Lo que –seguro- ocurrirá antes del partido del miércoles en Brasil
Al tiempo que Orión se ajusta sus guantes, Elías Musimessi -“el arquero cantor”- toma una guitarra y canta para la historia ese chámame suyo que decía “Dale Boca, viva Boca… el cuadrito de mi amor…”. Mira de reojo como Roma le avisa que, ante la chance de los temibles penales, el arco de boquita se le achica a todos los pateadores, pero no por magia, sino porque el portero se engrandece. Al tanto de ese consejo, el Loco Gatti le cuenta historias descabelladas sobre viajes por América y la hostilidad en las finales de Copa. Córdoba ríe por alguna broma del Pato Abbondanzieri para romper un poco la tensión, pero todos callan y reverencian cuando la figura imponible de Américo Tesoriere entra al vestuario acompañado de Victoriano Caffarena y toda la troup de la Gira del ’25. El silencio es respetuoso hasta el hartazgo, Sosa Silva se sorprende, y el Mono Navarro Montoya avisa a todos: de pie, entró Américo, el arquero de Boca…
En un rincón no muy apartado de allí, Caruzzo y Schiavi ultiman
detalles, hablan de relevos y cierres, de pelotas paradas. Atento
escucha todo el Patrón Bermúdez, con los ojos llenos de emoción, muere
de ganas de entrar él a la cancha. El Ruso Hrabina lo acompaña y
asiente, él también sufre la ausencia y la lejanía de las canchas y las
batallas. Passucci se tira de cabeza a contar aquello de las camisetas
blancas marcadas con fibrón y rompe en llanto por la nostalgia. Pernía
se hace grande y lo consuela; es que al Tano todavía le duelen las
piernas por los golpes recibidos hace más de treinta años ya. Pancho Sá y
Mouzo parecen siempre inalterables, hablan de “La Candela” y de los
gloriosos años setenta: se aman y odian como era entonces, Pancho saca a
relucir eso de “nadie tiene tantas copas ganadas como yo”, y Roberto le
retruca con un “nadie jugó en Boca tantos partidos como yo”, y los dos
se sonríen y alientan a la pareja de centrales que sigue concentrada en
el juego que está próximo a empezar. La impronta de Silvio Marzolini,
prolijo hasta el hartazgo es un halo de pulcritud en medio de tanto
sudor, emoción y barro en suela. Habla con Clemente y con Roncaglia. El
Negro Ibarra se suma y escucha atentamente. Aparecen Soñora, Stafuza, y
el gran José Luis Cuciuffo, “el cordobés del pecho inflado”. Más -muchos
más- se suman y aprenden y dialogan. La línea de fondo de Boca se va
armando plagada de historia. Juan Simón escucha atentamente a todos y
casi ni opina, tiene lo justo, lo que necesita, está concentrado por
todos los demás, casi un calco a la actitud de Samuel allí.
A Somoza y Ervitti lo rodean pesos demasiado pesados, pero ellos saben
que ya están a esa altura: el Rata Rattín -el verdadero gran capitán-
todavía tiene el puño apretado de estrujar ese banderín inglés en
Wembley. Giunta lo mira con admiración y algo de celos. Serna y el Chapa
Suñé conversan sobre finales, y -si, otra vez-, el silencio se adueña
del fantasmal vestuario: señoras y señores, todo el mundo de pie, Don
Natalio Pescia ha ingresado. Algunos lo miran absortos, no pueden
creerlo. Es él, el hombre que da nombre a esa famosa tribuna que da a la
Casa Amarilla. A su lado, con la sonrisa siempre fresca, La Raulito
acomoda el ya histórico traje de Cacho Laudonio.
Por unos momentos, a todos les impacta un recuerdo instantáneo que los
golpea de un modo misterioso: La Bombonera se hace presente en el
imaginario, y el piso parece temblar. Las nieblas del Riachuelo invaden
las calles cercanas. Las casitas pobres, el mundo pobre de la República
de La Boca. Conventillos, italianos, latinoamericanos. Bolivianos y
Paraguayos… si, ellos también. El orgullo se hace presente otra vez.
