3/29/2016

el ideario desarrollista y el imaginario abstracto de Macri

Frondizismo sin industria

por Leandro Santoro Sec.Gral. Los Irrompibles (Frente para la Victoria)

Por ausencia de identidad histórica o por exceso de pretensiones simbólicas, los intelectuales orgánicos del PRO vienen desde hace tiempo tratando de instalar una suerte de línea de continuidad entre el ideario desarrollista de Arturo Frondizi y el imaginario abstracto de Mauricio Macri.

Alertados seguramente por el mal recuerdo que dejaron las políticas neoliberales, se dispusieron a construir argumentos que pudieran blindar a sus portavoces mediáticos de posibles ataques ideológicos.

Pero con el correr del tiempo, la narrativa épica de quienes deciden presentarse a si mismos como los continuadores del "único proyecto serio" de desarrollo no peronista, dejó de ser un guión impuesto por los publicistas del partido durante la campaña, para pasar a ser una parte sustancial del relato oficial.

Ahora bien, culminados los primeros Cien días de gobierno y habiéndose desplegado en el debate público las principales líneas programáticas de la actual gestión, la pregunta obligada es: ¿Estamos frente a un gobierno inspirado en la experiencia histórica de Arturo Frondizi? A nuestro criterio sí y no. Veamos porque.

Lo primero que salta a la vista al comparar ambos procesos, son los puntos de contacto de la estrategia electoral que les da origen, ya que los dos presidentes lograron construir alianzas y recolectar apoyos de las fuerzas políticas tradicionales de nuestro país.

Así fue que mientras en 1958 Arturo Frondizi alcanzó un acuerdo explicito con el Peronismo para luego avanzar en la contención informal de un sector del Radicalismo, Mauricio Macri en 2015 constituyó una alianza con la UCR y poco tiempo después logró cerrar a un sector informal del Peronismo en el balotaje.

Sin embargo, el saldo no fue perfecto. La falta de bases sólidas de apoyo institucional y parlamentario, sumado a la escasa capilaridad territorial tanto de la UCRI como del PRO, expuso a ambas formaciones ante el peligro latente de la ingobernabilidad.

La duda que se planteó entonces, pareciera proyectarse sobre nuestro presente. El interrogante estuvo y aún hoy continúa estando en el devenir de tres instancias centrales de la vida política de los Argentinos: la puja de poder con el Peronismo, las tensiones económicas con el sindicalismo y el conflicto social propio de una democracia capitalista que aspira al desarrollo con inclusión social.

Como una burla del destino que se empeña en demostrar la vigencia de aquella máxima de Carlos Marx que aseguraba que "la historia primero se da como tragedia y después como farsa", el vínculo con estos tres elementos guardó también rasgos comunes sorprendentes.

Para el tratamiento con Peronismo y el sindicalismo la formula utilizada fue simple y compartida: Seducción, fractura y cooptación. Para el conflicto social cuesta no advertir la coincidencia de plantear programas oficiales de "contención" de posibles desbordes sociales que alteren el orden público. En este marco, el paralelo entre el Plan CONINTES y el Protocolo Anti-piquetes no pareciera ser caprichoso.

Pero si hasta acá la comparación nos ha brindado abundantes coincidencias, el análisis del plano económico nos pone frente al desafió de tener que diferenciar entre un discurso de pretensiones desarrollistas y el de una práctica económica, fiscal y monetaria carente de visión productiva del país.

Es que mientras el desarrollismo vernáculo buscó siempre atraer la Inversión Extranjera Directa para impulsar el crecimiento de la industria pesada que le permitiera integrar verticalmente la matriz productiva argentina, el Macrismo por el contrario, hasta ahora solo se limitó a dañar al mercado interno con medidas contractivas de la demanda y a comunicar que -ni bien se cumpla con el pago a los fondos buitres- buscará créditos externos, sin precisar claramente para qué los piensa utilizar. De proyectos de industrialización, ni una palabra.

Lo llamativo del caso es que al trasmitir las bases de su gestión económica en pos de lograr los consensos sociopolíticos que la sostengan, el presidente y su equipo económico confunden deliberadamente el concepto de crédito externo con el de inversión productiva, equiparando automáticamente la funcionalidad de ambos flujos financieros, en aras de mostrar una exitosa "vuelta al mundo" provocada por un súbito shock de confianza de los mercados internacionales, quienes milagrosamente, volvieron a creer en nuestro país como consecuencia de su llegada al poder.

Pero como el impacto económico y social que tienen ambos instrumentos difiere sustancialmente, resulta necesario distinguirlos. Así, mientras que la inversión productiva -generadora de empleo y estimuladora de la oferta de bienes y servicios- se inicia cuando un agente económico, asumiendo un riesgo, trae divisas al país para invertir en el mercado y generar un capital fijo, el crédito externo tiene su origen en una deuda en dólares que toma el estado nacional o provincial con un tercero, el cual no solo no asume prácticamente riesgo alguno, sino que es remunerado con un interés pactado entre las partes.

Por ello, la utilidad social del crédito es directamente proporcional a la capacidad del estado para orientar esos "dólares prestados" hacia proyectos de inversión que permitan por un lado, generar "nuevos dólares" comerciales que de mínima garanticen la cancelación de esos prestamos en el futuro, y por el otro, adquirir insumos, bienes de capital y tecnología que por no ser producidos en el país, justifiquen el empréstito. Pedir dólares prestados, solo para canjearlos por pesos, para luego pagarle a las empresas contratistas del estado, no pareciera ser muy razonable.

Ahora bien, en materia de inversión privada la cosa no resulta más sencilla, ya que la experiencia nos demuestra que no toda inversión extranjera es buena de por si. Inversiones golondrinas en el sector financiero y adquisiciones de firmas nacionales por parte de compañías extranjeras que giraban utilidades millonarias a sus casas matrices y reinvertían centavos en el país, confirman la necesidad de contar con un estado que las oriente de acuerdo a las necesidades del interés nacional.
           
Vemos entonces que por más pretensiones de desarrollo que se tengan, tomar deuda no resuelve los problemas de la matriz económica y distributiva de la Argentina. La clave necesariamente pasa por contar con las ideas maestras que sostengan los planes de negocios de los privados, los proyectos de infraestructura del estado y los programas de inversión de ambos. Arturo Frondizi, equivocado o no, las tenía. Mauricio Macri al menos por ahora, no las mostró.

1 comentario:

Carlos Germán SIRI dijo...

Mauricio Macri y sus secuáces del PRO-Cambiemos son, y no le demos más vueltas, los títeres útiles al poder hegemónico mundial, de los llamados "halcones y buitres yankees" y sus aliados terroristas y genocidas de la OTAN...Toda su "política" va a favorecer, como lo está claramente haciendo, los intereses de ese poder antinacional y atipopular. Y ya hemos padecido a lo largo de toda nuestra historia la misma cantinela,desde que éramos colonia del imperio realista español, luego subordinados al dominio económico inglés,y desde hace más de siete décadas bajo el dominio yankee y sus corporaciones.Sólo hemos tenido algunas brisas de autodeterminación nacional y popular, con el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, los dos primeros gobiernos de Juan D.Perón, y estos últimos gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.