por Mariano Beristain
Mucho Más Que Dos |
El Frente Renovador (FR) atraviesa el peor momento desde que obtuvo el 43,95% de los sufragios en las legislativas del 2013 y desplazó a un segundo lugar al Frente para la Victoria (FpV), acelerando el desgaste del partido gobernante que terminó con la exigua derrota de Daniel Scioli en los comicios del 2015. Agobiado por las internas, la rebelión en la CGT (uno de sus feudos), la fuerte caída de la intención de voto en la provincia de Buenos Aires, Massa empieza a dar señales de debilidad y dificultades de liderazgo, que ponen en jaque esa suerte de Pacto de la Moncloa argentino, que el stablishment ideó para asegurar la “gobernabilidad” de su proyecto en el tiempo.
A partir de su último triunfo en la provincia, Massa allanó el camino a la nueva etapa neoliberal que encarna el presidente Mauricio Macri y se presentó ante la sociedad como una propuesta alternativa, que aspira a llegar al poder fagocitando la estructura del justicialismo y desplazando así al kirchnerismo del escenario político. Massa se imagina asimismo como el alter ego de Cambiemos, encabezando un nuevo espacio popular de centro derecha. Con el Frente Renovador, el tigrense pretende emular el derrotero del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que emergió como una experiencia de corte nacionalista con los ojos puestos en la clase trabajadora. Después, lentamente, el PSOE se transformó en un partido tradicional que absorbió a la clase media emergente tras la caída del franquismo. Desde 1978, Felipe González lideró el PSOE durante 20 años, contando con el apoyo de la UGT, la principal agrupación sindical de España. Sin embargo, una investigación reciente del Confidencial de España (1), revela que González jamás hubiera accedido al poder de no ser por el apoyo económico que recibió del Partido Socialdemócrata de Alemania (PSD), a través de la Fundación Friedrich Ebert. El PSD financió a partir de 1974 a Felipe, la ascendiente figura del PSOE, con el fin de frenar al Partido Comunista Español (PCE). También derivó ingentes sumas de dinero a las arcas de la UGT con el fin de usarla como dique de contención de Comisiones Obreras (CC.OO.), el histórico brazo gremial de los comunistas.Con el correr del tiempo, González estrechó fuertes lazos con el poder económico a partir de distintos acuerdos.
En 1977, se reunió con los presidentes de los siete bancos españoles más importantes con el objetivo de sumar el apoyo clave del sector financiero. El cónclave se llevó a cabo en la sede de BANESTO y a partir de entonces los banqueros quedaron muy conformes con el plan que les propuso Felipe. Con sus particularidades, Massa quiere seguir el mismo camino. El año pasado, el referente del Frente Renovador colocó en la CGT a dos de los tres secretarios generales; Héctor Daer (Sanidad) y Carlos Acuña (Estacioneros). Además, estableció una alianza con las principales fuerzas económicas nacionales y extranjeras. A principios de junio de 2013, el ex intendente de Tigre se reunió en secreto con los representantes de la banca extrajera nucleados en la Asociación de Bancos Argentinos (ABA) para pedirles colaboración y exponer su proyecto político. En enero del 2016, Massa fue el único político que acompañó a Macri a la cumbre de Davos, que reúne en su círculo a los empresarios y referentes de las principales multinacionales del mundo. Durante la conferencia, Macri dijo que Massa era el principal dirigente opositor y lo presentó como el próximo líder del Partido Justicialista. En el plano local, el dirigente renovador también ha entretejido muy buenas relaciones con todos los círculos empresarios y hombres de negocio pero su carta de oro es el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, el jugador número 10 del establishment. Massa recibe un tratamiento privilegiado por parte de los medios del grupo. En las fotos y en las imágenes de TV siempre aparece sonriente, los títulos y los artículos del diario Clarín ofrecen aspectos positivos o neutros de su figura, las entrevistas lo colocan en la vidriera de los lectores/televidentes como un hombre propositivo y dispuesto a ofrecer alternativas “equilibradas” a la sociedad. Por su parte, los editores/opinólogos del multimedio lo muestran en sociedad como un verdadero líder. Massa quiere ser Felipe González o, al menos, parecérsele. Para asegurarse la pertenencia, Felipillo cerró un amplio acuerdo con la derecha. Massa, por su parte, firmó un acuerdo tácito con Macri y aspira a integrar un sistema de enroque indefinido con el PRO-Cambiemos que reconcilie a la clase trabajadora con el poder económico, para asegurar la “gobernabilidad política” que facilite la continuidad y perpetuación de las políticas neoliberales en la Argentina. Cambiemos y el Frente Renovador forman parte de un nuevo consenso politico, (una especie de Pacto de la Moncloa autóctono), que acote el margen de acción de la clase política en el terreno económico y financiero, reduzca a su mínima expresión los derechos políticos, laborales/gremiales, sociales y jurídicos. Y, asimismo, genere condiciones para favorecer una apertura total e indiscriminada al capital extranjero.