Esta vez, es el orgullo de que los ignorantes crean que eso es un
insulto. Lo que para los demás es un insulto, para nosotros -lo piensan
todos- es un orgullo inmenso. ¿Cuántos otros pueden jactarse de ser la
mitad mas uno de América?
Pasó el recuerdo, y un hombre alto e imponente habla con dirigentes de
Boca y de la organización, parece tenerlo todo bajo control, aunque por
momentos también parece histérico y exasperado. ¡Pero si no es otro que
Alberto J. Armando! Todos sabían que no podía a faltar a este encuentro,
está en todos los detalles y arrastra mística por donde camina. Más
serenos, a su lado, Pedro Pompillo y el gigante Antonio Alegre lo ladean
y acompañan, dejando de lado cualquier diferencia política que pudiese
existir entre ellos. Notan algo curioso: por unos meses, todos
trabajaron juntos alguna vez, todos por Boca, como ahora también.
Sobrevuela el recuerdo de los Padres Fundadores: Esteban Baglietto,
Alfredo Scarpatti, Santiago Sana y los hermanos Juan y Teodoro Farenga…
Todos ellos se acomodan junto al inmortal Camilo Cichero en un banco que
aparece allí flotando en el aire espeso del vestuario: es el banco de
la Plaza Solís…
La escena continúa con el Muñeco Madurga, Heber Mastrangelo, Lazzatti y
Lucho Sosa, que hablan con Rivero y Ledesma, les explican secretos de
“halfs”, esa difícil y extraña posición que solo un juego tan dinámico y
hermoso como el fútbol puede tener tan incorporada y naturalmente
aceptada como fundamental. Todo está enrarecido, un halo de magia lo
sobrevuela todo, fantasmas del pasado no dejan de llegar a acompañar, la
historia se hace carne y se materializa en los vestidores del Pacaembú.
Claro, Boca está por jugarse su historia en otra final de la Copa
Libertadores de América…
Juan Román Riquelme parece callado, como distraído de la aquelarre que
se manifiesta allí, pero en realidad está más concentrado que nunca. Al
ídolo por definición se le apresta un nervio cuando la puerta del
vestuario se abre y un señor un tanto gordito y de barba aparece allí…
al pisar el vestuario, ese señor rejuvenece casi instantáneamente y
ahora es un pibe de rulos, flaquito y con granitos en la cara, la
camiseta pegada al cuerpo y el número diez grabado a fuego… Es que Dios
no podía perderse esto. Es Diego Armando Maradona… De movida nomás, D10S
se abalanza sobre Ángel Clemente Rojas, su gran ídolo, y lo abraza
“Rojitas, que lindo verte acá…”, le susurra al oído. “Hola Diego…”, casi
con ternura se despega la respuesta de Angelito. Se miran y emocionan,
pero no dura nada ese encuentro, saben por qué están allí así que se
enserian sus gestos. Ambos ahora se dirigen hacia el gran capitán, le
presentan sus respetos y le aseguran que ya entró en la historia grande,
que tanto como “Rojitas” o “Diego”, el no será nunca más Riquelme,
ahora y para siempre será “Román”… Y todas las diferencias del mundo se
terminan allí, y Román ya se siente defendiendo, no solo a su gran amor,
sino también al patio de su casa…
Pero hay otro que se jacta también de ello. Brota de sus gestos y
comentarios una picardía y un hambre de gloria exasperados. Parece
entenderlo todo, es el hincha en la cancha, tiene el ADN xeneize hasta
en los huesos y fue forjado genéticamente perfecto para jugar en Boca.
