4/03/2020

el estado tiene que intervenir hasta en la muerte


CÁLCULO DE ALMACENERO CON PRETENSIONES DE ALGORITMO


Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont
El Gobierno español prohibió el aumento del precio de los servicios funerarios como consecuencia de la expansión de la demanda (muertes) a causa de la pandemia de coronavirus. Este pequeño detalle demuestra cómo hemos perdido el juicio, dejando en manos del mercado cualquier directriz relevante, pero cuando es necesario, el Estado tiene que intervenir hasta en la muerte. Las aberraciones fundamentalistas no se suspenden, y solo con el fin de direccionar las profecías se animan a realizar estimaciones basas en dudosos positivos.
La idea de presagiar el futuro es central en la disputa por la distribución de las cargas fiscales y la atracción de fondos públicos en cualquier lugar del globo en épocas de normalidad económica. No importa si los grandes bancos pronostican escenarios de configuración numérica aterradora para Estados Unidos y el mundo, o que Techint, la mayor empresa de ingeniería y construcciones argentinas, despida 1.450 trabajadores en plena crisis sanitaria. Ninguna de ellas es accidental ni moralmente aceptable en una pandemia.
Lo interesante es que las medidas no farmacológicas, como el cierre de colegios, teatros e iglesias; la prohibición de reuniones públicas y funerales; la puesta en cuarentena de los casos sospechosos y la restricción en los horarios de apertura de negocios, no solo redujeron la mortalidad, también mitigaron las consecuencias económicas adversas de la pandemia, según el artículo Lecciones de 1918 de gripe española.
Y aquí comienzan a expresarse dos representaciones diferentes en apariencia. Los gobiernos autoritarios y eficientes en la vigilancia cibernética, por un lado, dícese de los asiáticos que obtuvieron resultados sobresalientes y muy discutidos con el coronavirus,  y, por otro lado, las endebles y cuestionadas democracias occidentales que terminan jugando para el mercado.
Daría la sensación que las diferencias son marcadas, según el artículo La emergencia viral y el mundo de mañana. Los asiáticos tienen una mentalidad autoritaria, confían más en el Estado y no les molesta la vigilancia digital. Esta idea queda plasmada en China y un sistema de créditos tipo Black Mirror, que sanciona o recompensa a los seguidores del régimen. En el mismo sentido pueden funcionar las 200 millones de cámaras de vigilancia con reconocimiento facial a las salidas de las estaciones que capturan de forma automática la temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles, señala el autor. Quien se aproxima en Corea del Sur a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la “Corona-app” una señal de alarma en su celular.
Esta es una inequívoca señal de control social, que da cuenta que el Big Data resulta más eficaz para combatir virus y manipular a las personas. Este direccionamiento autoritario y digital parecería que obtiene resultados más eficientes no solo para lidiar contra la pandemia, sino para elaborar y planificar objetivos de políticas económicas de largo plazo que generen beneficios sociales.
Sacar de la pobreza a 800 millones de personas en China, definir, a través de planes quinquenales, metas a cumplir y objetivos de desarrollo (Made in China 2025) o proteger, impulsar o promocionar sectores estratégicos, como Samsung en Corea del Sur o Toyota en Japón, le generaron beneficios al autoritarismo dirigista impensados o desconocidos para Occidente.
La historia del desarrollo económico occidental no dista mucho de subsidios, protecciones y del intervencionismo estatal, pero lo importante es la utilización del Big Data y la idea que las democracias actúan en forma diferente a los autoritarios asiáticos. Google, que es un motor de búsqueda, se nutre de la información de tus búsquedas, crea tu perfil, sabe tus preferencias, tu localización, esta al corriente de todas tus acciones aunque no lo quieras, rastrea tus pasos, conoce tus gustos y sabe a dónde vas.
