Mauricio Macri va a cumplir el próximo mes de diciembre dos años como presidente de la República Argentina. Alcanzará la mitad de un mandato marcado por el drástico descenso de su popularidad, el enfrentamiento con los principales sindicatos y la promesa aún incumplida de mejorar la situación económica del país. Las elecciones legislativas del mes de octubre serán el mejor baremo para comprobar con cuánto respaldo social siguen contando el líder argentino y Cambiemos, la coalición política que lidera.
En la memoria de los hinchas del histórico club argentino Boca Juniors ocupa un espacio especial la final de la Copa Intercontinental del año 2000. Dos goles del delantero Palermo en apenas seis minutos de juego frente al poderoso Real Madrid convirtieron ese encuentro en uno de los momentos más gloriosos de la entidad deportiva bonaerense. En el palco del estadio nacional de Tokio se encontraba el presidente del equipo, Mauricio Macri, un joven empresario argentino de 41 años que comenzaba a adquirir una cierta popularidad en la sociedad de su país. Sin duda alguna, fue una de las noches más felices para el hombre que años después se convertiría en presidente de la república.
Este ingeniero civil, hijo del afamado empresario de la construcción Franco Macri, tuvo una infancia y adolescencia plácidas gracias a la fortuna que su familia comenzó a amasar con los negocios paternos. Pudo desarrollar sus estudios tanto en la Universidad Católica de Argentina como en las prestigiosas universidades estadounidenses de Columbia y Pensilvania. Con apenas treinta años, su destino estaba marcado para seguir los pasos de su padre y hacerse con la dirección de los negocios familiares. Sin embargo, Mauricio Macri tenía dos pasiones que protagonizaban sus charlas con sus amigos de la élite de la capital: el fútbol y la política.
Mientras la potencia sudamericana se subsumía en una profunda crisis política y social a principios del siglo XXI, el joven hombre de negocios se hacía cargo del mítico Boca Juniors, toda una entidad social en el país argentino. Entre 1995 y 2007 la presidencia de Macri estuvo marcada tanto por los triunfos deportivos a nivel nacional e internacional como por la pujanza económica del club y por su conversión en toda una marca comercial mundial. La reputación de la gestión realizada en el equipo xeneize, junto a su experiencia en el mundo de los negocios, le valió el crédito suficiente para dar el salto a la política. Su mirada comenzaba a fijarse en la Casa Rosada.
Y después de los Kirchner llegó Macri
Cuando en octubre de 2011 Cristina Fernández conseguía una victoria apabullante sobre el resto de candidatos tras postularse para un segundo mandato, los sectores oficialistas de ese momento lo entendieron como el espaldarazo definitivo a las grandes políticas sociales aplicadas mientras los sectores liberales y conservadores quedaban desorientados e incapaces de construir un discurso alternativo y fiable a la inmensa popularidad de la presidenta. En Argentina la carrera a la presidencia no dura solo el año de primarias y comicios electorales, sino que empieza mucho tiempo antes. En la noche misma en el que kirchnerismo se sentía invencible, el círculo más próximo a Macri comenzaba a barajar la posibilidad de postularse en cuatro años.
Hasta llegar a la segunda vuelta de las presidenciales de 2015, Macri intentó situarse en el complicado tablero político argentino en aquella zona que le pudiera resultar más beneficiosa y distinguirlo del resto de candidatos. El espectro de izquierda y centroizquierda ya estaba casi totalmente copado por los grupos políticos afines a Cristina Kirchner, incluso contando con la presencia de Daniel Scioli, un personaje mucho más centrista y moderado que la presidenta. El empresario bonaerense tenía que jugar la baza de ser el representante de aquellos segmentos sociales y políticos que no se sentían conformes con el legado de los Gobiernos de los Kirchner y que buscaban un nuevo referente que introdujera cambios drásticos en el devenir nacional.
Sus puntos fuertes se encontraban tanto en sus propias virtudes como en la debilidad de su máximo rival para la presidencia. Macri había alcanzado una buena reputación tras su gestión al frente del Gobierno de Buenos Aires (2007-2015); era apoyado por los principales círculos económicos y empresariales del país, así como por una gran parte de los medios de comunicación. Además, tenía una personalidad más carismática y afable que Scioli, el cual tenía que hacer frente a la alargada sombra de Kirchner, quien no mostraba signos de querer alejarse tan fácilmente del poder y de dejar de ejercer influencia sobre el Partido Justicialista. Por otra parte, el candidato del conservador partido Propuesta Republicana presentaba un programa que intentaba enmendar las líneas maestras económicas de los pasados Gobiernos kirchneristas, luchar contra la corrupción y mejorar el funcionamiento de la Administración Pública.
