1/08/2017

un chiste : la grieta yanqui


¿Podemos dejar ya de fingir que Trump es un “populista”?



Paul Waldman

Donald Trump ha designado a Steve Mnuchin — antiguo pupilo de Goldman Sachs y gestor de “hedge funds” —para que sea su Secretario del Tesoro, cumpliendo con su repetida promesa de emprenderla contra Wall Street y los poderes fácticos en nombre del hombre común.  
Así que ¿podemos dejar de fingir que el “populismo” de la campaña de Trump fuera otra cosa que una engañifa más?  
No se trata sólo del próximo secretario del Tesoro. Esta mañana, en la emisora CNBC, Mnuchin delineaba su plan para la economía del país, plan que se centraría en la gente.
“Nuestra prioridad número uno es la reforma fiscal”, declaró. “Creemos que recortar los impuestos a las empresas traerá aparejado un enorme crecimiento económico y que disfrutaremos así de una enorme renta personal, de modo que los ingresos vayan a compensar a la otra parte”.
¡Por fin una administración republicana que cree en el poder milagroso de los recortes fiscales a las empresas y los ricos! Sólo con que George W. Bush hubiera sabido esto, habríamos tenido un crecimiento espectacular a lo largo de la primera década del 2000 y la Gran Recesión nunca se habría producido. Ay, pero un momento…si este es justamente el programa económico que siguió Bush con efectos tan desastrosos.
De hecho, Mnuchin tiene una conexión directa con la recesión: mientras se iba extendiendo, él y otros inversores compraban IndyMac, que proporcionaba el tipo de inestables hipotecas que alimentaron la crisis. Después de ejecutar las de miles de propietarios de viviendas, Mnuchin y sus socios vendieron la empresa y ganaron miles de millones. Así es cómo lo describe Ben Walsh:
“La adquisición de IndyMac por parte de Steven Mnuchin es una historia que resume  todo lo que los norteamericanos han llegado a odiar en lo que toca a cómo se permitió que se desarrollara la crisis financiera: el pánico de la gente corriente, los inversores espabilados que se echan encima, las garantías del Gobierno que salvaban bancos pero no trataban de que la gente conservara su casa, un inteligente cambio de imagen, la desenfrenada ejecución de hipotecas y los miles de millones de beneficios”.
El de Mnuchin no es, sin embargo, más que uno de los nombramientos, ¿verdad? Bueno, Trump también acaba de anunciar que su secretario de comercio será Wilbur Ross, un multimillonario inversor de capital riesgo. Y su ministra de Educación será Betsy DeVos, una multimillonaria que se opone a las escuelas públicas. Y su secretario de Transportes será Elaine Chao, que trabajó en los gobiernos de los dos Bush y está casada con el líder de la mayoría [republicana] en el Senado, Mitch McConnell (senador por Kentucky.). Antes de entrar en política, Chao era banquera y, de acuerdo con la revista digital Politico, “ganó como mínimo 1.074.826 dólares gracias a su presencia en juntas directivas en 2015, según figura en los registros públicos”. Trump está considerando supuestamente al presidente de Goldman Sachs, Gary Cohn, para que sea su director presupuestario [finalmente escogió a Mick Mulvaney, un “halcón” procedente de Carolina del Sur]. “Es el [gabinete] más conservador desde Reagan”, dice un partidario de la economía de oferta, y bien puede ser que se quede corto.  
Puede que se acuerden ustedes del anuncio de cierre de campaña de Trump en el que afirmaba: “Nuestro movimiento se centra en substituir un “establishment” fallido y corrupto por un nuevo gobierno controlado por vosotros, el pueblo norteamericano” con imágenes de Wall Street, pilas de dinero, financieros como George Soros y otros símbolos del poder y la riqueza establecidos. “Es una estructura de poder global”, continuaba, “que es responsable de las decisiones económicas que han sido un robo a nuestra clase trabajadora, han despojado a nuestro país de su riqueza y han puesto ese dinero en los bolsillos de grandes empresas y de entidades políticas”.