Cabe recordar que el Pacto de la Moncloa original, recién pudo ponerse en marchar en España con la muerte del dictador Francisco Franco, la reinstauración de la monarquía parlamentaria y el recambio generacional que se produjo en el PSOE cuando Felipe González, en 1974, tomó las riendas del partido desplazando a Ricardo Llopis, un dirigente histórico. Detrás del Pacto de la Moncloa, que terminó de sellarse en octubre de 1977 (2) se encolumnaron, más temprano que tarde, los principales partidos políticos pro-sistema, la jerarquía eclesiástica, el empresariado, los sindicatos e incluso las Fuerzas Armadas. El rey Juan Carlos ofició como garante del cumplimiento. El texto íntegro del acuerdo español incluyó reformas de corto y mediano plazo como la reducción del gasto público, la puesta en marcha de políticas monetarias restrictivas y una reforma laboral que “flexibilizó” las relaciones entre capital y trabajo, con la interminable excusa de incorporar a los jóvenes al mercado del empleo. No obstante ello, la Moncloa significó, en los hechos, el rediseño del sistema político, económico y jurídico de España, bajo la premisa de la adaptación de un modelo neoliberal en ciernes, producto de una lectura diálectica perversa, que nació como resultado de la antítesis entre la dictadura franquista y las ideas revolucionarias que expresaban las fuerzas republicanas.
En la Argentina, el acuerdo entre Cambiemos y el Frente Renovador es un experimento de laboratorio que florece a partir de la necesidad de los grandes grupos locales y foráneos de impedir a cualquier costo el resurgimiento del modelo “populista”, como el que encarnó el kircherismo durante la última década larga. En este caso el garante del compromiso es Héctor Magnetto. De resultar exitoso, el Pacto de la Moncloa argentino allanaría el camino para que el país avance hacía un sistema socioeconómico piramidal, más parecido al chileno. Es decir, estructurado con una cúspide reducida, integrada por la elite económica, un grupo de gerentes políticos y, en la base, un amplio zócalo de trabajadores, activos e inactivos, con ingresos de subsistencia. La gran novedad que se propone este proyecto político, respecto de la conformación social actual, es la erradicación de la clase media como fenómeno de masas. En su artículo “La Era de la desigualdad”, publicado en el portal Mucho Más que Dos (3) , la economista expresa el punto de partida de este fenómeno con claridad. “Desde que Cambiemos impuso el cambio de régimen político y económico, el 10% más rico concentró 3,3 puntos porcentuales del total del ingreso nacional. Si consideramos al 20% más rico, en conjunto, se quedaron con 4 puntos porcentuales. Esos cuatro puntos que ganaron los sectores del privilegio, a cuyos intereses sirve el gobierno de Mauricio Macri, los perdió el 80% restante de la población argentina”, explica Vallejos. E inmediatamente acota: “el gobierno de la restauración liberal-conservadora nos da la bienvenida a una nueva-vieja era: la era de la desigualdad”. Sin embargo, ésta sería además una consecuencia lógica de una reformulación en marcha de la matriz productiva y la estructura socio-económica, que apunta a la preponderancia absoluta del negocio agroexportador, financiero, de servicios, las actividades extractivas y, por el lado de la industria, la concentración de las multinacionales vinculadas al mercado externo. El cambio supone destruir y abandonar cualquier proyecto vinculado al desarrollo de la industria y la agroindustria, y la consolidación de polos industriales intensivos en la utilización de mano de obra calificada y bien remunerada. Este proyecto implica necesariamente la muerte o desaparición de buena parte de la pequeña y mediana empresa y, con el paso del tiempo, de aquellas grandes compañías nacionales que compiten con las multinacionales extranjeras.