Las clases privilegiadas habían encontrado su candidato preferente, mientras que las clases populares se movían casi en gesto de agradecimiento a los Kirchner apoyando sin mucha convicción a Scioli. La batalla política se daría para convocar el voto de las clases medias y los jóvenes, quienes, en un sorprendente giro político, finalmente se decantaron por el magnate argentino. Esta victoria supuso una hecatombe nacional y regional, ya que Latinoamérica perdía uno de sus principales referentes en el movimiento de izquierdas, así como el kirchnerismo veía cómo desaparecía todo el poder acumulado en una década y dejaba pendientes muchas de las medidas sociales, económicas e internacionales que habían sido estandarte de sus presidentes. Esos argentinos que habían conseguido una cierta prosperidad bajo Néstor y Cristina ahora les daban la espalda en busca de un ansiado cambio y más exigentes con el comportamiento de sus dirigentes.
Macri no tenía que liderar la nación por el arduo camino de una profunda recesión ni tampoco podía aprovechar los años de excelente bonanza para aplicar una distribución de la riqueza más equitativa. Él tenía que cumplir otro tipo de reclamaciones ciudadanas; sabía que su respaldo electoral no estaba en los barrios populares, sino en las zonas residenciales, en los centros de oficinas y en los despachos de las principales empresas. Su batalla con las principales plataformas sindicales y tejidos asociativos estaba perdida de antemano: muchos de estos seguirían abrazando la doctrina de los Kirchner. Su máxima preocupación en los próximos cuatro años tendría que ser aplicar reformas que hicieran aumentar su popularidad o, por lo menos, no perder los apoyos volátiles que le dieron las llaves de la Casa Rosada.
El próximo mes de octubre se celebran elecciones legislativas, el mejor barómetro para conocer el nivel de popularidad del mandatario. Estas elecciones seguramente marquen el devenir de la política argentina en lo que quede de presidencia, tanto para los oficialistas como para los kirchneristas. Una victoria de los candidatos próximos a Macri supondría la confirmación electoral tan deseada de que sus políticas, aunque con numerosos claroscuros, poseen el respaldo suficiente. Además, implicaría la sentencia política definitiva para Cristina Fernández, quien sigue sondeando la idea de volver a la primera línea de la acción. Una victoria de los partidarios de esta y Scioli tendría infinidad de consecuencias, pero la más segura sería que la imagen de Macri y su Ejecutivo quedaría enormemente dañada y afectaría a su credibilidad para aspirar a un segundo mandato.
Pese a que comienzan a acompañarle sombras de corrupción —algo que resulta ya tristemente intrínseco a la política argentina—, Macri mantiene un importante soporte social entre aquellos que le confiaron su voto. Las sucesivas movilizaciones no parecen herirle sensiblemente entre sus potenciales votantes; más bien son la confirmación de lo altamente dividida que está la república en la calle. En la figura de gestor económico, el presidente ha emprendido políticas reformadoras orientadas sobre todo a la liberalización de la economía, su desestatalización y la reducción del gasto público. El neoliberalismo tan repudiado y criticado por los dirigentes argentinos durante los Gobiernos de los Kirchner comienza a entrar de nuevo en la agenda nacional. Habrá que esperar a octubre de este año para saber si la mayoría del pueblo argentino está satisfecho con la gestión realizada.
Para ampliar: La presidenta. Historia de una vida, Sandra Russo, 2011
Más cómodo fuera que en su propia casa
Se ha convertido ya en una pequeña manía o tradición por parte del máximo dirigente argentino que, cada vez que la situación interna se complica, emprende un viaje al extranjero, donde su reputación por el momento es mucho más positiva. A finales de abril de este mismo año, Mauricio Macri fue uno de los primeros jefes de Estado y de Gobierno que fue recibido por Donald Trump en la Casa Blanca, en la que protagonizó un encuentro definido por medios argentinos y estadounidenses como extremadamente cálido y cordial. Ambos empresarios se conocían de anteriores negocios en la Gran Manzana, lo que provocó que el extravagante presidente estadounidense le tratara con mucha más cercanía y simpatía que a otros representantes que habían pasado por el Despacho Oval.
