Pablo Papini
La nota que 15 diputados de Juntos por el Cambio le enviaron al presidente de la cámara, Sergio Massa, en apoyo a las sesiones legislativas virtuales que propone el oficialismo plantea un giro drástico en la dinámica política de los últimos años en Argentina. No es menor que algo más de 10% del bloque opositor más robusto haya decidido sumarse a una movida que la vicepresidenta CFK se encargó de llevar hasta los escritorios de la Corte Suprema de Justicia.

En 2015, Cambiemos ganó sumándole al voto antiperonista clásico, el que lo va a acompañar en cualquier coyuntura, un fragmento de clases medias que habían formado parte del 54% con que Cristina había sido reelecta cuatro años antes, y que, dado el agotamiento del modelo económico kirchnerista que se experimentó desde 2012, huyeron hacia Mauricio Macri en aquel balotaje, con escala intermedia en Massa, entonces tercero en discordia.

Lo que siguió es historia conocida. El espanto ante un remedio que fue peor que la supuesta enfermedad y la astucia política de la presidenta mandato cumplido en ofrecer un puente a través de Alberto Fernández que sirvió para que a quienes se habían enojado con su segundo episodio les fuese menos ofensivo el retorno, simbolizado en la reconciliación con el tigrense –acaso la mejor representación de ese segmento menos aferrado-.

De allí en más, al interior de lo que quedó del cambiemismo se libra una batalla entre los afines a embajadas y a servicios de inteligencia, que sostienen la necesidad de reforzar el cortejo al voto duro oponiéndose a todo violentamente; y otros, más ligados a opositores con responsabilidades de gobierno, que opinan que, siendo ya seguro aquel acompañamiento, lo que hace falta es reconciliarse con la ciudadanía que carece de pertenencias, sufraga según los momentos y que, por ahora, sigue apoyando al presidente Fernández, sobre todo en el marco complicadísimo que supone una pandemia. Aparte, se insiste, la gestión del drama sanitario y económico es compartida entre el jefe de Estado, gobernadores e intendentes. Si de por sí no convenía seguir agitando conflictos, mucho menos en medio de esta tragedia.

Los primeros son mayoría en los bloques legislativos, reflejo del poder excesivo de la lapicera de Marcos Peña que probablemente también haya influido en el deficiente armado que colaboró con la derrota de Mauricio Macri en 2019 tanto como su desastroso mandato. Además, al coincidir –por decirlo así- en su talante antikirchnerista con los grandes medios de comunicación, pese a no mandar en los territorios, cuentan con más recursos para hacerse oír. Entre eso y cierta timidez para el coraje de los moderados, que se inspiran en la prédica consensual de Emilio Monzó y Rogelio Frigerio, las polémicas domésticas del bloque en la cámara baja siempre se venían saldando a favor de los duros.

En el Senado es distinto porque la tropa oficialista allí es mucho más robusta. Ergo, a pesar de ciertos escándalos en Diputados (intento de boicot a la primera sesión albertista, griterío por la presencia de Daniel Scioli cuando se trató la eliminación de las jubilaciones de privilegio de jueces), el Frente de Todos no ha tenido para avanzar más problemas que los televisivos.

La vocación por tensar la cuerda aún en medio del combate exitoso al COVID-19, buscando una sesión presencial que pondría en riesgo a alrededor de mil personas (entre legisladores, asesores, auxiliares, seguridad, etc.) pese a que sobra número para celebrarla por vía telemática, se convirtió en la ocasión especial para que por fin llegase la tan anunciada y hasta aquí nunca concretada diferenciación. Es cierto que el propósito de ayudar a quien tiene que lidiar la crisis global más dura desde el crack de 1929 les facilitó el paso. También colaboró la presentación cristinista ante el máximo tribunal, que despejó dudas formales. Digresión: ¿cuándo dejarán de subestimar a quien venció en tres elecciones presidenciales, no?

Nada quita que se trata del primer antecedente de juego parlamentario distinto, sobre todo si la fracción irracional opta por tramitar estas disidencias acelerando la escalada agresiva. Corren riesgo, así, de profundizar la esterilidad de sus posiciones, si el resto logra construir agendas de consenso, en lo que a partir de ahora deberán ser hábiles Massa y Máximo Kirchner. Significativo todo esto, por último, en el contexto de la temperatura que promete levantar el impuesto a grandes fortunas. Aunque los cambiemistas rebeldes no toquen el botón afirmativo, como enseñara Teresa García, “algunas leyes se votan con la mano; y otras, con el culo”.