9/24/2011

la polémica sobre la delación bajo tortura, de montoneros al gulag

Vi unos afiches conmemorando un nuevo aniversario del asesinato de Rucci y me acordé de Roberto Quieto. Por nada que tenga que ver con circunstancias históricas puntuales, sino porque siempre tuve la espontánea teoría que suponía la desición de aquella operación , como un efecto de la fusión FAR-Montoneros, específicamente la influencia ideológica de las FAR sobre la conducción histórica de Montoneros.

Luego me enteré que José Amorín desarrolló esta hipótesis, seguramente con más fundamentos.

Con la figura de Quieto en la cabeza, y en tanto discretamente el "setentismo" sigue aún como paradigma en boca de muchos, es bueno a veces ingresar lateralmente en aquel mundo tan complejo, heroico y abyecto.

Pensaba en esa dirección, una y solo una de las tremendas discusiones de aquellos años, en ámbitos juveniles, pero muy juveniles, ojo.

Cómo plantarse frente a una eventual delación bajo tortura. El gobierno Militar torturaba a sus detenidos, pero el caso precisamente de Roberto Quieto, segundo dirigente de la conducción de Montoneros una vez realizada la fusión con las FAR, prueba que el gobierno de Isabel Perón también permitía los apremios ilegales en sus cárceles.

Lo cierto es que la detención en el año 1975 de Roberto Quieto, y la posterior caída de domicilios de locales y casas de dirigentes de la organización Montoneros, abrió un debate sobre qué hacer frente a un cuadro que, bajo tortura, final y sencillamente, habla.

Montoneros "juzgó y condenó" a Quieto por aquella "delación". Muchos años se siguió debatiendo sobre la mencionada condena. En un reportaje Mario Eduardo Firmenich justificó el juicio a Roberto Quieto expresando: "Evidentemente como todos los desaparecidos Quieto fue sometido a las peores torturas que uno se pueda imaginar. Nosotros no tuvimos nunca más información de él, pero sí tuvimos evidencia de delaciones de él durante la tortura (...)".

Nuestra fuerza en su ideología tenía como un elemento significativo, importante, el tema del "hombre nuevo". (...) Una sociedad que construya un hombre nuevo y ese hombre nuevo era el futuro de la sociedad. Y se suponía que los militantes revolucionarios tenían que aproximarse o ser casi ese hombre nuevo. (...) Cómo era posible que aquel que tenía que ser el hombre nuevo pudiera cantar en la tortura?

Este fue el problema. Nosotros establecimos a partir de ahí dos cosas: un juicio en ausencia a Quieto que tenía un valor realmente simbólico. Sabíamos que no tendríamos ningún rastro de él. Era un juicio que en definitiva implicaba establecer jurisprudencia para la conducta ante la represión que se avecinaba. En ese juicio Quieto fue condenado por cantar en la tortura, condenado por delación.

Que tenía el efecto de decir no admitimos la delación, no nos parece razonable que alguien delate, aunque las torturas puedan ser muy tremendas. (...) nadie puede garantizar antes de pasar por la tortura que no va a hablar ... Y allí fue que se estableció para los miembros de la conducción la obligatoriedad de la pastilla de cianuro, para no entregarse vivo. (...)

De modo que establecimos la pastilla de cianuro. Y esto fue un gran debate dentro de la organización, en realidad la conducción recibió una crítica generalizada de la organización. Y la crítica señalaba que se establecía un privilegio para los miembros de la conducción. Los miembros de la conducción teniendo pastillas de cianuro, tenían el privilegio de no ir a la tortura y el resto de los militantes no tenían esos privilegios. Y allí fue entonces que se decidió generalizar la pastilla de cianuro para evitar la delación en la tortura."

En el ERP el criterio era similar. Así describe Luis Mattini lo que en el mismo artículo considera una visión errónea:

"La idea de que los revolucionarios en todos los casos resistían la tortura sin abrir la boca, y ello sería precisamente prueba de su carácter de revolucionario, concretamente de fortaleza ideológica, atravesaba nuestro cuerpo de creencias, a punto tal de ser precisamente eso: una "prueba de fuego", mayor prueba aún que dar la vida. Más todavía, se establecía una categorización darwiniana. En el caso del PRT se suponía que los cuadros del Buró Político, (estadio supremo de la evolución) por su carácter de cuadros máximos no podrían ser "quebrados" en absoluto; en el escalón inferior siguiente, el Comité Central, un poco menos absoluto y así sucesivamente, hasta la categoría simpatizante, en donde dada la "insuficiencia ideológica", era esperable la "debilidad".

Asimismo, las sanciones correspondientes por no pasar la prueba, es decir por "cantar " pese a la tortura, iban en la misma jerarquía: gravísima, grave, menos grave, no grave y no sancionable. Esta seguridad absoluta de que los cuadros no podían ser "quebrados", llegaba hasta el punto suicida de que no cambiábamos preventivamente de casa ante la caída de uno de nuestros pares que la conocía. Además a esta categorización jerárquica se sumaba la clasista: un trabajador1obrero industrial merecía toda la confianza, le seguía el campesino y por allá abajo, a la distancia, el "pequeño burgués"...

Este nivel de locura, administrado increíblemente bajo la forma de discusión en la militancia siempre me pareció un síntoma paradigmático de hasta dónde se puede llegar cuando la política en democracia pierde su necesaria masividad y se instituye una conducción ( cualquiera) que asume finalmente el formato de vanguardia.

En este contexto entonces, la masividad debe ser conceptualmente entendida no como aleatoriedad contingente, sino como elemento necesario y atingente de la práctica política en democracia .

Volviendo al dilema específico de la delación bajo tortura , más allá de la angustia y miedo que provocaba en la época, recién pude resolverlo conceptualmente a mediados de los años noventa , cuando leí a Alexander Solzhenitsyn en Archipélago Gulag ...

«Cuando se roen los huesecillos de un murciélago en descomposición, se bebe el caldo hecho con cascos de caballos muertos, se fuman ¿cigarrillos? de estiércol o se ve a un médico tomarle el pulso a un prisionero y asegurar a los funcionarios que puede soportar unos pocos minutos más de tortura, cuando se conduce a un hombre a determinadas situaciones, ese hombre queda ya eximido de todo deber con sus semejantes.»

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