmente lo que no vale nada. Periodistas (políticos, deportivos y del espectáculo), comunicadores, economistas, escritores, filósofos -en síntesis, influencers- todos juntos en un mismo lodo compiten por un espacio y unos minutos de estupidez que después todos los medios reproducen al infinito hasta que una nueva tontería pasa a ser trending topic.
Lisa y llana
Hubo quien para demostrar que la tierra es plana se embarcó, en realidad se subió, a un experimento que le costó la vida. Lisa y llana es, a veces, también la estupidez. Para sumar, es común dando vueltas por la ciudad dar con pintadas que reivindican el derecho a no bañarse. Por ahí es el comienzo de algo más importante pero en principio huele mal. En las marchas anticuarentena se han sacado chispas la idiotez y la irresponsabilidad de un modo que genera vergüenza ajena pero también preocupación.
El peligro de la Estupidez
“El peligro de la Inteligencia” es un valioso texto en portugués de autor anónimo que cuenta la anécdota de cuando el joven Churchill dio su primer discurso en la Cámara de los Comunes. Al terminar, fue a pedir opinión a un viejo camarada amigo de su padre quien en tono paternal le dio un consejo tardío: “has cometido un gran error. Fuiste demasiado brillante en tu primer discurso y eso es imperdonable. Debiste haber comenzado un poco más en la sombra, tartamudear un poco. Con la inteligencia que demostraste hoy te habrás hecho, como mínimo, unos treinta enemigos. El talento asusta”
Buena parte de la llamada Batalla Cultural es, en un sentido, la disputa territorial en la que pelean cuerpo a cuerpo inteligencia y estupidez por ganar un espacio de mayor influencia popular. Sin embargo, no es una pelea en igualdad de condiciones. “Hay que reconocer -cito al mismo texto- que los mediocres son más obstinados en la ocupación de espacios de poder, y son demasiados los burros ejerciendo el poder y mandando sobre hombres de inteligencia”
El empoderamiento de la estupidez, su abrumadora omnipresencia a la que nos vamos acostumbrando está arrinconando a la inteligencia con el riesgo de convertirla incluso en una desventaja.
La de la inteligencia contra la estupidez será una de las batallas que habrá de librar Alberto Fernández y el gobierno del Frente de Todos. También la ciudadanía en general. Sin embargo, será el resultado de la batalla contra los formadores de precios (es decir, por el control definitivo de la inflación), contra los especuladores financieros (es decir, por la estabilización de una vez por todas del tipo de cambio) y sobre el problema de la inseguridad ciudadana (es decir, del control de las fuerzas de seguridad) la que dentro de menos de 4 años nos diga si este proyecto popular fue exitoso o no.
El resto, como dicen en algunos círculos intelectuales, es paja. Y disculpen si dije una estupidez.
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