En paralelo, también se necesita un sistema jurídico-administrativo “moderno” que ofrezca un marco normativo que facilite las nuevas relaciones de producción; simplificando la creación de empresas, ofreciendo total seguridad jurídica al capital (esencialmente financiero), reduciendo a su mínima expresión la intervención del Estado y el peso de los impuestos que pagan las personas jurídicas (sociedades). Otro de los ejes centrales consiste en la cuasi-eliminación del denominado costo laboral y social, disminuyendo los aportes patronales, extendiendo la edad jubilatoria, ampliando la oferta de mano de obra con la incorporación de trabajadores cada vez más jóvenes y peor remunerados al mercado de trabajo, entre otros puntos. En la misma tónica y bajo la premisa inicial de achicar el gasto del Estado, probablemente también se ponga en marcha, fuertemente condicionado por el peso del pago de la deuda, un mecanismo de déficit fiscal cero, para el cual es necesario un recorte draconiano de la inversión social en salud, educación y aquellos rubros que hoy actúan como plafón social de los sectores de ingresos medios y bajos.
Sin embargo, empiezan a aflorar algunas resistencias para seguir avanzando con este proyecto político, que se expresan no sólo en la fuerte crisis socioeconómica que genera este modelo sino también en el reagrupamiento del espacio opositor kirchnerista-justicialista y los cortocircuitos que comienzan a percibirse dentro de la dupla Cambiemos-FR.
Además, menos de cuatro años después del triunfo electoral del Frente Renovador, surgen muchas dudas respecto de si Massa es la persona apropiada para liderar con Macri un cambio de estas características. En el horizonte incluso asoman nubarrones que ponen en riesgo el ensayo político que imagina un bipartidismo indefinido de derecha.
Massa se encuentra cada vez más alejado de alcanzar su objetivo central en esta etapa: encolumnar al peronismo detrás de su figura. En los últimos 30 días hubo una imágen que mostró las dificultades que tiene el tigrense para romper el cerco que le ha puesto el kirchnerismo para anexar al peronismo dentro del esquema del Frente Renovador. El 27 de diciembre pasado, el Partido Justicialista Bonaerense exhibió una postal que no pasó inadvertida entre los analistas políticos. Los principales referentes del peronismo bonaerense se agruparon en el Congreso Justicialista Bonaerense en La Matanza y reivindicaron sin ambages la figura de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Casi no faltó nadie y aquellos que no estuvieron enviaron su adhesión. En el nuevo esquema que se definió se alcanzó un acuerdo para que exista representación de todas las líneas internas del peronismo. El alcalde de Berazategui, Patricio Mussi, ocupará un espació por el Grupo Patria. Mientras que su par de Escobar, Ariel Sujarchuk hará lo propio por los Fenix. El movimiento Evita con el senador provincial Fernando “Chino” Navarro también integrará la conducción. El intendente de Saavedra, Hugo Corvatta, se aseguró su lugar como referente del randazzismo. El sanitarista bonaerense, Pedro Borghini, tendrá un cupo en nombre de la CGT. El otro dato que advierte la seriedad del cónclave es la asistencia de muchos referentes con peso a nivel nacional. En la grada estuvieron el ex candidato a presidente, Daniel Scioli, la anfitriona e intendenta de La Matanza, Verónica Magario, el presidente del PJ bonaerense, Fernando Espinoza, el diputado cristinista, Eduardo “Wado” de Pedro. Según consignó el periódico Página 12, “el acuerdo incluyó también una ampliación en la mesa de conducción partidaria, en la que cada uno sumó un poroto. Espinoza continuará como presidente y conducirá junto el intendente de Ituzaingó, Alberto Descalzo (como secretario), el jefe comunal de Florencio Varela, Julio Pereyra; el senador nacional Juan Manuel Abal Medina, por el Evita; el senador provincial Norberto García, en representación de Florencio Randazzo; el ex presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez; el ex jefe de Gabinete bonaerense de Daniel Scioli, Alberto Pérez y el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, entre otros”. En la vereda de enfrente la foto prendió una luz amarilla, tanto dentro de Cambiemos como en las filas del Frente Renovador.
