La jefa del FN acusa a su rival de ser el candidato de la banca y él replica que ella es la anti-Francia
Marine Le Pen y Emmanuel plantean las elecciones del domingo en Francia como una cuestión existencial, un momento en que está en juego la supervivencia de la nación y la democracia. A falta de cinco días para la segunda vuelta de las presidenciales, ambos agitan el miedo. Miedo al extranjero, a la disolución de la identidad francesa y a la pérdida de la soberanía que, según Le Pen, ocurrirán ineluctablemente si gana Macron, el candidato de la “casta”, dijo. O miedo a la llegada al poder de un partido de extrema derecha —de “la anti-Francia”— que hace peligrar la paz y las libertades.
Le Pen y Macron dieron ayer los últimos grandes mítines programados en esta campaña, ambos en la región parisina, a 25 kilómetros uno de otro y con cinco horas de diferencia, miles de militantes movilizados y una retórica cada día más agresiva.
El mensaje de Le Pen: el 7 de mayo se enfrentan el pueblo contra las élites, los trabajadores contra los banqueros, la nación independiente contra la globalización ciega. “Nuestro Gobierno no será el de la casta, sino el de todos los franceses”, dijo ante unas seis mil personas en su gran mitin en un frío centro de convenciones en Villepinte, en las afueras de París.
El mensaje de Macron, en un hangar en el barrio multicultural de La Villette, en París: el Frente Nacional de Le Pen es un partido de extrema derecha, con un pasado radical y violento apenas disimulado, un partido cuyas medidas económicas dinamitarían el bienestar francés y cuya respuesta al terrorismo podría precipitar al país en la guerra civil. “El Frente Nacional”, dijo, “es el partido de la anti-Francia”.
En la recta final de estas elecciones —elecciones que decidirán la posición de Francia en Europa y, por tanto, el rumbo de Europa— ambos candidatos forcejean por definir al otro en los términos más negativos posibles. Macron, según Le Pen es un títere movido por oscuros intereses, el hombre del establishment político, económico y mediático. Mientras, Macron intenta arrinconar a Le Pen recordando el ADN ultra y el pasado colaboracionista del FN con gestos como la visita el domingo al memorial de la shoa y la deportación, o la participación este lunes a un homenaje a Brahim Bourram, asesinado en 1995 por militantes ultras.
Los sondeos reflejan una ventaja cómoda para Macron, un exbanquero y exministro de Economía con el presidente socialista François Hollande. Macron sacaría un 59% de votos y Le Pen un 41%, según dos sondeos recientes de los institutos Odoxa y Kantar Sofres-OnePoint para Le Point y Le Figaro. En ambos casos la distancia se reduce levemente, pero no lo suficiente para retirar al candidato de En Marcha! la condición de “claro favorito”, como escribe el conservador Le Figaro.
Ambos están obligados a ampliar su campo magnético. Desde el centro, Macron debe atraer a los votantes de la izquierda y la derecha. Su mitin estuvo lleno de guiños a ambos campos. Hay que reformar Europa, dijo mirando a la izquierda el candidato europeísta, y también el capitalismo, añadió él, el que quiere llevar un aire de liberalismo en el modelo estatalista francés. Mirando a la derecha, a los jubilados que temen por su pensión, o los empresarios que no quieren sobresaltos, avisó del terremoto que supondría la salida del euro y de la UE que promete Le Pen.
“Mañana, muchos de los que me apoyan combatirán mi proyecto o algunos de estos aspectos. Lo sé y lo respeto”, dijo a estos votantes. Pero una victoria de Le Pen, según Macron, amenazaría la misma existencia de un debate de ideas. “Mi combate”, añadió, “es el que hará posible vuestro combate sin aplastar ni negar nuestras diferencias”.
Le Pen debe ampliar su radio de acción desde el rincón de la extrema derecha, el estigma de apellido y las siglas —su padre, el patriarca ultra Jean-Marie Le Pen, fundó el partido— que elección tras elección la dejan a las puertas del poder.
Las aristas más desagradables —la retórica contra el extranjero— o impopulares —la promesa de salir del euro— quedaron revestidas en el mitin de Villepinte de declaraciones vagas sobre la defensa de las fronteras nacionales o la renegociación de los tratados europeos y su eventual salida. Ella busca confederar a las personas de todo color político con un mensaje transversal. La inclusión del autoproclamado gaullista Nicolas Dupont-Aignan en el ticket electoral —le ha designado como primer ministro— va en este sentido.
Le Pen recordó el discurso electoral de Hollande de 2012 en Le Bourget, cerca de Villepinte. Allí el entonces candidato dijo que el verdadero enemigo de Francia era la finanza, pero era un enemigo sin rostro. "Hoy tiene un rostro", dijo la candidata. "Se llama Emmanuel Macron”.
La palabra clave, que repitió hasta tres veces: casta. Los de arriba y los de abajo. No importa que Le Pen creciese en un palacete en el barrio acomodado Saint-Cloud o que siempre haya vivido de la política o en el entorno a ella.
Todo esto importa poco, o nada, a seguidores como Vincent Lecaillon, un profesor de historia y geografía de la Alta Savoya. “Esperamos que se unan a nosotros electores de izquierdas y de derecha. Patriotas”, dijo mientras esperaba a que Le Pen comenzase a hablar. “Porque el voto de Marine es un voto de clase. En el sentido marxista. Las clases populares y las clases medias desclasadas votan a Marine”.
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