5/03/2015

cameron desorientado

Un camino muy movido por recorrer que lleva, con toda probabilidad, a la independencia de Escocia
John Kay · · · · ·


David Cameron tenía pensado que un referéndum sobre la independencia de Escocia tendría como resultado un voto decisivo del No, que le haría daño al Partido Nacionalista Escocés (SNP) y sepultaría el asunto durante una generación. Y los sondeos de opinión sugerían que las oportunidades favorecían la apuesta. Pero el juicio del primer ministro del Reino Unido andaba errado, y es probable que los resultados del pasado septiembre cambien de modo permanente el rostro de la política británico.
La campaña del No puso de relieve las desventajas de una Escocia independiente, en lugar de las ventajas de una Gran Bretaña Unida. Si los ingresos potenciales del petróleo de Escocia se hubieran desplomado antes del referéndum en lugar de después, el argumento podría haber sido más persuasivo. En todo caso, el acoso del periodo último  de la campaña del No fortaleció la resolución de quienes apostaban por el Sí.
Para estabilizar un matrimonio, resulta más inteligente atraer a tu pareja con promesas de felicidad que amenazarle con las funestas consecuencias de un divorcio. Si bien esta última táctica puede funcionar un poco, no es la base de una relación duradera. Escocia es buen ejemplo de ello. El aumento del apoyo al SNP después del referéndum podría haber cedido terreno si las elecciones generales británicas se hubieran celebrado hace más de ocho meses. Tal como están las cosas, todos los sondeos sugieren que el SNP se hará el 7 de mayo con la mayor parte del voto escocés (en buena medida en manos de los laboristas).
La aritmética electoral sugiere que el Partido Laborista en la oposición no puede obtener una mayoría total sin apoyo del SNP, pero podría conseguirla gracias a éste. Aunque una coalición formal es todo menos imposible, es factible un entendimiento; los diputados izquierdistas del SNP nunca van a votar a favor de mantener en el poder al conservador Cameron. De modo que a los potenciales votantes laboristas se les ofrece la oportunidad de elegir un gobierno laborista para el Reino Unido que esté obligado a prestar especial atención a Escocia. ¿Qué es lo que no les va a gustar de ese resultado?
Ed Miliband, líder laborista, dice hoy que no dependería del SNP para gobernar el país. Pero el 8 de mayo puede enfrentarse a la opción de escoger entre convertirse en primer ministro con su apoyo o rechazar su apoyo y perder el liderazgo laborista. Si optara luego por entrar en Downing Street con apoyo del SNP, probablemente aseguraría la marginación del Partido Laborista en Escocia, no sólo en estas elecciones sino para siempre. ¿Por qué le iba a ir mejor en Escocia en 2020 que en 2015?
Quizás unos cuantos meses en el gobierno disiparían la extendida creencia de que Miliband no es un primer ministro creíble y el laborismo podría quedarse con unos cuantos escaños conservadores en unas segundas elecciones convocadas rápidamente  para lograr una mayoría absoluta. Pero ni siquiera esa tenue esperanza desactiva el problema escocés del Reino Unido.
El documento de política del gobierno del Reino Unido después del referéndum, que lleva el ridículo subtítulo de Un acuerdo perdurable, está repleto de preguntas sin respuesta. El revoltijo de acuerdo financiero conocido como fórmula Barnett no tiene justificación objetiva. Y si bien el principio de “votos ingleses para leyes inglesas”, reconocido como consecuencia del referéndum, posee una lógica irresistible, la abstrusa aritmética de Barnett garantiza que todas las medidas fiscales del Reino Unido tengan implicaciones para las finanzas escocesas.
Es  — ya — posible visualizar un Reino Unido en el que el SNP sea uno de los diversos intermediarios del poder en un sistema de partidos más fragmentado, y que disfrute acaso de una relación con los laboristas semejante a la que la CSU bávara, la Unión Social Cristiana, ha mantenido durante largo tiempo con la CDU de Angela Merkel, la Unión Democrática Cristiana. Pero ese resultado requiere una imaginación y una colaboración que rebasan la capacidad de la mayoría de los políticos que llenan nuestras pantallas. La consecuencia más probable para la política del Reino Unido, sea Cameron o Miliband el que se convierta en primer ministro, es avanzar por un camino muy movido cuyo destino es la independencia de Escocia. Ese resultado podría para entonces suscitar gritos de alivio entre todos.  
John Kay (Edimburgo, 1948) fue profesor en Oxford entre 1971 y 1978 y director del Instituto de Estudios Fiscales británico, una institución independiente, y ha sido columnista semanal del diarioFinancial Times desde 1995. Actual profesor visitante de la London School of Economics, formó parte del consejo asesor económico de Alex Salmond en la etapa del íder del SNP como jefe del gobierno autónomo escocés.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

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