Si el justicialismo clásico lima las diferencias con el kirchnerismo el agrupamiento colocaría a Massa en la disyuntiva de quedar relegado ó, en el mejor de los casos, verse en la obligación de sumarse al peronismo, conviviendo con otros dirigente del mismo o mayor peso como Fernández de Kirchner y Daniel Scioli, entre otros. En este esbozo de reagrupamiento, los principales líderes del peronismo han debido resignar una cuota de sus ambiciones para recuperar el protagonismo que tuvieron antes de que Macri los derrotara en las últimas elecciones nacionales. El kirchnerismo debió compartir cartel con sectores del justicialismo tradicional e incluso con aquellos rebeldes como el Movimiento Evita del “Chino” Navarro y éstos últimos reconocieron que en el último año la ex Presidenta ha ido afianzando su liderazgo opositor. En este aspecto, la última encuesta de Ricardo Rouvier ofrece datos reveladores respecto del proceso de reacomodamiento del ajedrez político en la provincia de Buenos Aires, el distrito más importante del país, no sólo en términos númericos sino también desde cualquier óptica política. El trabajo tiene un plusvalor respecto de otras encuestas pues se hizo sobre la base de 3000 casos cuando por lo general este tipo de relevamientos incluyen entre 800 y 1000. Según la encuesta, el Frente de la Victoria (FpV), con la figura de Fernández de Kirchner, encabeza la intención de voto en tierras bonaerenses con el 31,3%, seguido del oficialista Cambiemos con 27,4%, mientras que el Frente Renovador, con Massa, obtendría el 10,1 por ciento. El resto se reparte entre el amplio abanico de partidos. Además, el sondeo destacá que entre los jóvenes de hasta 25 años, el FpV amplía su ventaja con el 36,3% a costillas de Cambiemos que obtendría el 19,4% pero también del FR que sólo lograría el 6,4%, convirtiéndose en un partido marginal.
Los resultados de este sondeo explican, en parte, el nerviosismo que existe en la dirigencia del Frente Renovador. En los últimos meses hay una tendencia clara hacia una mayor polarización entre el partido de gobierno de Mauricio Macri y la oposición que encarna Fernández de Kirchner, lo que coloca al FR en una situación de endeblez.
En política como en la economía cuando la manta se acorta afloran las broncas y las diferencias internas, los cuestionamientos y, en este caso, las dudas sobre la capacidad de liderazgo de Sergio Massa. El detonador de la pelea entre Alberto Fernández y la diputada Graciela Camaño fue la decisión del primero de solidarizarse y acompañar el fin de año a la presa política Milagro Sala. Fernández habló telefónicamente con Massa y le comentó su decisión de estar junto a Sala y Massa le respondió que no estaba de acuerdo pero que no se iba a oponer. Camaño salió públicamente a reprender a Alberto y le recordó la alianza que el Frente Renovador mantiene con Cambiemos en la provincia que gobierna con puño de hierro Gerardo Morales. Camaño hizo gala de su particular estilo y le marcó la cancha a Fernández: El FR “institucionalmente forma parte del gobierno de Jujuy” y el vicegobernador, Carlos Haquim, “forma parte” del massismo, disparó Camaño. Pero detrás de esta pelea de egos también se vislumbran diferencias internas importantes que surgieron por los costos que está pagando el Frente Renovador a partir de los acuerdos de “gobernabilidad” que formalizó con Cambiemos y la subordinación política que su jefe Sergio Massa ha mostrado frente a la autoridad de Mauricio Macri. El caso más relevante fue el de Ganancias. Gracias a los medios de comunicación, el FR había logrado anotarse públicamente un punto importante cuando se adjudicó la sanción en Diputados de un proyecto superador que, en realidad, había redactado el ex ministro de Economía kirchnerista, Axel Kicillof. De hecho, Massa criticó la propuesta de Cambiemos y reivindicó la iniciativa que terminaron consensuando el Frente Renovador y la bancada kirchnerista, a cargo de Héctor Recalde, con otros partidos de la oposición. La propuesta, que preveía elevar el mínimo no imponible a $33.500 para solteros y $44.000 pesos para casados con dos hijos y gravaba a los juegos de azar, al sector financiero y a la mineras, consiguió en la Cámara Baja 140 votos afirmativos contra 86 opositores y 7 abstenciones. Con esta victoria, Massa tenía la oportunidad de empezar a diferenciarse de la subordinación que ha mostrado a Cambiemos, que se expresó a lo largo del 2016, no sólo por su viaje amistoso con Macri a la Cumbre de Davos, sino, esencialmente, en esa suerte de cogobierno por el cual el Frente Renovador apoyó en el Congreso la mayoría de los proyectos que el Ejecutivo presentó en la legislatura. Esta alianza quedó claramente al descubierto cuando Felipe Solá, uno de los principales dirigentes del FR, se lamentó por una crítica de Macri a Massa y dijo a Radio 10: “Esta rabia del Presidente no deja ver que de 20 leyes que mandó el Ejecutivo, nosotros cambiando artículos, votamos 18, solamente votamos 2 en contra”.