Él sabe que jamás volverá a ser “Barros Schelotto” como lo llamaban: es y
será por siempre “Guillermo”. Habla con el paraguayo Cabañas y el
uruguayo “Manteca” Martínez sobre eso. Antonio “Tim Tim” Valentim y
Carlos Tevez se suman a la charla. Todos hablan con Mouche y Cvitanich.
Los aconsejan, los miman, saben que los delanteros dependen mucho de su
temple, de su confianza para encarar, para atreverse y llegado el caso
definir.
Y para ello también están allí Pancho Varallo, Pepe Borello, Mario Boyé,
Martín Palermo, Roberto Cherro, Severino Varela, Jaime Sarlanga, el
Tanque Rojas. Ellos se miran de reojo pero se saludan. Finalmente van y
saludan también a Silva y Viatri que, enseguida, generan y advierten ese
extraño recelo entre goleadores. El ambiente es tenso con tantos de
ellos allí dentro, pero de un momento a otro alguien tira una broma y el
ambiente ya es otro…
Falcioni se apresta ahora a ultimar los detalles en la charla técnica
previa. El vestuario está repleto de historia: pasado, presente y hasta
futuro. A su lado, respetuosos, lo acompañan Mario Fortunato, Alfredo
Garassino, el “Toto” Lorenzo y Carlos Bianchi…
Todos se funden en un abrazo final. Hay gritos, llantos de emoción,
palmadas fuertes entre ellos, mucho aliento. Afuera se escucha una
silbatina feroz con ritmo de samba. El clima es hostil, y la mística se
puso una camiseta Azul y Oro. Todos son historia, independientemente de
que es lo que termine por suceder. Todos se han encargado, a su tiempo y
forma, de seguir construyendo una historia rica y hermosa por donde se
la mire…
Riquelme se apresta la banda de capitán, hace un paso en la escalera,
los mira a todos y habla a viva voz: “Señores, Compañeros, Fantasmas,
Amigos, Ídolos, Locos, Extraños… Nos jugamos la historia. Que nadie se
olvide como llegamos acá, por qué estamos acá, y quienes son los que nos
acompañan. La mitad mas uno del país está con nosotros. Todos juntos
somos el Jugador n° 12… Señores, Compañeros, Fantasmas, Amigos, Ídolos,
Locos, Extraños… El corazón bien adelante y la frente en alto, a jugar
con inteligencia, cabeza fría y con los huevos en la punta de los
botínes…
…Señores, Fantasmas, Amigos, Ídolos, Locos, Extraños… vamos a la cancha nomás, carajo!
…Señores, Fantasmas, Amigos, Ídolos, Locos, Extraños… ESTO ES BOCA…”
Porqué todo esto tan conmovedor que planteaban en La Passucci no ocurrió?
A nuestro juicio, más allá de los imponderables del fútbol que no fue el caso de anoche, nada de lo imaginado por el hincha sucedió porque el actual presidente de Boca Juniors , el invento macrista y empresario de subencionados bingos bonaerenses "Daniel Angelici", no pudo resolver la evidente y prolongada crisis interna del plantel.
Sucede que en materia de márketing dirigencial se inventa todo, salvo el atributo de autoridad asociado inexorablemente a la capacidad de gestión. Angelici carece de atributos sancionatorios, nadie le teme, por lo que , estructuralmente esa conducción no temida, no puede controlar conflictos y, entonces es incapaz de gestionar.
Los hinchas de Boca deben plantearse muy estrictamente cual es el futuro del club bajo la conducción ineficaz de la actual dirigencia cuyo fin no es mejorar la performance institucional y deportiva xeneise, sino servir de cabeza de playa ampliado al despliegue nacional de la figura de Mauricio Macri.
Fracasará sin duda Macri, pero podría no hacerlo Boca Juniors , si bajo presión se corrije el rumbo actual, de lo contrario, la caída parece inevitable, con o sin mística , que está sobradamente comprobado, resulta un insumo muy poco útil en estos casos de desmanejo dirigencial. Se verá.
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