El librito de tapas blancas se titulaba “Conozcamos a nuestro enemigo” y la bibliotecaria de mi secundario —la recuerdo gordita, anarquista y muy macanuda— lo encontró escondido en uno de los estantes más altos. Cuando terminó de leerlo, me lo regaló. A vos te va a encantar, me dijo, y agregó que cuando lo leyera iba a ver cómo los milicos, además de todo lo que ya sabemos, eran brutos.
El librito, editado por el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación en 1977 y enviado a todas las escuelas, explicaba cómo detectar el accionar, en el ámbito educativo, de las Bandas de Delincuentes Subversivos Marxistas, a las que, para ahorrar palabras, se refería con la sigla BDSM, hoy más usada en el mundo leather para hacer referencia a los términos bondage, dominación y sado-masoquismo. Los temibles infiltrados del sadomarxismo, según el Ministerio de Educación, operaban en las universidades para entrenar jóvenes subversivos.
Empezaban convenciendo a los estudiantes con ideas atractivas, como “mayor presupuesto universitario”, “cursos nocturnos para los que trabajan” y “comedor universitario” y, poco después, cuando veían terreno fértil, pasaban a consignas más avanzadas, como el retiro de la policía de la universidad y “más libertad de expresión”. Cuando el adoctrinamiento ya estaba avanzado, iban por todo. “Una vez que el alumno se encuentra motivado convenientemente con los argumentos esgrimidos, se lo va sacando –poco a poco– del ámbito universitario y se lo utiliza para pegar carteles en la ciudad, colocar artefactos explosivos, hasta convertirlos en verdaderos activistas de alguna de las organizaciones subversivas conocidas”.
De pedir comedor universitario a poner bombas eran dos estaciones de subte. Y el subte funcionaba. Había que detenerlos antes de que fuera tarde.
Pero los temibles sadomarxistas no se conformaban con adoctrinar universitarios subversivos. Insaciables, iban también a los secundarios, a los primarios e inclusive a los jardines. ”El accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes, aptas para la acción que se desarrollará en niveles superiores”, explicaba el librito blanco. Y seguía: “La comunicación se realiza en forma directa, a través de charlas informales y mediante la lectura y comentario de cuentos tendenciosos editados para tal fin.
En este sentido, se ha advertido en los últimos tiempos, una notoria ofensiva marxista en el área de la literatura infantil”. Las investigaciones de los inteligentes de la inteligencia del Ministerio habían permitido detectar el mensaje subversivo oculto en las páginas de El principito, del sadomarxista francés Antoine de Saint-Exupéry, y también en el cuento infantil Un elefante ocupa mucho espacio, de la sadomarxista argentina Elsa Borneman, que fueron prohibidos. Inclusive en los libros didácticos destinados a las llamadas ciencias duras, los agentes bondage metían la cola, como en el caso del libro La cuba electrolítica, que fue quemado a tiempo antes de que pudiese ser usado en las clases de Física para difundir las peligrosas ideas de Fidel Castro entre los incautos prepúberes.
“El accionar ideológico se intensifica con la mayor edad de los niños en los últimos años del ciclo primario, tendiente a modificar la escala de valores tradicionales (familia, religión, nacionalidad, tradición, etc.) sembrando el germen para predisponerlos subjetivamente al accionar de captación que se llevará a cabo en los niveles superiores”, explicaba el librito, y advertía la presencia en nuestras escuelas de docentes marxistas, preceptores marxistas y pizarrones marxistas. ¡Hasta la sopa de los comedores era marxista y había que denunciarla a las autoridades!
Por suerte, pronto confirmé que en mi secundario también había sadomarxistas. Para mí hubiese sido una frustración, después de leer el librito que la bibliotecaria me regaló, no encontrarme con ninguno de esos cucos y poder mirarlos de cerca, ver cómo eran, arriesgarme a que me llevaran a poner bombas. Al final, yo también quería más presupuesto universitario y más libertad de expresión y también había leído El principito, que me lo regalaron mis viejos, conocidos delincuentes subversivos marxistas.
Los encontré, claro. Había de varios colores. Franja Morada, el PC, el MST, anarcos. Tenían entre 20 y 30 años y venían a reuniones del centro de estudiantes, o nos esperaban en la puerta de la escuela y nos invitaban a tomar un café en la esquina. Algunos eran profesores o preceptores, como decía el librito. Otros eran hermanos mayores de algunos alumnos, o simplemente amigos. Traían el diario del partido, lo discutíamos. Me acuerdo que al del MST, que en ese momento lideraba el sadomarxista Luis Zamora, yo le discutía párrafo por párrafo, hasta que creo que un día se dio cuenta que no me iba a afiliar nunca, menos hablándome de la importancia de la lucha de los obreros de una fábrica de Yugoslavia contra la burocracia estalinista y el debate ideológico sobre la revolución rusa en el último congreso de la IV internacional.
Los del PC estaban peleados: unos con Jorge Pereyra y otros con Patricio Echegaray. Mi abuelo decía que Jorge Pereyra era un “tataranieto de puta”, pero el hijo a mí me caía bien. Los de la Franja Morada eran los más inteligentes, sin dudas, hablaban castellano y conversaban con nosotros sobre temas que nos interesaban y nos afectaban más directamente. Un preceptor infiltrado por el sadomarxismo de la Juventud Radical los ayudaba, y nos reuníamos con un grupo de aprendices de subversivos en el recreo. Peronismo no había, porque en esa época el peronismo era Menem, y Menem era mala palabra.
No hay nada de lo que leo en La Nación que hacen en las escuelas los sadomarxistas de La Cámpora que no lo hayan hecho los de Franja Morada en mi secundario. No soy fan de La Cámpora, para nada. Y tampoco de Franja. Pero no entiendo por qué tanto miedo. Los jóvenes radicales, que estudiaban en la Facultad de Derecho y seguían, todavía, a Raúl Alfonsín, nos enseñaron mucho.
Y también los troscos y los comunistas. Nos incentivaron a participar de actividades solidarias, nos ayudaron a estudiar la Ley Federal de Educación y ver cuánto nos perjudicaba, nos llevaron a la primera marcha de la Noche de los Lápices de la que participé, en la columna del MST, aunque no militara con ellos. Franja nos ayudó a armar una agrupación para disputar el centro de estudiantes y nos imprimió afiches para la campaña, pero también nos juntábamos a dibujarlos nosotros mismos en la casa de uno de los preceptores, que era de la Juventud Radical.
Y perdimos, y ganamos, y seguimos militando, pero no lograron hacernos radicales. Ellos nos caían bien, pero el radicalismo no, ni sus dirigentes. Al igual que nos caían bien los chicos del PC y los del MST, pero no nos convencía el discurso de sus partidos. Tenían diez o quince años más que nosotros y los veíamos con un poco de admiración. Aprendíamos de ellos. Pero no éramos pelotudos ni ingenuos, y ellos jamás nos trataron como tales....
1 comentario:
Perfecto lo de Bruno, y estoy seguro, que su abuelo, mi Tío Aldo por cierto, sabía de lo que hablaba
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