Bolivia: si está enfermo grave...
Édgar Arandia27/03/2016
Enfermarse de gravedad en Bolivia y acudir al seguro médico es casi despedirse de este mundo. El grado de mercantilización de la medicina pública y privada ha perforado el juramento de Hipócrates. No es extraño ver enormes filas de jubilados congelándose a las cinco de la mañana para sacar una ficha, pero cuando llegan a la ventanilla les dicen que se agotaron. Algunos vuelven al día siguiente, con el nieto de refuerzo y la historia se repite. Entonces deciden ir a las cuatro de la mañana y, finalmente, logran una ficha, pero lamentablemente los médicos están en paro, porque no quieren trabajar ocho horas, ya que tal medida no les permite atender a los mismos asegurados en sus consultorios privados, pero sacándoles todo el jugo posible de su miserable renta. Y si alguien se enferma de gravedad, debe ir con un médico privado, sacando sus ahorros, si es que los tiene; de lo contrario debe vender su casita o un terrenito que se hizo con esfuerzo para que le salven la vida, de otra manera, le auguro un sepelio triste.
Durante un año hice un tour entre varios especialistas de mi seguro público, ninguno daba con mi mal, hasta que casualmente un cardiólogo se aproximó a un diagnóstico razonable, me envió a la nefróloga, quien, sin que mudara un músculo de su rostro, me dijo que debía conseguirme un riñón porque los míos estaban prácticamente inútiles y debía someterme ese día a la hemodiálisis, sin pedirme un examen previo. Menos mal que estaba acompañado de mi esposa y mi hija, que me llevaron inmediatamente donde un familiar médico. Éste me auscultó y me envió donde especialistas privados, que planificaron una serie de medidas. Luego de varios meses de observación, me sometí a dos cirugías. Si hubiese seguido las instrucciones de la profesional del seguro no estaría escribiendo esta nota, y mi viuda estaría reclamando por mala práctica profesional y todo quedaría en nada. De todas maneras, ese año de idas y venidas en el seguro, como en una cueca chapaca, me dañaron irreversiblemente, pero estoy vivo y eso cuenta.
Esta historia es una entre miles que suceden cada día en los seguros públicos, y esto viene a cuento porque finalmente los docentes de la universidad pública reclamaron por los pésimos servicios del seguro universitario, pero creen —ingenuamente— que solicitando la renuncia del administrador la cosa cambiaría, y eso no es así. El problema es estructural, parte desde el concepto que los servicios médicos son una mercadería. Esta idea se instala en el proceso académico de los estudiantes universitarios y, como no podía ser de otra manera, sus frutos son profesionales cuya única finalidad es ganar dinero, sin importar si su víctima vive, queda parapléjica o muere.
Muchos servicios se tercerizan, o los consultorios tienen siempre suplentes y no hacen un seguimiento pormenorizado de sus pacientes. Te consideran un billete y no un ser humano con familia, con sensibilidad y deseos de curarte. El ibuprofeno y el omeprazol se han vuelto las panaceas universales para todo mal, o te dicen que es un milagro que sigas vivo.
El dirigente de la Asociación de Docentes Universitarios informó que más del 50% de los usuarios optan por servicios privados, lo que demuestra la escasa confiabilidad en la eficiencia médica del Seguro Universitario. Si esta institución de salud pública gozó de buena imagen hace años, ahora está en la lista de las peores, entre la que destaca la Caja de Seguro Social en el ranking de fallecimientos por malas prácticas y una pésima organización que arrastra desde hace décadas, pese a los esfuerzos de sus directivos.
La Constitución Política del Estado, en su capítulo segundo, acápite quinto, establece que el Estado debe: “Garantizar el acceso de las personas a la educación, a la salud y al trabajo”, ideal que cada vez está más lejano. Es fácil imaginarse cómo les va a las personas que ni siquiera cuentan con un pésimo seguro. Contar con buenos profesionales que hagan suyas las palabras del Che Guevara: “Un médico debe interesarse intensamente en su paciente y tratarlo con mucha ternura” es cada vez más difícil. Sin embargo, también hay profesionales que valen mucho y tienen conciencia de la importancia de su trabajo: salvar vidas.
Poeta, antropólogo y pintor boliviano. Fue director del Museo Nacional de Arte de Bolivia.
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