7/01/2018

larga vida a perón, el general que no fue libre: "estoy cansado, gracias a todos, pero ya quiero morir"



Hay cierta polémica sobre la edad en que Perón murió hace hoy 44 años.

No hay dudas de que el episodio de muerte ocurrió en torno a sus 80 años y arrastrando condiciones físicas muy deterioradas ya desde años antes y que lo acompañaron agravándose durante su tercer mandato presidencial, deterioro que explica en parte el curso bamboleante de aquel breve último gobierno.

Finalmente no resultó virtuosa la obligación a que se lo sometió a Juan Perón: Asumir la presidencia del país con tantos años sobre el lomo y sus inevitables marcas psico-físcas que limitaron sus capacidades.

La pretenesión de soslayar los límites, tan común ayer como hoy, colaboró decisivamente en la tragedia que supuso el tiempo que sobrevino a su muerte, episodio trágico que recordamos hoy.

No hay que desafiar al destino. Sobre el encadenamiento a la extensión de la vida física , leemos sobre dos episodios bien lejanos a la política y sus liderazgos, pero muy reveladores en el terreno subjetivo.


"He sido infeliz cada día de mis 128 años... Esto es un castigo de Dios"

Koku Istambulova, chechena, derrumba varios mitos de calidad de vida: "Mi vida ha sido miserable y no tengo ni idea cómo llegué a esta edad".


No hice nada especial para vivir tanto, pienso que es un castigo de Dios...". Las palabras de Koku Istambulova, una mujer rusa que según admite el propio Kremlin tendría 128 años, suenan tranquilas, aunque el mensaje que dejan es devastador. Sucede que todo lo que puede asociarse con felicidad y calidad de vida en su caso choca con sus palabras, amargas y de bruces con sus documentos: "Mi vida ha sido miserable, he sido infeliz toda mi vida, cada día de mis 128 años, no recuerdo días felices... Y cuando me preguntan qué hice para vivir tanto, siempre respondo lo mismo: no hice nada, no tengo ni idea de cómo he vivido tanto. Yo dije, lo considero un castigo de Dios...". 

Ante semejante cuadro, que traza sin siquiera alzar la voz, todas las preguntas de quienes llegan a verla en las preguntas a esta mujer chechena pierden entidad. Istambulova dice que no le gusta la carne y si la leche fermentada, mientras afirma que confía en que 'la voluntad de Dios' hará que viva hasta el próximo mes, cuando cumpliría 129 años. La afirmación de la edad de Istambulova es reconocida por el gobierno ruso, y se basa en su pasaporte interno, con fecha 1 de junio de 1889. Los números de su longevidad resultan tan impactantes que, tal como destaca el Daily Mail, la anciana Koku tenía 27 años cuando la Revolución Rusa derrocó al zar Nicolás II, tenía 55 años al cuando el derrumbe de Adolf Hitler marcó el final de la Segunda Guerra Mundial, y tenía 102 cuando la Unión Soviética colapsó hace una generación. 

Cuando le preguntan por la Segunda Guerra, dice que recuerda "terrorificos ataques nazis" en su aldea de Chechenia, y cuanta como el dictador Joseph Stalin los deportó con miles de chechenos a Kazajstán y Siberia. El feroz Stalin acusaba a los chechenos de "colaborar con los nazis" y de allí su furia con ellos. La humilde casa de Koku Istambulova, en el campo en Chechenia. "Veo a personas que viven mucho haciendo deportes, comiendo cosas especiales y haciendo ejercicio, pero yo no hice nada de eso. Siempre he trabajado duro, cavando en el jardín. Pero ya estoy cansada. La larga vida no es para nada un regalo de Dios, para mí es un castigo, no he tenido ni un día feliz", señaló Koku. La anciana todavía habla con claridad y come sola, pero reconoce que "mi vista falla". 

Con semejante longevidad, ha enterrado a todos sus hijos, uno de ellos muerto a los 6 años. La más longeva de sus hijas fue Tamara, que murió en 2012 a los 104 años. "He sobrevivido la guerra civil rusa (la caída de los zares), a los nazis, la deportación de 1944 a Siberia y dos guerras de Chechenia, es demasiado..."



Aunque no había llegado tan lejos, justamente esa frase de cansancio es la misma que había pronunciado hace poco David Goodall, el científico inglés de 104 años radicado en Australia, que optó por el suicidio asistido en una clínica suiza. "Estoy cansado, gracias a todos, pero ya quiero morir", les dijo Goodall a sus familiares, que respetaron su decisión y lo acompañaron a Suiza para el final. "Habría preferido terminar en Australia y lamento mucho que Australia está atrasada con respecto a Suiza" en esta cuestión, dijo en la rueda de prensa en un hotel de Basilea. "No quiero seguir viviendo", afirmó. El científico había salido de Australia la semana pasada para visitar a su hijo, que vive en Burdeos (Francia), y luego se fue a Suiza. 

El suicidio asistido, organizado por otra fundación suiza, Eternal Spirit, tuvo lugar en un apartamento en el que Goodall murió rodeado de sus nietos y de un amigo. 

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