De manera que con el fin de enfrentarse a esa estructura de poder global, Trump va contratando a un grupo de multimillonarios y magnates de Wall Street, recortando impuestos a las grandes empresas y los ricos, achicando la vigilancia regulatoria sobre Wall Street y ofreciendo un plan de infraestructuras que consiste principalmente en exenciones fiscales a las grandes empresas con el fin de animarlas a construir proyectos para los que luego habremos de pagar peaje si queremos utilizarlos.  
Sin embargo, persiste el mito del Trump populista. Stephen Moore, asesor económico de Trump y acaso el defensor principal en el partido de la economía de “trickle-down” [de “escurrido” de los beneficios hacia abajo], proclamó no hace mucho: “Igual que Reagan convirtió al Partido Republicano en un partido conservador, Trump lo ha convertido en un partido populista de clase trabajadora”. Sus viajes al Rust Belt [“cinturón de herrumbre” industrial del Medio Oeste ] con Trump, testimoniaba Moore, le hicieron darse cuenta de cuánta ayuda necesita la clase trabajadora. Y tiene la intención de ayudar a Trump a proporcionar esa ayuda…en forma, por supuesto, de exenciones fiscales para los ricos y las grandes empresas. Qué historia tan reconfortante.
Los republicanos han luchado siempre con la disyuntiva que presenta su ideología económica, que presume que resulta difícil conseguir el apoyo de la mayoría para un conjunto de políticas cuya finalidad consiste en derramar beneficios sobre una reducida parte de la población. Cuando argumentan sobre ella explícitamente utilizan una suerte de redirección retórica, afirmando que recortarles los impuestos a los ricos no tiene en absoluto que ver con los ricos sino que es algo que se realiza con el propósito de ayudar a la clase media e incluso a los pobres. Los ricos mismos son únicamente un vehículo para alcanzar tan noble fin, aceptando de modo desinteresado la largueza del gobierno en nombre de sus inferiores.
No hace falta decir que no hay mucha gente a la que se pueda convencer con este argumento. De manera que para compensarlo, los republicanos han complementado la defensa de su caso económico con un menú de cuestiones sociales gracias al cual pueden demonizar a sus oponentes. Esos demócratas odian a Norteamérica, dirían los republicanos, son débiles, no aman a Dios igual que tú, quieren quitarte las armas, quieren obligar a tus hijos a que se hagan abortos gay. Y con bastante frecuencia, ha funcionado.
Trump dijo la mayoría de estas cosas en la campaña de 2016, pero se diría que cumplía el expediente y rellenaba los casilleros para tranquilizar a los conservadores ideológicos de que no tenían nada de qué preocuparse. El verdadero corazón que late en su atractivo era una forma diferente de guerra cultural, que se fundamenta en la rabia y el resentimiento por el cambio cultural y el estatus descendente de los varones blancos de clase trabajadora. Con sus ataques a los inmigrantes, a las minorías raciales y a un “establishment” compuesto por políticos de Washington y poderes fácticos económicos, Trump les convenció de que por fin les había llegado su turno: su turno de decir lo que quieran, el turno de que sus intereses pasen a primer plano, el turno de que resuciten sus comunidades y recuperen su orgullo.  
Pero hoy Trump anda llenando su administración con, adivinen qué, políticos de Washington y representantes de los poderes fácticos de la economía cuyas máximas prioridades son los recortes de impuestos, la desregulación y la destrucción de la red de seguridad, incluyendo la privatización de Medicare. La idea de que trabajarán para servir a los intereses de la clase trabajadora es un chiste. Sin embargo, es un chiste que la gente sigue contando, de algún modo, con cara seria.
es columnista del diario norteamericano The Washington Post y colaborador de la revista The American Prospect.
Fuente:
The Washington Post, 30 de noviembre de 2016
Traducción:
Lucas Antón

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