10/17/2017

17 de octubre : "de todo laberinto se sale por arriba "



Una tarde del invierno de 1933, una muchedumbre como nunca se había visto se congregó en el centro de Buenos Aires para asistir al entierro de Hipólito Yrigoyen. Esa demostración popular sólo mereció desprecio y desdén a la oligarquía gobernante: se trataba de una chusma que, gracias a la diligente acción policial cuando había elecciones, no afectaba para nada la hegemonía social y política de los selectos.

Doce años más tarde, la ciudad volvió a ser ocupada por una multitud que se volcaba en un acto de adhesión a su caudillo. Esta vez los sectores privilegiados no se burlaron: todavía les dura el pavor y el odio que les provocó ese 17 de octubre. Y también la ignorancia sobre el significado profundo de lo ocurrido.

Es que el fenómeno escapaba a la capacidad de comprensión de las clases dominantes. Aceptaron la explicación de que se trataba de una manifestación de malvivientes, grupos de desclasados y marginales (“lumpenproletariat”, aclararon los cultos de su “izquierda” cipaya), reclutados por la policía. Así fue como pocos meses después, el misterio policial de octubre se transformó en el misterio matemático de febrero: todos los partidos políticos, los dueños de todos los votos, eran derrotados electoralmente por las organizaciones que habían formado apresuradamente el nuevo movimiento nucleado en tomo a Perón.

Pasado el desconcierto de ese desastre imprevisible, los partidos de la Unión Democrática se refugiaron en interpretaciones de un idealismo delirante, que les permitía no sólo negar la legitimidad del nuevo régimen surgido del más estricto respeto a las normas de la democracia que ellos postulaban, sino continuar reivindicando la condición de representantes de la voluntad de esa ciudadanía que los desconocía repetidamente en los comicios. 

El peronismo —decían— era el resultado de la aplicación de técnicas totalitarias de manipuleo de la opinión de las masas, y por lo tanto era lícito recurrir a la violencia para derrocarlo; su irrespeto por el liberalismo económico y por los valores culturales impuestos por cien años de semicoloniaje fue invocado como prueba de que se trataba de una versión aborigen de los fascismos derrotados en Europa. Una vez más, las fuerzas del viejo régimen empleaban fórmulas de interpretación trasladadas de la realidad ultramarina

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