Si comparamos el distinto tratamiento de la imagen durante los sucesivos brotes del Ébola en países africanos con el que se le está dando en Europa a la crisis del COVID-19 observamos que la protección de la dignidad humana sigue estando atravesada por la colonialidad del poder.
Ébola stops with me, campaña en Sierra Leona. Foto: DFID
SAIBA BAYO
POLITÓLOGO Y FILÓSOFO
POLITÓLOGO Y FILÓSOFO
La pandemia del COVID-19 nos invita a repensar la otredad y la construcción del imaginario, cuestionar nuestros hábitos comunicacionales y nuestra forma de ver la normalidad que envuelve la exposición de las imágenes de las víctimas.
Cuando estalló la pandemia en Wuhan, China, las autoridades europeas reaccionaron de inmediato repatriando a sus ciudadanos, ignorando las recomendaciones de las autoridades sanitarias chinas. Todo quedaba en manos de los países europeos para proteger a los ciudadanos europeos. Hoy nos podemos preguntar si todo aquello no era una maniobra geopolítica que buscaba proteger y reforzar la imagen de Europa. Mientras escribo este texto, Italia ya ha superado a China en número de muertos. Lo que estaba en juego no es solo la vida de los europeos sino la imagen de Europa, del sacrosanto eurocentrismo.
No importaba lo que podía ocurrir. Los ciudadanos franceses, italianos, alemanes españoles… debían volver a casa, con o sin la enfermedad, para ser atendidos. No importa si morían otros españoles por culpa de los recortes en la sanidad pública y se negaba la atención médica a extranjeros en situación de irregularidad administrativa. Los políticos salen a decir: nuestro sistema sanitario está preparado para hacer frente a esta enfermedad, ya lo hicimos en otras ocasiones. Era Europa en toda su quinta esencia la que hablaba, multiplicando las declaraciones para tranquilizar a españoles, franceses, alemanes... Los medios de comunicación sacaban su artillería pesada para proceder a un bombardeo neuronal con las imágenes apocalípticas de una “China en decadencia”. En España, los medios habían afianzado un triángulo semiótico del apocalipsis chino y reforzado la imagen de una España fuerte, ordenada y segura de sí.
Por desgracia, la pandemia no tardaría en llamar a la puerta de los españoles y no hemos tardado en darnos cuenta que eso de la “fortaleza” es un cuento de hadas inculcado en la mente de los europeos. Hoy nuestra cotidianidad supera cualquier filme de ciencia ficción. Confinados en las casas podemos congratularnos porque se está preservando la dignidad de las víctimas con la gestión de las imágenes. Al principio del brote, el portavoz del gobierno español dijo que las autoridades harían todo lo posible para preservar la identidad de los afectados. Una cuestión que muchos pensamos que debía ser prioritaria.
Cumplir esta promesa no está siendo tarea difícil. A pesar de algunas noticias acerca del contagio de algunos políticos afectados, los medios de comunicación se autocensuran en mostrar imágenes de los enfermos. Hasta en las que nos muestran de los pasillos de los hospitales están a salvo. Lo que me parece estupendamente correcto, así es como debería ser para todas las pandemias del mundo. Desafortunadamente, tenemos todavía las imágenes frescas de algunos reportajes casi sensacionalistas de los brotes de epidemias en África. El tratamiento de la imagen durante los sucesivos brotes del Ébola es países africanos muestra que la protección de la dignidad humana sigue estando atravesada por la colonialidad del poder.
Se puede exponer la cara de la muerte por causa del Ébola en África y no mostrar ninguna víctima mortal por el Covid-19 en Europa. Es la contraposición de la humanidad a la inhumanidad, del progreso al atraso, del orden al desorden.
En el caso africano, la veracidad de cualquier información sobre cualquier enfermedad o pandemia, por desgracia, es corroborada a través de la exposición en los medios europeos de los cuerpos sin vida. Es habitual mostrar los cuerpos agonizantes en los pasillos de los hospitales, los cadáveres envueltos en plásticos siendo transportados por voluntarios cubiertos de la cabeza a los pies o las tumbas abiertas en los cementerios polvorientos a la espera de los sepultureros. Si la tragedia es provocada por la acción humana como suele ser el caso con los ataques de los grupos armados y los fundamentalistas religiosos, se muestran los cuerpos calcinados y los cadáveres en estado de putrefacción.
Las imágenes no son inocentes y el uso que se hace de ellas determina las relaciones de poder. Desde los cuadros de pintura, las fotografías, las películas y los reportajes televisivos, todas las imágenes trasmiten una idea de nosotros en oposición con nuestra idea del otro. La imagen da forma a nuestras ideas, viste a nuestras palabras y les procura su alma, les da vida. La imagen favorece la interacción de las personas sin la necesidad de entrar en contacto físico. Deleuze pensaba que la imagen es aquello que actúa sobre otras imágenes y reacciona a la acción de otras imágenes: L'image c'est ce qui agit sur d'autres images et ce qui réagit à l'action d'autres images.