Facebook, Twitter venden tus datos a empresas o a organizaciones. Los datos tienen una utilidad central en la época del Big Data, permiten que las empresas puedan utilizarlos para muchas tareas relacionadas, desde sondear la opinión pública hasta medir la receptividad ante ciertas ideas o productos. También pueden servir para ganar elecciones, como lo dejó claro el escándalo de Cambridge Analytica, al conocer la conducta del usuario, su estado de ánimo, preferencias políticas y odios de clase. Y hasta sirven para hacerle creer noticias falsas.
No parece existir alguna diferencia en cuanto a la vigilancia virtual entre asiáticos y occidentales, los algoritmos de las redes sociales están optimizados para favorecer la difusión de publicidad, sea esta falsa o verdadera. La idea central es vigilar desde la sombras e inclinar las preferencias, sociales, de consumo, las ideologías, y no para prevenir, auxiliar, colaborar en acciones colectivas que nada tengan que ver con beneficios.
La discrepancia se centra en los beneficios, como en el caso del presidente americano y el coronavirus, prefiriendo el fin del mundo que el fin del capitalismo, algo similar a lo planteado por el establishment argentino. Ni el presidente americano ni los dueños de la Argentina fueron emprendedores, creativos en la producción y asignación (aquí no hay mercado) de equipos de protección y respiradores. En vez de agrupar y colaborar, y utilizar las redes que les sirvieron para ganar presidencias o engañar a la sociedad, el presidente americano les comunicarle a los gobernadores que la Casa Blanca no trabaja de delivery y en la Argentina solicitaron que toquen las cacerolas.
Entonces no parecería haber demasiadas diferencias, como dice la revista Panamá, en el artículo “Lo que te tocó”, entre “Wuhan, una suerte de Manchester con ojos rasgados, su Estado totalitario y tecnológico –leninismo con algoritmo-“ y las democracias dibujadas con finalidades simplemente mercantiles y reinos del consumo. “La epidemia funciona como una máquina de rayos X que revela de manera cruel la osteopatía de todos los poderes, su verdad profunda”. 
La pandemia pateo el tablero y desterró la lógica sistémica, abrió nuevas ventanas de posibilidades y nacionalizó la pobreza y las políticas públicas. Hoy las fronteras de los Estados están tan cerradas como la de nuestras casas: cada individuo o familia es un país con su propio régimen y eso evoca una nueva forma de hacer política económica. Hoy los cálculos de almaceneros se reproducen de manera asombrosa, con datos aterradores que siguen la lógica de la Doctrina del shock de Noami Klein.
Normalmente el pronóstico de crecimiento del PBI de una determinada economía era de, supongamos, un 3%, y durante el año algún evento modificaba su crecimiento a solo el 1%. Así, esa economía se reducía en -2% puntos, y no en un -66%, que es lo mismo, pero en cuanto a las expectativas una reducción de 2/3 partes resulta más chocante que una retracción del 2%. Bueno, últimamente los bancos, en su afán por pelear de manera anticipada los fondos federales de EE. UU. y de la Unión Europea, expresan la contracción bajo el formato que genera alarma inmediata.
Así, el Deutsche Bank predice que el PIB de la zona euro se resentirá en el primer trimestre del año, donde la caída del PIB superará el 22% para la zona euro y será de un 13% para EE. UU. Esta sería la mayor caída del PIB desde la Segunda Guerra Mundial. La caída de Estados Unidos sería de 2.5% a 2.20%, lo que, sin duda, suena diferente. Goldman Sachs, Morgan Stanley, JP Morgan trabajan con la misma lógica.
Por qué no actuarían con el mismo racionamiento, si la propia Reserva Federal Americana (FED) contrató a la división Financial Markets Advisory de BlackRock para que actúe como gestora de compra de bonos corporativos y activos respaldados por hipotecas emitidas por las agencias del gobierno de Estados Unidos. O sea, se contrata a la mayor gestor de activos del mundo para que compre donde puede perder. ¿¿¿Se entiende lo de Techint???

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