Se suponía que el referéndum del domingo sería un plebiscito y Renzi se jugó “todo” para aprobar su reforma constitucional. Pero un 60% dijo “no” y el primer ministro presentó su renuncia.
Ciro Tappeste
Siendo beneficiario de una tasa bastante elevada de popularidad, o en todo caso más elevada que las de sus homólogos europeos aún en funciones, el primer ministro italiano Matteo Renzi (Partido Demócrata, centroizquierda) lo había concebido para plebiscitar su política que combina contra-reformas liberales, endurecimiento bonapartista, y populismo clientelar. Sin embargo, la marea prevista a favor del “sí” se transformó en una aplanadora del “no”. Con una tasa de participación extremadamente elevada, del 65%, cerca del 60% de los electores han rechazado el proyecto de reforma constitucional propuesta por Renzi, y como corolario de ello éste debió presentar su renuncia.
Así como la victoria de “sí” hubiera representado una consolidación del proyecto bonapartista de Renzi, y un refuerzo de la coalición en el poder liderada por el PD, el “no”’ da un frenazo al proyecto del “renzismo” lo cual no significa automáticamente que los trabajadores, las clases populares y la juventud puedan sacar ventajas de la situación de crisis abierta que se les presenta.
La prensa financiera internacional no ha dudado en dramatizar la situación. Según The Economist, el referéndum del 4 de diciembre era el acontecimiento político más importante en Europa después del Brexit, en tanto que según el Financial Times, un “no” sumiría al país en la recesión. Independientemente del tono catastrofista de la prensa proeuropeísta, el “no” es una derrota para los sectores más concentrados del capital.
El referéndum de Renzi o “Reforma Renzi-Boschi” preveía, en general, un redimensionamiento del rol del Senado, una reducción del número de parlamentarios, la supresión de ciertos organismos considerados inútiles. Independientemente de la apuesta hecha por Renzi, que consistía en traducir políticamente, a través del voto popular, el grado de apoyo con el que creía contar, el objetivo de la reforma era solucionar la cuestión de la debilidad extrema del ejecutivo italiano -63 gobiernos en 70 años de historia republicana- y esto a pesar de las modificaciones aportadas al régimen como consecuencia de la crisis de la Primera República y la Operación “Mani Pulite” (manos limpias) que la siguió.
El referéndum, y la reforma Renzi-Boschi en particular, buscaban seducir a amplios sectores de la población, tomando prestado algo del programa de sectores de la oposición populista de derecha, haciendo un guiño a este electorado, en cuanto a la necesidad de una mayor estabilidad además de un discurso sobre el “costo” de la política sostenida por la Liga del Norte, y el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo. En paralelo, Renzi y sus partidarios insistían con promesas de “mayor eficacia” para luchar contra la crisis, dirigiéndose a los sectores populares que constituyen una base tradicional del PD italiano.
Frente a esta estrategia política y comunicacional que se benefició como en los años del berlusconismo de un martilleo mediático sin fisuras de parte de la TV pública, en el voto por el “no” se han expresado un amplio abanico de fuerzas. En su seno se encontraba, por un lado, la izquierda, que está muy lejos de ser hegemónica, dividida, por otra parte, entre los opositores antirenzistas del PD, la CGIL (el principal sindicato italiano) que entró tardíamente en la batalla, el sindicalismo de base y el conjunto de la izquierda radical. Del otro lado del frente por el “no” se encontraban la Liga Nord de Salvini, el M5S de Grillo así como Forza Italia de Berlusconi, envejecido pero que continúa ejerciendo una influencia de lo más nefasta sobre el tablero político italiano. En este arco de fuerzas, que va desde la extrema derecha a la extrema izquierda, las razones de votar “no” eran múltiples y el “no social” estaba lejos de ser mayoritario, aun cuando en las últimas semanas, principalmente luego de la huelga del 21 de octubre, las movilizaciones y manifestaciones se han multiplicado, por la izquierda contra el gobierno.
Es cierto que la opción por el “no” no estaba condicionada para la izquierda por la designación por parte de Bruselas de un chivo expiatorio para salvar la postura de la burguesía local. Este fue el el caso del discurso del UKIP de Nigel Farage, del cual era muy complicado diferenciarse, incluso para los sectores de izquierda que llamaban a votar “Leftxit”. Aun así, en el caso del referéndum italiano, en el que la dimensión antigubernamental y anti-renzi del referéndum era central, la relación entre la crisis gubernamental -la cual el “no” ha profundizado- y una perspectiva de refuerzo por izquierda de la protesta anti-austeridad, no será automática.
La derecha dura, en Italia se mantiene al acecho y la cuestión de la traducción política de las batallas libradas estos últimos años contra la reforma escolar, contra el Jobs Act (la ley italiana de flexibilización laboral) o en el terreno de las luchas sociales como en el sector de la logística, continúa siendo una cuestión central a la cual los sectores más avanzados de los trabajadores y de la juventud no han sabido, hasta el presente, responder. Sin embargo, en las próximas semanas y los próximos meses se les ofrece un escenario absolutamente nuevo.
Igualmente se perfila una situación de graves inquietudes para la burguesía tanto italiana como europea: la ley electoral precedente no permitiría un retorno rápido a las urnas y unas elecciones anticipadas verían una victoria amplísima del M5S de Grillo, al cual los sectores más concentrados del capital no quieren en la sexta potencia imperialista mundial. Por otra parte, constituir una mayoría parlamentaria para designar un nuevo gobierno de coalición aparece como extremadamente complicada.
Con Francia y Alemania en pleno debate electoral, la burguesía europea no necesitaba de un nuevo conflicto, revelador de la crisis orgánica que sacude el continente hoy en día. Nuestra clase tiene el desafío de poder aprovechar esta situación para poder derrotarla.
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Derrumbe
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