Pero después de la media sanción en Diputados del proyecto de Ganancias, Macri salió a revolear la vaina, mostró quien manda y le envió un mensaje cuasimafioso a Massa al señalar que “cuando uno es un impostor sale a la luz”. Después se precipitó lo demás. El tigrense vio sus cartas, le parecieron muy bajas y se fue al maso. A partir de ahí Massa le ordenó a sus legisladores y a la CGT que abandonaran el proyecto aprobado en Diputados y consensuaran con los funcionarios uno muy distinto, del agrado del Ejecutivo. Y así ocurrió. Luego de toda la fanfarria de reuniones públicas entre funcionarios y Massa comiendo sushi con buen vino, y de la CGT con el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, se aprobó en el Congreso una ley de Ganancias muy parecida a la iniciativa que había redactado el Gobierno. A partir de ahí el afan opositor del Frente Renovador quedó reducido a la nada y muchos de sus dirigentes comprendieron porqué la población sólo identifica dos liderazgos claros: el de Macri y el de Cristina. La caída en la popularidad de Sergio Massa tiene que ver justamente con la imposibilidad de mostrarse a la sociedad como una alternativa real.
Todas las decisiones de fondo han evidenciado que el Frente Renovador es una mímica de la oposición pero que tampoco cuenta con los resortes de poder necesarios para ejercer una influencia cierta en el rumbo político y económico de Cambiemos. Ni fu, ni fa. Desde la fábula de Ganancias, los cortocircuitos entre los pesos pesados del Frente Renovador crecieron y cada vez resulta más difícil de disimular el interés de algunos referente del FR de romper lanzas con Massa y cruzarse a las filas de un peronismo que se reagrupa o un Cambiemos que gobierna, según su proximidad política. Otro problema que pone en tela de juicio el esquema de alternancia tipo Moncloa, de Cambiemos y el Frente Renovador, es el apetito de poder de algunos dirigentes enrolados en el oficialismo. María Eugenia Vidal se ha transformado en la niña mimada del establishment y sueña con suceder a Macri en la Primera Magistratura de la República. Pese a que la gestión de la gobernadora ha sido deficiente -entre mala e insignificante-, Vidal sólo recibe caricias y mimos de los medios de comunicación. Además, cuenta con dos ventajas. En una sociedad embelezada por el marketing y la imagen, la sonrisa y la cara angelical de María Eugenia cotizan en bolsa. Pero hay un valor más importante: desde que asumió, Macri ha llevado adelante medidas económicas tan destructivas para los sectores medios y bajos que los bonaerenses cargan todas las tintas sobre el Presidente y su equipo de ministros, y la dispensan a la gobernadora. Según relevamientos realizado en octubre por Raúl Aragón, la imagen positiva de Vidal es mucho más alta que la del Presidente. “Vidal mantiene arriba de 60 puntos de calificación positiva. Tiene una alta aprobación”, asegura Aragón.
Desde octubre, la destrucción del salario, el empleo y el crecimiento de la indigencia en la provincia de Buenos Aires siguieron creciendo. Pero la población lo relaciona con las políticas del gobierno nacional y, a pesar de que pertenecen al mismo partido, desvinculan de sus efectos nocivos a Vidal. Tanto es así que el propio Macri le obsequia 25.000 millones extra interpretando que la elección en la provincia le puede salvar la ropa a Cambiemos.
