7/06/2016

consagración





La frase es de Carlos Marx, y demuestra que cuando uno no puede entender, cambiar, sustituir, etc., cualquier fenómeno, lo único que queda es la fe (creencia que no está sustentada en pruebas). Lo mismo pasa con el gobierno de Macri y de todos los que profesan la fe en los mercados. El mercado, por definición es donde se unen oferentes y demandantes de un mismo bien o servicios, sin tener en cuenta la magnitud de uno y otro, por ende en una economía abierta como la nuestra, donde existen grandes operadores (tanto para la compra como para la venta) los precios de todos los bienes y servicios, incluidos los factores de producción (trabajo, máquinas y equipos, insumos, energía, etc.) quedan determinados por los capitales más importantes.

La única lógica que conocen los capitales es la de generar la mayor tasa de ganancia, y en el caso del capital financiero, que la misma se obtenga en el menor tiempo posible, por ende se supedita lo que vamos a producir, cómo, de qué modo, cómo juega en ello nuestra fuerza de trabajo, nuestra inserción en el mundo, nuestro presente y nuestro futuro (e incluso la lectura del pasado), en esa lógica primaria, elemental, casi secreta, donde la primacía la determinan esos grandes capitales que sólo ingresan al país si se les asegura (de allí la confianza de los mercados y la seguridad jurídica que propician) el cumplimiento estricto de la maximización de la ganancia y la minimización de los costos.

En esa lógica, la tasa de interés es decisiva y fundamental; sólo se emprende aquello que supere la tasa de interés (con lo que se supedita la economía real a la financiera), por ende si, paralelamente, la tasa de interés de la deuda es mayor que la tasa de crecimiento de la economía en dólares, es inexorable el crecimiento del peso de la deuda sobre el PBI, entonces el “alegre” endeudamiento en que incurre el gobierno debe pagarse con un PIB que no crece, por un lado, y por el otro nos preguntamos: Qué proyectos de balance comercial positivo hay detrás de cada esquema de financiamiento que “alegremente” se obtiene. 

En la lógica de crecimiento de una economía abierta (como es la casi totalidad de los países), es imprescindible el equilibrio de la cuenta corriente de la balanza de pagos en el largo plazo. Anthony Thirlwall, plantea que “…la tasa de crecimiento a largo plazo no puede ser mayor a la tasa de crecimiento que corresponde al equilibrio de la cuenta corriente de la balanza de pagos.”, de otro modo no se puede pagar la deuda y menos pagar las importaciones necesarias, con lo que el modelo es insustentable, dura mientras no se deba hacer frente a los servicios de una deuda cada vez mayor y asfixiante. La apariencia de equilibrio y generación de negocios persiste mientras ingresan capitales, y se puedan cancelar y renegociar títulos de deuda, pero una vez agotada las ventas de activos públicos (por ejemplo la venta de la participación del Estado en el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSeS) y privados, el ingreso de blanqueos y condonaciones de todo tipo, presionar a las provincias para facilitar y ampliar la compra de tierras por empresas extranjeras, después de esos ingresos, como pasó con las privatizaciones de Menem y Cavallo, queda un modelo incapaz de sustituir importaciones y producir bienes con alto valor agregado.

El economista y Presidente del Banco Central de Chile cuando era Presidente Salvador Allende, Dr. Carlos Matus, sostenía: “El mercado es de vista corta, no resuelve bien los problemas de mediano y largo plazo; es ciego al costo ecológico de los procesos económicos; es sordo a las necesidades de los individuos y sólo reconoce las demandas respaldadas con dinero; el hambre sin ingresos no vale; es deficiente para dar cuenta de las llamadas economías externas, es decir cuando hay costos o beneficios indirectos; es incapaz de lograr el equilibrio macroeconómico; opera torpemente cuando en el sistema dominan los monopolios, se cierra la entrada a nuevos competidores y las economías de escala son discontinuas; no puede lidiar contra la falta de patriotismo, la corrupción y la deshonestidad; distribuye mal el ingreso nacional y puede hacer más ricos a los ricos a costa de los pobres, etc.”.

En cambio la administración pública es totalmente distinta a lo planteado por los devotos del Mercado. La política económica en el sentido amplio de la palabra es el conjunto de estrategias y acciones que formulan los gobiernos para orientar, influir y/o conducir la economía de los países, y como toda estrategia debe responder a un plan global, esto es, grandes objetivos y las distintas medidas que se deben adoptar para cumplir con esos objetivos. No existe Estado sin fijar metas, que son en sí misma la esencia del diseño del proceso de planificación de un gobierno, ya que al orientar su gestión le permiten alcanzar sus objetivos. Son parte también de la compleja inter relación de las políticas públicas como instrumentos para alcanzar los fines.

Planificar significa pensar antes de actuar, pensar con método, de manera sistemática; explicar posibilidades y analizar sus ventajas y desventajas, proponerse objetivos, proyectarse hacia el futuro, porque lo que puede o no ocurrir mañana decide si las acciones realizadas hoy son eficaces o ineficaces. La planificación es la herramienta para pensar y crear el futuro, aporta la visión general, y con esa vista de largo plazo fundamenta las decisiones de cada día, ese conocimiento y esa función es del Estado; de esa manera es la mano visible que explora posibilidades donde la mano invisible es incompetente o no existe.

