3/16/2013

hugo chávez : "cuentos del arañero"


Se acaba de presentar en La Habana “Cuentos del Arañero”, que toma su título del cuento que cierra el post.

El libro es un viaje contado en primera persona que inicia en las propias raíces del presidente Hugo Rafael Chávez Frías, en Sabaneta de Barinas, en aquella casita de palma y piso de tierra, la vívida estampa de cientos de miles de hogares humildes de los pueblitos del llano venezolano.


Son muchas las pasiones que se desbordan en el discurso y la impronta de quien ha marcado la historia reciente de Venezuela: la familia, el béisbol, las Fuerzas Armadas, el culto a los próceres, a los héroes, el amor infinito a Venezuela y, sobre todo, a las amplias masas excluidas.


Llanero de pura cepa, y orgulloso de serlo, Chávez es también un fabulador. Él asegura que no exagera, pero Fidel Castro, quien lo conoce bien, acuña que su amigo venezolano “rellena”, al menos sobre las historias que involucran a ambos.


Ustedes saben que yo vendía arañas. Desde niño, más o menos, tengo noción de lo que es la economía productiva y cómo vender algo, cómo colocarlo en un mercado. Mi abuela terminaba las arañas y yo salía disparado. ¿Pa’ dónde iba a coger? ¿Pa’l cementerio?
 
Estaría loco. Allá estaba a lo mejor una señora acomodando una tumba, a lo mejor un entierro. 
Si había un entierro entonces yo aprovecharía ¿verdad? Pero no, ¿pa’ dónde? Pa’l Bolo. Más de una vez mi papá me regañó: “¿Qué haces tú por aquí?” “Vendiendo arañas, papá”. Todas las tardes, a las cinco, se veían allá los hombres del pueblo. Mi papá jugaba bolos porque él es zurdo y lanzaba bien.
 
En el bolo yo vendía la mitad, y después pa’l cine. La concentración, pues, en la Plaza Bolívar. A la salida de la misa estaba yo, mire, con mi bichito aquí: “Arañas calientes”, no sé qué más. Y le agregaba coplas: “Arañas calientes pa’ las viejas que no tienen dientes”, “arañas sabrosas, pa’ las muchachas buenamozas”, cosas así. Arañas calientes, araña dulce, pa’ no sé qué. 

Yo inventaba, ya casi se me olvidaron las coplas. A las muchachas yo les cantaba. Digame si salía por ahí Ernestina Sanetti, ¡ah!, yo le cantaba. Ernestina Sanetti, Telma González, de las bonitas del pueblo. Entonces vendía mis arañas ahí donde estaba el mercado y la concentración.
 
¡Cómo olvidar las fiestas de Sabaneta! Yo era monaguillo, tocaba las campanas, y había que tocarlas duro los días de fiesta. Y la abuela: “¡Huguito, hay que buscar más lechosa!”. Porque en los días normales yo vendía no más de veinte arañas dulces; eran dos bolívares con un real. En cambio, en las fiestas se vendían hasta cien arañas diarias. Mi abuela se levantaba muy temprano. Yo la ayudaba; le comía las paticas a las arañas. 

Y le regalaba una a Hilda, que me gustaba aquella muchachita. Me quedaban por lo menos dos lochas todos los días, para montarme en la montañíta rusa y la vuelta a la luna aquella. Me gustaba ir al circo y ver a las trapecistas bonitas que se lanzaban. 

De cuando en cuando iba un elefante, un tigre en una jaula, y uno vivía las ilusiones del mes de octubre. Dígame en las fiestas patronales. ¡No! Estábamos en emergencia, había que buscar lechosa no sé, hasta allá en el río, porque se vendía mucho, y además no teníamos competencia. La única casa donde se hacían arañas en este pueblo era la casa de Rosa Inés Chávez. Sí, un monopolio. 

1 comentario:

Nando Bonatto dijo...

grazie tante por la data