Ousmane Sembène ha expresado en muchas ocasiones su pavor por la imagen. Padre del cine africano por haber realizado en 1966 la primera película africana en África, dirigida por un africano, con actores cien por cien africanos y en una lengua africana, el wolof. Sembène nació y creció bajo la colonización francesa, de modo que estaba familiarizado con la obsesión que tenía la administración colonial con las imágenes sin vida de los africanos diseminados por todas partes. Esta obsesión con el horror del africano no es fortuita. Refuerza la idea y la narrativa de una África atrasada, caótica, sucia, pobre, miserable, violenta y decadente. Se puede exponer la cara de la muerte, dibujada en los cuerpos sin vida de los africanos por causa del Ébola y no mostrar ninguna víctima mortal por el COVID-19 en Europa. Es la contraposición de la humanidad a la inhumanidad, del progreso al atraso, del orden al desorden.
Uno debe alegrarse de que no hayan mostrado los cuerpos de las víctimas por el COVID-19. Las dudas surgen cuando nos posicionamos ante la imagen que Europa se ha construido de sí misma y su proyecto pedagógico de la modernidad. Según Richard Rorty, la narrativa de la modernidad se nutre de la idea de que el europeo puede usurpar el sitio de Dios, es Dios. Esta imagen del europeo se renueva constantemente a lo largo de los siglos. Debemos recordar que la supuesta superioridad europea se ha preservado con los “metarrelatos” y la racionalidad metonímica de la postmodernidad. Inventada durante la Ilustración, esta imagen de Europa se ha perfeccionado durante la época colonial y la invención del cine en las primeras décadas del siglo XX, con la banalidad de la muerte del colonizado.
Cuando éramos adolescentes, solía reunirme con los amigos para ir a ver los westerns o las películas de Rambo en el único cine de la ciudad de Tambacounda, la capital regional del Senegal oriental. Tras ver las películas salíamos convencidos de la crueldad de unos indios vestidos con taparrabos y plumas de pájaros atacando a los blancos con flechas. Estábamos seguros de que los vietcongs y los soviéticos eran los malos y que los “americanos” eran unos héroes que estaban defendiendo un mundo libre. Todavía recuerdo que todo el cine se ponía a aplaudir cuando se aplastaba a los guerrilleros vietnamitas como hormigas y percibo todavía la cara de tristeza cuando los soldados “americanos” quedaban atrapados por trampas rudimentarias. Las imágenes nos contaban una versión de la historia del mundo, un mundo donde solo los valores del capitalismo pueden salvar a la humanidad.
La imagen ha estado estrechamente ligada a la pedagogía colonial para destrozar las formas de vidas de los pueblos colonizados.
La imagen ha jugado un papel estratégico para la propaganda colonial y sigue siendo determinante para el mantenimiento de las relaciones de dominación que rigen las relaciones entre Europa y el resto del mundo. La imagen ha estado estrechamente ligada a la pedagogía colonial para destrozar las formas de vida de los pueblos colonizados. El papel educativo de la imagen cinematográfica radica en la posibilidad de fomentar la alienación y la domesticación en masa de los colonizados. De hecho, el cine colonial respondía a la necesidad de producción de peones para el funcionamiento de la maquinaria colonial y el logro del propósito colonial: la dominación mental.
Todavía hoy la imagen del africano en los medios occidentales responde a una serie de propósitos. Suelo hacerme dos preguntas cuando veo a un negro africano en una televisión (nacional, autonómica o local) en España: ¿qué perfil tiene? ¿para qué fin sirve? Una imagen caótica de África sirve para escenificar la incapacidad de los africanos de crear las condiciones básicas para vivir. Esta narrativa impacta en los espectadores que no necesitan pensar las relaciones incestuosas y neocoloniales entre las élites africanas y europeas. No necesitan cuestionar el pillaje y el robo de los recursos de África. En definitiva, la imagen del africano y de África, estratégicamente colocada en los medios europeos, convence al europeo de lo afortunado que es.
Las imágenes no son inocentes y condicionan nuestra manera de ver el mundo y de aceptar las reglas del juego sin necesidad de entenderlas. Sin utilizar las palabras, las imágenes de un africano en los medios europeos responden en general a un doble objetivo. Por un lado, sirve a la estrategia de fabulación de África y justifica su subyugación, su dominación, su explotación, su perpetua colonización. Por otro lado, confirma la “superioridad” del europeo y su derecho de rechazar y excluir al africano de sus espacios. Disfrazándose de periodistas comprometidos con la verdad, pueden mostrar las imágenes de los cadáveres de los africanos mientras se autocensuran a la hora de mostrar las víctimas mortales europeas por el COVID19 ¿para no herir sensibilidades?
1 comentario:
Gracias por la información.🤗🙏
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