7/15/2012

para una lectura sintomal del motonauta



... el lenguaje no sirve, nunca ha servido,
solo nos permite formular cosas que tienen
tres,cuatro, cinco, diez, veinticinco sentidos
Lacan



Leemos a Natanson

 Y, por último, el costado kirchnerista de Scioli, que también lo tiene: al fin y al cabo, ya lleva más años como kirchnerista que como menemista, dato que merece tenerse en cuenta. Además de su compañero de fórmula en el 2003, Scioli fue la carta ganadora que jugó Kirchner en la provincia de Buenos Aires en el 2007, cuando armó toda su estrategia política en función de la elección de Cristina, y un aliado invaluable en los meses más difíciles del período más difícil de todo el ciclo K, el del conflicto del campo, durante el cual Scioli acompañó sin fisuras, para asombro de muchos, al gobierno nacional (junto al otro aliado clave de aquel momento, Hugo Moyano). 

E incluso después, tras la derrota en la disputa por la 125, Scioli aceptó sumarse a las candidaturas testimoniales con una presencia que fue crucial para garantizar la inclusión de los intendentes en el fallido experimento. En aquel momento, y como forma de poner en palabras una sociedad que en muchos aspectos sonaba impronunciable, la dupla Kirchner-Scioli encontró como punto de convergencia justamente el mismo eje que el gobierno nacional hoy pone en cuestión: el valor de los resultados, es decir los efectos concretos y palpables de las respectivas gestiones, reflejados en tantas escuelas construidas, tantos kilos de cocaína decomisados, tantos puntos de desempleo reducidos, y sintetizados en un slogan electoral cuidadosamente elegido: “Nosotros –decían los spots– hacemos”.

Mi tesis es la siguiente: Scioli funciona como una síntesis de los tres liderazgos más importantes del peronismo pos-cafierista (Menem, Duhalde, Kirchner), cada uno de los cuales parió no sólo una corriente interna hegemónica sino también una forma de entender el peronismo y, en el extremo, una cultura política. Y sin embargo, no se trata de una síntesis tensa: a Scioli, da toda la impresión, no le pesa su menemismo ni su duhaldismo, como sí parecen pesarles a otros integrantes del elenco oficial que también deambularon por allí. Quizás esto explique parte del éxito de Scioli: su capacidad para acumular generaciones y dar forma a una genealogía política tan personal como liviana, sin más traumas ni arrepentimientos que los derivados de la vida privada (el brazo, la hija extramatrimonial, el amor con Karina).

Aliviado de la exigencia de construir una macroteoría explicativa que articule sus diferentes políticas en un todo digerible, Scioli ha convocado, en sus dos gestiones bonaerenses, a un elenco heterogéneo que, como el de todo líder, funciona como una teatralización de sus ambiciones y sus límites: duhaldistas como Eduardo Camaño, duhaldistas-kirchneristas como José Pampuro, barones del conurbano estilo Cacho Alvarez, mediáticos como Claudio Zin, académicos progresistas como Daniel Arroyo; todos ellos forman o formaron parte del gabinete sciolista, en una mezcla que no excluyó alianzas con los movimientos sociales (en particular con el Evita) y los organismos de derechos humanos (Guido Carlotto es el secretario de Derechos Humanos bonaerense). Navegando en este mar de felices contradicciones, la vistosa gestión de Scioli surfeó la ola de los últimos nueve años sin demasiadas dificultades: atento siempre a no perturbar a los poderes fácticos (de la Iglesia a los medios, de los sindicatos a los movimientos sociales), Scioli no emprendió grandes reformas ni encaró transformaciones profundas: en este sentido, y contra lo que afirma hoy el kirchnerismo sunnita, a Scioli cabe criticarlo más por lo que no hizo que por lo que hizo.

Salvo en una tema: la inseguridad. Con la designación al frente del ministerio de dos integrantes del complejo judicial-policial, Carlos Stornelli y Raúl Casal, Scioli llevó adelante, con un ímpetu ausente en otras áreas, un giro en la saludable política llevada adelante por Carlos Arslanián, que había incluido purgas masivas, la renovación total de la cúpula policial, un proceso de municipalización, la fusión de los escalafones, el ingreso de civiles en altos puestos, la modificación de los planes de estudio y hasta la creación de una segunda policía que con el tiempo debía absorber a la vieja. La contrarreforma recentralizadora de Scioli, orientada a la idea de devolverle poder a la policía, revirtió casi todas estas decisiones e implicó un nuevo giro en la política de seguridad bonaerense, una de las más erráticas y peligrosas de todas las emprendidas desde la recuperación de la democracia.

Pero las cosas cambiaron. El impacto de la crisis financiera internacional, la desaceleración de la economía local y la disputa por la sucesión alteraron la tranquilidad de un Scioli acostumbrado a gestionar en un contexto no sólo de expansión económica y pax peronista sino también de creciente protección social, porque no es lo mismo gobernar el Conurbano con Asignación Universal que sin ella. El déficit fiscal de la provincia de Buenos Aires, corazón del conflicto político actual, es estructural y de larga data, y ha sido la pesadilla también de Duhalde, Ruckauf y Solá. Por supuesto que Scioli no ha hecho demasiado por solucionarlo, pero reclamarle ahora una reforma tributaria progresiva es tan improbable como pedírsela a De la Sota o Urtubey. 

El psicoanálisis, ese hobby de clases medias, enseña que en momentos de dificultad, angustia o crisis, el hombre suele replegarse a la protección de lo conocido, al calor de lo familiar, a la tibieza de la infancia como patria infalible, y que es ahí cuando asoma su verdadera naturaleza: ¿a dónde reenvía políticamente esa combinación de VIP de New York City con segundo cordón del Conurbano? Lo iremos descubriendo en estos días.

1 comentario:

manolo dijo...

Artemio

El ultimo, y perfecto, peronista renovador; el Wilson de Néstor; el candidato bayesiano que siempre elige la puerta correcta, aunque a primera vista parezca equivocada.

En lenguaje bostero, querido primo; si Néstor era Palermo con su obsesión por el gol, y Hugo el Patrón Bermúdez, aniquilando todo aquello que amenazaba el área grande de boquita.

¿Daniel es Román?, un aparente corazón de freezer, desgando y cansino, siempre al limite de ser remplazado; pero capaz de liquidarte en el momento menos pensado.

A los antisciolistas les falta barro y les sobra Villa Freud; no entienden los codigos barriales donde el Acto prima sobre el Enunciado.

En fin primo, vayamos a lo concreto; ¿Aliverti filmo la charla de ayer?, donde vos y el de General Sarmiento le escupieron el asado como Viejos Vizcachas.

Las caras a las que es tan afecto debieron ser un poema; ¿o me equivoco?

Un abrazo