5/08/2014

ideología y comunicación en el voto joven

Por Rubén Weinsteiner

Comunicación en lugar de información, es lo que busca el sujeto de elección joven.
La información como dato duro, se materializa como un recorte de la realidad, y el sesgo, la corporización de estrategias, la impostura y los diferentes ruidos, dan forma a ese recorte emitido para un receptor joven que demanda comunicación por sobre la información.

Hay que dialogar en estas nuevas conversaciones 3.0 en la web social, con los sujetos de elección jóvenes, más que bajar línea, instalar agenda o repetir slogans vacios.Y para dialogar con estos electores sofisticados, hay que poder, hay que dotar de contenidos al discurso de la marca política, y de un para qué poderoso, para colonizar emocionalidades y subjetividades, potenciando a las ideas, los ideales, la dimensión colectiva, el compromiso y la militancia, como insumos estratégicos básicos para intervenir en el sistema de preferencias del voto joven .

En este contexto todavía existen consultores en comunicación, que plantean el vaciamiento de los espacios políticos, como estrategia de marketing. El discurso antipolítico sostiene que "es viejo" hablar de derecha e izquierda" que lo importante es "que las cosas funcionen". Este discurso en realidad lo que está planteando es que los gobiernos carecen de opciones, solo tienen un camino, y en realidad aunque los gobiernos terminen transitando el camino del "centro político" no es lo mismo hacerlo desde una posición de derecha o desde la izquierda, Y estas categorizaciones, no alcanzan ni minimamente a caracterizar los posicionamientos ideológicos que puede adoptar un gobierno. Estos son complejos y tienen muchas variables determinantes en su formulación. Es como si un informe meteorólogico señalara que un día es "lindo" o "feo". No alcanza, necesitamos conocer la humedad, los vientos, la presión. Es decir para saber de que palo es un candidato necesitamos saber que piensa sobre el papel del estado, como ve a los diferentes grupos de interes real, como piensa los acontecimientos históricos, el concepto de "lo nacional" la dimensión colectiva de la acción política, la industria, el medio ambiente, la energía, la educación, la cultura, etc. Todo esto no se puede resumir en la ideología "del sentido común y que las cosas funcionen".

Los ochenta en el mundo, con la Reaganomania Thatcher y Kohl, o la Argentina de los noventa, fueron espacios donde se había decretado la muerte de las ideologías y el vaciamiento de la política. En la Argentina el menemismo consolidó una alianza vacía de ideas, con iconos representantes del clima de época como Ante Garmaz, Yuyito González, Tinelli y Sofovich. El menemismo legitimó la incultura de Tinelli y la mediocridad de los programas de chimentos, porque desde el poder se presentaba como válida la ignorancia, la incultura y la mediocridad que ostentaba orgulloso el presidente Menem y su círculo de colaboradores.

Pero ese período, el de la ideología que las cosas funcionen, de los espacios sin militantes, sin comités, sin ideas y sin debate, terminó, con Menem y De la Rua, Lacalle, Bucaram, Sánchez de Losada, Fox y Bush.

Terminados los noventa, llegó Lula a Brasil, el Frente Amplio a Uruguay, y se le quemaron los libros al neoliberalismo en la Argentina, en Bolivia, en Ecuador y en EE.UU, donde llegó Obama y explotó la militancia digital. En los 2000 asistimos a la recuperación del discurso político, del debate, de la militancia y de las palabras como órgano constitutivo del pensamiento y de las ideas, aquellas ideas que Menem o Bush no podían articular.

Macri y De Narváez siempre fueron noventistas, por discurso, por formación intelectual, por recorrido de vida, por ideología, por modalidad expresiva, por simbología y ritualidad, por identidad, y demás variables que conforman sus marcas políticas. En esa época sus posibilidades de haber llegado a la cima hubieran sido claras. Llegaron tarde, Macri se bajó 3 veces, 2003, 2007, 2011 y muy probablemente se baje en 2015, y De Narvaéz se convirtió en una pieza arqueológica del marketing político,

Durán Barba y tantos otros creen que los noventa no terminaron, y repiten que la gente está cansada de las ideologías, que no existe más derecha ni izquierda, que nadie quiere a "los políticos tradicionales", y que la única ideología que funciona es la del sentido común, y que las cosas funcionen.

Las 3 y media candidaturas presidenciales fallidas de Macri y la historia de De Narváez acreditan que algo no esta bien en ese planteo

Como dijo Pepe Mujica, no se puede hacer política sin militantes, sin cuadros y sin comités. El desprecio de la política y de los políticos, bajo la forma de “no hacen nada” “ganan fortunas” “todos roban” fue una de las formas a través de las cuales Mussolini consiguió instalar el Fascismo, anclando la democracia, la política y los políticos a conceptos negativos como el caos, el desorden y corrupción.
En los 90 se planteó una república de los gerentes, los políticos no estaban capacitados y había que poner a los que sabían hacer las cosas. Por eso se puso a Bunge y Born a manejar la economía o luego a Cavallo, a empresarios a manejar ministerios y entes estatales, se privatizó todo lo que se pudo porque las cosas funcionarían mucho mejor en manos privadas que en manos políticas. Los noventa terminaron mal no solo en la Argentina, después de 8 años de Bush, EE.UU. sufrió la peor crisis desde 1930. Junto con el ocaso de la república de los gerentes, perdieron poder de fuego las marcas políticas de la antipolítica.

Lo que plantean Durán Barba y los asesores de la antipolítica, atrasa 20 años, y lo peor es que en el gobierno no es sustentable. Un gobierno sin ideología, que solo quiere que las cosas funcionen, que no entiende el país, que llega al poder a base de slogans, spots y frases vacías, como la cabeza del candidato, se encuentra con la gestión, se pone nervioso y choca el país, como De La Rúa el último noventista, en 2001.


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