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Raúl Dellatorre
Las últimas medidas económicas, particularmente en materia cambiaria y financiera, parecieran haber logrado restablecer parcialmente la calma. El Banco Central da la impresión de tener otra vez bajo su control la paridad cambiaria, la corrida sobre “las cuevas” por conseguir dólares “como sea” se atenuó significativamente, y hasta los precios de bienes finales de consumo inmediato o durable (alimentos y electrodomésticos) vuelven a tener un precio relativamente estable, al menos, entre el momento de la consulta y el de decidir la compra. Lo que no debiera perderse de vista es reconocer qué provocó ese “estado de locura” que atravesó la economía argentina durante algunas semanas, y cuáles de esas causas se mantienen todavía latentes. Es decir: contra qué o quiénes se pelea para mantener en pie un funcionamiento productivo que permite crear los bienes, dar empleo y dotar al Estado de los recursos para garantizar las prestaciones sociales.
En el ataque especulativo que recibió Argentina contra su moneda hay elementos y condicionantes locales, pero también externos. Entre los primeros, fue muy visible en estos días la disputa con los sectores más concentrados del bloque exportador (las grandes cerealeras) por conseguir que liquidaran las divisas de las ventas al exterior. También, esta semana, el rol relevante que juegan los bancos del sistema financiero doméstico en el mercado de divisas: una decisión del Banco Central restableciendo un tope a la proporción patrimonial que pueden mantener en divisas provocó una inmediata corriente de oferta de dólares, aunque las entidades tengan dos meses para adecuarse a ese límite.
Y un tercer elemento quedó también en evidencia, pero por la negativa: una oferta “controlada” de dólares para atesoramiento o ahorro de particulares demostró ser suficiente para calmar las ansiedades de un sector al que, errónea y malintencionadamente, se le adjudicaba un rol sobrevaluado: no era el “cuco” que se iba a quedar con todas las reservas, ni el principal interesado en arrancarle al gobierno una devaluación. Otros intereses se ocultaban detrás, controlando la escena. (sigue)
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Eduardo Anguita
¿Quién puede confiar en un peso que se hace agua en las manos?”, dijo, desafiando todas las leyes de la gravedad política, Luis Etchevehere, presidente de la Sociedad Rural Argentina ayer por la mañana en diálogo con el periodista Marcelo Bonelli por Radio Mitre. Para contestarle a través de ese medio al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el presidente de la Sociedad Rural y jefe de los devaluadores afirmó que los exportadores de soja no son avaros sino prudentes. Por fuera de una retórica berreta, esto significa que la elite de terratenientes locales y sus socios de las multinacionales granarias decidió mantener la cosecha en los silobolsas todo el tiempo que pueda y, de este modo, empujar al Banco Central a salir a vender dólares para evitar una sangría de reservas.
El calendario indica que hasta mediados/fines de marzo, quienes tienen un gran poder económico pueden acopiar soja a la espera de liquidar sus ventas al exterior en ese momento a la espera de un dólar que cueste más caro que los ocho pesos actuales.
El viernes Capitanich embistió contra estas maniobras y apuntó contra los que “amarrocan” señalando algo absolutamente certero: la gran mayoría de pequeños y medianos productores no tienen capacidad financiera para ser parte de esta maniobra. El gran problema es el poder de fuego de unos y otros: el complejo agroalimentario está concentrado en un puñado de empresas y la Mesa de Enlace está alineada con los dichos de Etchevehere. Carlos Garetto, presidente de Coninagro, y Pedro Apaolaza, vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, salieron en coro a apuntalar las presiones devaluatorias.
El dilema de estas horas es que este sector –con el liderazgo de la Sociedad Rural, la entidad más emblemática del golpismo argentino– percibe un espacio social y político favorable para este embate. No es una conspiración, como señalaron algunos voceros del Gobierno, sino una conducta política arraigada en una historia que debió advertirse con mucha más seriedad en los últimos años.
En efecto, tras los enfrentamientos con las patronales agropecuarias de mayo y junio de 2008, la dirigencia política y social argentina mostró una grieta respecto de quiénes lideraban uno y otro bloque. El Gobierno y la Mesa de Enlace, grosso modo, fueron las cabezas visibles de aquella división. El kirchnerismo logró recomponer su representación en vastos sectores que le habían dado la espalda en las horas de enfrentamiento. Tal fue la recomposición, que las elecciones de 2011 mostraron un escenario electoral favorable al Frente para la Victoria en muchos distritos que habían sido epicentro de la revuelta patronal agropecuaria. (sigue)
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