John Maynard Keynes

En la teoría económica existen dos grandes escuelas: la llamada neoclásica, liberal o marginalista, que determina la asignación de recursos por el mercado, y la keynesiana, que es una apología y propuesta de intervención pública directa en materia de gasto, poniendo en manos de las autoridades públicas, quienes son los que realmente tienen medios y posibilidades de realizar un cálculo más racional y ajustado de la eficiencia marginal del capital, las decisiones de inversión de la economía. John M. Keynes (1883-1946) afirmó: “Por tanto, en condiciones de laissez faire (mercado libre), quizá sea imposible evitar las fluctuaciones amplias en la ocupación sin un cambio trascendental en la psicología de los mercados de inversión, cambio que no hay razón para esperar que ocurra. En conclusión, afirmo que el deber de ordenar el volumen actual de la inversión no puede dejarse con garantías de seguridad en manos de los particulares”.

En nuestro país también se propagan ambas ideas: la liberal (Mitre, Avellaneda, y Roca serían sus mejores ejemplos en el siglo XIX; Martínez de Hoz, Cavallo, y Macri en el siglo XX y comienzos del XXI), y la keynesiana, que surge desde mediados del siglo pasado, con lo cual persisten dos modelos económicos de acumulación y de distribución de la riqueza, uno, basado en el trabajo y la producción nacional de matriz diversificada, con mayor participación en el ingreso de la población, que incluso, en esta última etapa, extrapoló en una propuesta de asociación estratégica integral con la Región (Mercosur, Unasur, CELAC), con la República Popular China, y en menor medida con el resto de los países que nos compran. 

Ese modelo, denostado como “populista”, tuvo su origen en la construcción de la estructura productiva industrializada y diversificada desde 1945 a 1974, que fue el sostén de una economía en crecimiento con mejoras en la distribución del ingreso, a la vez, determinante del modo de relaciones comerciales internacionales, al final de ese período liderada por los acuerdos con la ex URSS, donde se cambiaba carne y trigo por represas, conformando en esa época el país más integrado de América Latina, donde mejor se distribuía la riqueza y la diferencia entre los sectores más ricos y los más pobres era menor (el mejor Coeficiente de Gini de la región, que es una medida de la desigualdad en los ingresos dentro de un país, ideada por el estadístico italiano Corrado Gini).

Es cierto que en los últimos años nuestra región se benefició con los altos precios de las commodities (fijados en los mercados internacionales), y fácil acceso al financiamiento externo (no para el caso argentino que se desendeudó), pero también no es menos cierto que hubo una propuesta de inversión y de crecimiento en base al mercado interno, defendiendo el trabajo y la producción nacional, de igual manera que el primer peronismo, saliendo el mundo de la segunda gran guerra, prefirió en lugar de vender nuestros productos a costa del mercado interno, crear el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) y asegurar bajos precios en la Argentina, de los alimentos y de las materias primas para que se industrialice y genere valor, redistribuyendo el ingreso a favor del trabajo.

Y sin embargo los empresarios ganaron mucha plata por la ampliación del mercado local y por los acuerdos con la región, la tasa de ganancia fue óptima, pero en lugar de aumentar la oferta (y para ello de la inversión), prefirieron aumentar los precios y fugar capitales, porque nuestros sectores dominantes, del cual el actual Presidente argentino es hijo, piensan en un país para ellos, que no limite sus ganancias, y prefieren subordinarse al capital extranjero a que los negros de este país tengan un mejor nivel de vida, que estudien y se capaciten, porque, como en el año 1969, en que el sociólogo norteamericano James Petras vino por primera vez a la Argentina, y se sorprendiera por nuestra capacidad productiva (hacíamos autos, locomotoras, máquinas de calcular, instrumentos de precisión, etc.), le preguntó al presidente de la UIA (Unión Industrial Argentina) por qué no se proponían ser un país industrial, y la respuesta fue categórica y demostrativa, porque los trabajadores son muchos, se pueden organizar, darnos la pelea y ganar.

San Agustín

Macri y los sectores dominantes de la Argentina, conforman una sociedad donde la marginación, la pobreza, la ignorancia y el miedo, les permita a que ellos, que ven un mundo cada vez más global, abierto e integrado, se subordinen y asocien como socios menores al gran capital internacional y la sociedad se modele a su gusto y semejanza; eso explica el “alegre” endeudamiento, la destrucción del sistema previsional para beneficiar a una minoría a costa de la mayoría de los jubilados y pensionados del país, la desprotección al mercado interno, las nuevas normas de flexibilización laboral, el “blanqueo” de capitales, etc. etc.

San Agustín sostenía “Que el Justo es salvado por la Fe”, y también dijo que "Si un reino era apoderado por una banda de bandidos, dejó de ser un reino para ser un reino de bandidos”.

La fe en los mercados no hace a un hombre justo y si lo convierte en bandido.


*Economista especializado en temas fiscales y monetarios. Profesor de Política Económica en la Universidad de Buenos Aires. Ex Director de Políticas Macroeconómicas del Ministerio de Economía. Miembro de EPA (Economía Política para la Argentina).

1 comentario:

Nando Bonatto dijo...

"Si un reino era apoderado por una banda de bandidos, dejó de ser un reino para ser un reino de bandidos”.

Joder, me he convertido en devoto de San Agustin