La extrema derecha en Venezuela
Un académico, gran amigo, me escribe desde Caracas: “No hubiera querido escribir estas líneas… pero ¡qué días tan tristes son éstos! Salir a la ciudad es encontrarse con calles vacías, desiertas. Todo el mundo está, en distintos sitios, haciendo cola para tratar de conseguir alguna miseria que llega. Salí ayer y anteayer. Volví a salir esta mañana y regresé triste, muy triste, sin conseguir nada. Siento que el país se nos va. Y clavado con ese sentimiento, escribo las líneas que siguen. No es catarsis. Es dolor. De verdad. Porque hoy tomamos con mi familia el último café. Hace meses que no llega a los mercados.
Ahora tomaré un té que traje de Buenos Aires en el último viaje. Otros venezolanos están sin leche, sin papel, niños sin pañales..., no hay harina para la arepa, para la empanada. Falta lo que consumimos todos los días… La economía es una araña negra que camina sobre nuestros estómagos. La gente malbarata sus días en colas interminables para conseguir harina, leche y aceite. La prensa escrita vive una exasperante agonía que puede desembocar en su desaparición absoluta. Las líneas aéreas no tienen remedio, nos borran de sus destinos. Comenzamos a sentir claustrofobia, encierro, ahogo. Hay un rictus general de desazón. Parece que hubiésemos cambiado de país sin darnos cuenta…”
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Finalmente, ¡habemus pacto! A pesar de la dura resistencia del tío Cleto, la tesis de la Asignación Universal promotora de timberas y drogonas ha triunfado de la mano de Ernesto Sanz, ese ¡repúblico!
Sin embargo, la pregunta que surge al ver el regocijo de los pactantes y el tachín tachín de medios opositores es: ¿qué festejan?
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