Macri no solo consiguió la instantánea afable con el máximo mandatario del mundo occidental; también se llevó consigo el respaldo público de los círculos económicos y políticos más poderosos de Washington. Como le ocurriera en febrero al visitar España, el dirigente argentino se encontró con un panorama internacional mucho más proclive de lo que se podría haber imaginado. Su disposición a cambiar drásticamente la política exterior mantenida por los Kirchner durante más de una década le abrió las puertas de aquellos Gobiernos que hasta el momento se habían mostrado reacios y suspicaces ante las alianzas y la agenda internacional implementadas por sus predecesores.
Al igual que ocurriera con la política económica y social, Macri también se marcó el objetivo de desmantelar las grandes líneas de actuación en el exterior de Cristina Fernández. En Argentina, un país en el que todo es debatible y se discute acaloradamente, las relaciones internacionales de la expresidenta, sobre todo con sus vecinos del Cono Sur y con Estados europeos como España, habían sido uno de los puntos más criticados por los sectores conservadores. El nuevo dignatario decididamente quería romper lazos con determinados actores y reconstruir puentes con otros. Fundamentalmente, el Gobierno argentino ha buscado desligarse apresuradamente del bloque bolivariano-socialista erigido por Venezuela y volver a abrir canales con otros aliados tradicionales.
Tanto Néstor Kirchner como su sucesora en el cargo habían abogado por una latinoamericanización de la agenda argentina, que animaba a fortalecer un bloque político construido con Gobiernos de izquierdas de la región: Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Sobre todo, el propósito era fortalecer la sinergia y constituirse como un bloque unido ante los organismos internacionales y los problemas mundiales. Aunque de esta iniciativa se desligaron los países ribereños del Pacífico —Chile, Perú y Colombia—, sus pretensiones no se han visto frenadas hasta que no se han producido cambios de Gobierno en algunos de ellos, como han sido los casos de Brasil y Argentina.
Macri se ha mostrado mucho menos combativo con el hegemón estadounidense y con las potencias europeas y ha intentado trazar una faceta más condescendiente con los inversores y empresas extranjeros. El fin último es el de presentar de nuevo a la economía argentina como un mercado atractivo e intentar posicionar mejor los productos nacionales en el exterior. En definitiva, se quiere tornar a un programa internacional más económico que ideológico, abandonar rencillas con terceros y alejarse de la asociación con Gobiernos tan polémicos como el venezolano. Bajo la batuta de Macri, el Ejecutivo argentino quiere volver a ser el mejor amigo en la zona de los Estados Unidos y de las capitales del Viejo Continente.
Su mayor desafío personal
La presidencia de Argentina es de sobra conocida como una de las jefaturas de Estado más complicadas del mundo, más aún si quien ostenta el cargo tiene que hacer frente a una delicada situación económica y a una población enormemente dividida. A lo largo de su campaña electoral, que le permitió superar sorprendentemente al oficialismo, Mauricio Macri abanderó un discurso regeneracionista apoyado en tres elementos fundamentales: su prestigio y experiencia como empresario y gobernador porteño, su talante para trabajar en favor de reducir la polarización de la sociedad argentina y la promesa de aplicar una profunda agenda reformadora, que llevará a superar los problemas estructurales arrastrados desde hace décadas.
El día de la toma de posesión el ya presidente argentino recorría las principales avenidas de la gran urbe arropado por miles de ciudadanos, que le transmitieron una confianza y cariño que le servirían para emprender con entusiasmo la nueva responsabilidad. No obstante, casi dos años después, las calles de las ciudades argentinas se llenan de manifestaciones en contra de sus principales políticas, que también están encontrado una dura oposición en la cámara de representantes. Si Macri esperaba contar con momentos de fortuna y amparo, como le ocurrió cuando fue gobernador o mientras dirigía un equipo de fútbol, la cruda realidad de los pasillos de la Casa Rosada le ha demostrado que en la República Argentina no hay espacio para la calma.
A lo largo de más de doscientos años de país independiente, el bastón de mando ha pasado por las manos de intelectuales, reputados hombres de negocio, grandes juristas, militares, dictadores y políticos de amplio bagaje público, pero la gran mayoría de ellos se marcharon por la puerta de atrás o señalados por el dedo acusador de la impopularidad y el descontento social. Mauricio Macri no solo tiene ante sí el desafío de cumplir las promesas realizadas en aquel ya lejano 2015; también comienza a ser consciente de que sobre su cabeza oscila la espada de Damocles, que le recuerda cada mañana que en Argentina el hilo del gobierno es tan fino que puede romperse en cualquier momento de duda o circunstancia adversa. El presidente argentino mira los cuadros de sus antecesores y ruega por no tener él también un final tan triste.
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