No obstante, el crecimiento de las chances de Vidal de mostrarse como una sucesora de Macri o una firme postulante de Cambiemos, sumado al fuerte deterioro que están generando las políticas del gobierno nacional en la provincia de Buenos Aires, obligarán a María Eugenia Vidal en los próximos comicios a cooptar votos del Frente Renovador pues, dado el fuerte rechazo que existe hacia la administración nacional, es muy difícil que pueda hacerlo dentro de un electorado justicialista, cada vez más adverso a las políticas de Cambiemos. Este es otro problema que se le presenta a Massa y que se desprende de la lectura de la encuesta de Rouvier. El mismo escenario se replica dentro del seno de la Central Obrera. Las políticas antipopulares de Macri sumadas a la indefinición de Massa quebraron la unidad de la CGT en torno del disciplinamiento que les exigía la dupla Macri-Massa, uno de los elementos centrales que exhibía el Frente Renovador para sentarse a negociar con Cambiemos. A través de un comunicado, la Central Obrera advirtió “a las autoridades de gobierno que los despidos y suspensiones en diversos rubros industriales (textil, calzado, metalúrgicos) atentan contra la paz social, al tiempo que violan los compromisos asumidos en la mesa de diálogo social organizada al final del año pasado”.
Pero el comunicado sólo lleva el nombre del moyanista, Juan Carlos Schmid mientras que los massistas Héctor Daer y Carlos Acuña no acompañaron con su firma. A eso hay que sumarle el rol cada vez más preponderante que tiene el díscolo dirigente de la Asociación Bancaria, Sergio Palazzo, quien consiguió evitar la ola de despidos en su gremio y, a su vez, logró reabrir la negociaciones paritarias obteniendo un aumento salarial que el resto de los sindicatos envidian. La división en la Central Obrera y el crecimiento silencioso de Palazzo no sólo ponen en aprietos a Macri sino también a Massa, que cada vez controla menos resortes políticos para ofrecerle al Gobierno y menos frutos para seducir a aquellos que siguen de cerca la unidad del PJ.
El otro que empieza a dudar es el propio Magnetto, ya que si Massa se desinfla, también peligra su estrategia para avanzar en el Pacto de la Moncloa argentino, un acuerdo que para los grupos económicos tiene vistas de mediano y largo plazo.
El CEO de Clarín es un prodigioso jugador de ajedrez, dispuesto a sacrificar, sin mayores miramientos, a uno de sus caballos para ganar la partida más importante de su vida. En cambio, una polarización de la política que abra las puertas al regreso de Cristina sería un riesgo que no puede correr, sobre todo tomando en consideración que controla las principales piezas: el Ejecutivo, el Congreso, los medios, la Justicia y los tiempos. Su único temor son las urnas
3 comentarios:
excelente, le chifla el culo a mañetto!
Sergio Tomás pensó en este dilema del angostamiento de la avenida del medio (pelo) por la polarización neoliberalismo vrs. populismo, que se acelera con la pésima gestión económica de los ceos.
Confía en que la Carrió de segunda selección, Margot Stultizer, le aporte clase media bonaerense a lo pavote.
Y hace sumas lineales de imagen positiva de la voluble moronense y de él mismo, que en las encuestas que encarga, le dan margenes de mayorías bíblicas.
El misterio es si eso se va a traducir en votos. Hoy no estaría funcionando.
Los pocos intendentes peronistas y vecinalistas (7) ansiosos por saltimbanquearse de trinchera, lo hacen pero hacia la imagen y la caja de la virgen Vidal.
Ninguno va al FR, ni se saca fotos con la gorda Stolbizer y su libro honestista farsante (que ni siquiera escribió ella).
De todos modos, los Barrionuevo-Camaño, los padrinos políticos de Sergio Tomás, le dicen que siga por ese camino que no hay como estar "en contra de la corrución" (Luiggi dixit) para seducir votantes a los que se les viene achicando el sueldo desde hace un año.
No parece sustentable.
Para colmo, el ministro de injusticia y de rima fácil de Cambiemos, le quiere birlar a Sergi la bandera de la demagogia punitiva.
El pacto de la Moncloa, tubo mucho de pacto económico mafioso para habilitar ciertos dineros con la excusa de mejorar la economía.
PERO ACÁ DE QUE PACTO SE PUEDE HABLAR SI AL TIPO LO ÚNICO QUE LE INTERESA ES HABILITAR SUS CHANCHUYOS Y NO QUIERE COMPETENCIA ASÍ QUE AUNQUE PAREZCAN PACTOS SON BLANQUEOS DE LA FAMILIA.
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