Frondizismo
sin industria
por Leandro Santoro Sec.Gral. Los Irrompibles (Frente para la Victoria)
Por
ausencia de identidad histórica o por exceso de pretensiones simbólicas, los
intelectuales orgánicos del PRO vienen desde hace tiempo tratando de instalar
una suerte de línea de continuidad entre el ideario desarrollista de Arturo
Frondizi y el imaginario abstracto de Mauricio Macri.
Alertados
seguramente por el mal recuerdo que dejaron las políticas neoliberales, se
dispusieron a construir argumentos que pudieran blindar a sus portavoces
mediáticos de posibles ataques ideológicos.
Pero
con el correr del tiempo, la narrativa épica de quienes deciden presentarse a
si mismos como los continuadores del "único proyecto serio" de
desarrollo no peronista, dejó de ser un guión impuesto por los publicistas del
partido durante la campaña, para pasar a ser una parte sustancial del relato
oficial.
Ahora
bien, culminados los primeros Cien días de gobierno y habiéndose desplegado en
el debate público las principales líneas programáticas de la actual gestión, la
pregunta obligada es: ¿Estamos frente a un gobierno inspirado en la experiencia
histórica de Arturo Frondizi? A nuestro criterio sí y no. Veamos porque.
Lo
primero que salta a la vista al comparar ambos procesos, son los puntos de
contacto de la estrategia electoral que les da origen, ya que los dos presidentes
lograron construir alianzas y recolectar apoyos de las fuerzas políticas
tradicionales de nuestro país.
Así
fue que mientras en 1958 Arturo Frondizi alcanzó un acuerdo explicito con el
Peronismo para luego avanzar en la contención informal de un sector del
Radicalismo, Mauricio Macri en 2015 constituyó una alianza con la UCR y poco
tiempo después logró cerrar a un sector informal del Peronismo en el balotaje.
Sin
embargo, el saldo no fue perfecto. La falta de bases sólidas de apoyo
institucional y parlamentario, sumado a la escasa capilaridad territorial tanto
de la UCRI como del PRO, expuso a ambas formaciones ante el peligro latente de
la ingobernabilidad.
La
duda que se planteó entonces, pareciera proyectarse sobre nuestro presente. El
interrogante estuvo y aún hoy continúa estando en el devenir de tres instancias
centrales de la vida política de los Argentinos: la puja de poder con el
Peronismo, las tensiones económicas con el sindicalismo y el conflicto social
propio de una democracia capitalista que aspira al desarrollo con inclusión
social.
Como
una burla del destino que se empeña en demostrar la vigencia de aquella máxima
de Carlos Marx que aseguraba que "la historia primero se da como tragedia
y después como farsa", el vínculo con estos tres elementos guardó también
rasgos comunes sorprendentes.
Para
el tratamiento con Peronismo y el sindicalismo la formula utilizada fue simple
y compartida: Seducción, fractura y cooptación. Para el conflicto social cuesta
no advertir la coincidencia de plantear programas oficiales de "contención"
de posibles desbordes sociales que alteren el orden público. En este marco, el
paralelo entre el Plan CONINTES y el Protocolo Anti-piquetes no pareciera ser
caprichoso.
Pero
si hasta acá la comparación nos ha brindado abundantes coincidencias, el análisis
del plano económico nos pone frente al desafió de tener que diferenciar entre
un discurso de pretensiones desarrollistas y el de una práctica económica,
fiscal y monetaria carente de visión productiva del país.
Es
que mientras el desarrollismo vernáculo buscó siempre atraer la Inversión
Extranjera Directa para impulsar el crecimiento de la industria pesada que le
permitiera integrar verticalmente la matriz productiva argentina, el Macrismo
por el contrario, hasta ahora solo se limitó a dañar al mercado interno con
medidas contractivas de la demanda y a comunicar que -ni bien se cumpla con el
pago a los fondos buitres- buscará créditos externos, sin precisar claramente
para qué los piensa utilizar. De proyectos de industrialización, ni una palabra.
Lo
llamativo del caso es que al trasmitir las bases de su gestión económica en pos
de lograr los consensos sociopolíticos que la sostengan, el presidente y su
equipo económico confunden deliberadamente el concepto de crédito externo con
el de inversión productiva, equiparando automáticamente la funcionalidad de
ambos flujos financieros, en aras de mostrar una exitosa "vuelta al
mundo" provocada por un súbito shock de confianza de los mercados internacionales,
quienes milagrosamente, volvieron a creer en nuestro país como consecuencia de
su llegada al poder.
Pero
como el impacto económico y social que tienen ambos instrumentos difiere
sustancialmente, resulta necesario distinguirlos. Así, mientras que la
inversión productiva -generadora de empleo y estimuladora de la oferta de
bienes y servicios- se inicia cuando un agente económico, asumiendo un riesgo,
trae divisas al país para invertir en el mercado y generar un capital fijo, el crédito
externo tiene su origen en una deuda en dólares que toma el estado nacional o
provincial con un tercero, el cual no solo no asume prácticamente riesgo
alguno, sino que es remunerado con un interés pactado entre las partes.
Por
ello, la utilidad social del crédito es directamente proporcional a la
capacidad del estado para orientar esos "dólares prestados" hacia
proyectos de inversión que permitan por un lado, generar "nuevos dólares"
comerciales que de mínima garanticen la cancelación de esos prestamos en el
futuro, y por el otro, adquirir insumos, bienes de capital y tecnología que por
no ser producidos en el país, justifiquen el empréstito. Pedir dólares
prestados, solo para canjearlos por pesos, para luego pagarle a las empresas
contratistas del estado, no pareciera ser muy razonable.
Ahora
bien, en materia de inversión privada la cosa no resulta más sencilla, ya que
la experiencia nos demuestra que no toda inversión extranjera es buena de por
si. Inversiones golondrinas en el sector financiero y adquisiciones de firmas
nacionales por parte de compañías extranjeras que giraban utilidades
millonarias a sus casas matrices y reinvertían centavos en el país, confirman
la necesidad de contar con un estado que las oriente de acuerdo a las necesidades
del interés nacional.
Vemos
entonces que por más pretensiones de desarrollo que se tengan, tomar deuda no
resuelve los problemas de la matriz económica y distributiva de la Argentina.
La clave necesariamente pasa por contar con las ideas maestras que sostengan
los planes de negocios de los privados, los proyectos de infraestructura del
estado y los programas de inversión de ambos. Arturo Frondizi, equivocado o no,
las tenía. Mauricio Macri al menos por ahora, no las mostró.
1 comentario:
Mauricio Macri y sus secuáces del PRO-Cambiemos son, y no le demos más vueltas, los títeres útiles al poder hegemónico mundial, de los llamados "halcones y buitres yankees" y sus aliados terroristas y genocidas de la OTAN...Toda su "política" va a favorecer, como lo está claramente haciendo, los intereses de ese poder antinacional y atipopular. Y ya hemos padecido a lo largo de toda nuestra historia la misma cantinela,desde que éramos colonia del imperio realista español, luego subordinados al dominio económico inglés,y desde hace más de siete décadas bajo el dominio yankee y sus corporaciones.Sólo hemos tenido algunas brisas de autodeterminación nacional y popular, con el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, los dos primeros gobiernos de Juan D.Perón, y estos últimos gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
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