En la charla que la agrupación Causa Peronista organizara en Mar del Plata, en homenaje a Néstor, conocí a Carlos Daniel Aletto, quien me narró brevemente lo acontecido con su libro Antes de perder.
Supe de libros que merecían ser premiados y, por roscas habituales en el transparente mundo literario, no lo fueron. Supe de lista de escritores voladores como la que la funcionaria supernumeraria, ayer menemista luego delaruista, hoy kirchnerista doña Magdalena Failace (Magda), confeccionara para llevar escribas a la feria de Frankfurt, sin otro criterio que mantener su quintita dando, como corresponde a esta linda etapa que vivimos, esta vez una pátina nac&pop a la convocatoria...
O sea, hay de todo y seguirá habiendo, of course.
Pocas veces, sin embrago, nos informaron de un libro al que le retiraran un premio ya asignado. Aquí la historia contada por Vicente Battista.
La quita del Premio Clarín es una mera anécdota, ya que Antes de perder es un libro mayor y su lectura me provoca la misma alegría que siento cuando leo y releo a Juan Rulfo. Son cuentos como hacía mucho tiempo no leía.
Yo trabajé en Clarín, vale decir que (como le pasa a Pablo Llonto o como le pasará a Luis Soto) nada de lo que haga Clarín me sorprende. Por eso, cuando Carlos Aletto me llamó y me dijo si me interesaba presentar el libro y me contó la historia —que yo de alguna manera ya conocía, porque soy amigo de los jurados que le dieron el Premio—, “Bueno —le dije— sí, con gusto, pero antes me gustaría leer el libro”. Porque a mí lo que haya hecho Clarín, si el libro era malo, no me interesaba. Era un hecho político que lo podíamos discutir a partir de lo que es Clarín, que casi ya no es necesario discutir: Clarín es lo que es y punto. Ya no hay nada que decir. Por consiguiente me mandó el libro, y ahí es cuando lo leí. Y ahí es donde me sentí honrado de presentarlo. Y también me alegró lo de Clarín.
Hace muchos años un autor, que ahora es bastante nombrado, que es Federico Andahazi presentó en un concurso de la Fortabat, una novela, El anatomista. Y yo recuerdo que Amalita Fortabat, que no la leyó nunca, porque no creo que lea, pero sí los adláteres que tiene le dijeron: “¡Ay!, es una novela medio pornográfica”, y Amalita se puso fuera de sí y le quiso sacar el premio. No le podía sacar el premio —no pudieron hacer lo que hicieron con Aletto—, pero bueno, lo castigó no haciendo la fiestita. No hubo fiesta.
Pero claro, no solamente no lo castigó, lo premió maravillosamente bien, porque a partir de ahí todo el mundo quería leer esa novela pornográfica de Andahazi, que había prohibido Amalita Fortabat. Justamente a mí me tocó hacer una crítica en Clarín y recuerdo (hace muchos años de esto) que yo decía que realmente a esa novela la veía, tal vez, un poquito más pornográfica que La Cabaña del Tío Tom y no pasaba de eso.
Algo nos pasa con este cuento, entonces yo pienso, a lo mejor, que esta jugada sucia que hizo Clarín —y voy a explicar por qué jugada sucia—, ojalá sirva. Y de hecho sirve. Mirá todos los que estamos acá, para que el libro Antes de perder— que es lo que realmente importa— se empiece a leer y se lea con atención y con pasión, no con compasión, sino con pasión.
¿Por qué la jugada sucia de Clarín? A mí me ha tocado ser jurado en varias oportunidades y siempre hay alguna entelequia de este tipo: de que el libro se presentó antes, o ese cuento fue publicado en La voz de Venado Tuerto, en el año ’48, esas cosas pueden surgir. Y cuando sentía eso yo discutía la calidad del cuento, a mí me importa un pepino esas situaciones burocráticas. Acá estamos —y eso lo resolvió el jurado con toda justicia— en un cuento mayor, porque “Atalaya” es realmente un cuento mayor. Y todo el libro es un libro mayor.
¿Por qué digo esto? Porque yo empecé a leer el libro, como todo libro que leo y desconozco, con desconfianza. Y me pasa un gesto, que yo lo conozco (me conozco yo en ese gesto) es un gesto secreto porque yo leo a solas, pero cuando termino de leer un cuento y ese cuento es bueno digo: “Carajo, qué cuento”, ese es el elogio. Y con tus cuentos, ese “Carajo, qué cuento” me pasó en cada cuento que terminé. Es decir, me encontré con un libro muy bien armado, con esa ciudad inventada, “Tierra de oro”, que al final en el último cuento aparece en inglés.
El libro tiene siete cuentos, cada cual mejor, contados en primera persona, casi todos ellos; hay uno en segunda persona: “La sangre perdida” y “Los sueños de Liniers”, que está contado en tercera persona. Y eso es lo que realmente me interesó, donde no estamos hablando de historias apasionantes, terribles: hay un par de pedófilos por ahí y demás.
A mí lo que me impresionó, realmente, es la escritura de estos cuentos, porque historias dramáticas va a ver montones. Siempre doy un ejemplo: un negro celoso, que está casado con una muchacha blanca muy bonita, que tiene un mal amigo que le dice cosas al oído, para hacer que se ponga mal y finalmente el negro celoso termina matando a la mujer que tanto quería: puede ser Otelo —de hecho es Otelo— o puede ser una telenovela mexicana de las cuatro de la tarde. Depende de quien la escriba, la historia es esa. Bueno, acá tenemos alguien que toma un tema y lo desarrolla con una calidad de escritura que a mi realmente me impresionó. Pero ¿por qué me impresionó? Me impresiona, sobre todo, la primera persona. Ustedes van a ver —cuando lean este libro— que en el personaje de ”Atalaya”, un chico que pertenece a una familia de clase media baja, que se enfrenta con familias ya pobres —ya ni de clase media, familias bajas directamente— está el lenguaje del chico.
Y lo mismo encontramos en “Entre el hacha y el tajo”. Y lo mismo encontramos en “La sangre perdida”, donde el que narra le parece que está un poco por encima de su status social, porque está estudiando medicina, el lector después se entera que es el hijo de un carnicero, pero de todas maneras es el hijo de alguien que tiene una propiedad, una carnicería. Esa historia a mi me pareció apasionante —ya también la van a leer— yo no les voy a contar los cuentos, no les cuento como terminan, pero el personaje, Martín (el estudiante), termina encamotándose, enamorándose de una muchacha que no tiene nada que ver con él, y lo vuelve loco y todo se hace verosímil.
Bueno, y así seguimos, todos los otros cuentos están contados desde la primera persona. Entonces ahí viene mi primer interrogante. Hay en este momento (o hubo en un momento) un joven autor que trabajaba en un supermercado, bastante nombrado, que se llama Washington Cucurto, que escribe novelas y cuentos, y bueno gustó mucho por el lenguaje. Pero claro era el lenguaje que venía de un muchacho que arreglaba los anaqueles de un supermercado. Washington Cucurto era un muchacho que trabajaba en un supermercado, así que ese era su lenguaje. En el caso (y él lo ha explicado) de Carlos Aletto, es un Licenciado en Letras, es decir, ustedes lo han oído hablar, tiene un lenguaje muy bien armado, muy bien estructurado, muy bien articulado. Cuando lean los cuentos escritos por él, en primera persona, se van a encontrar con personajes del barrio o de las villas que hablan con el lenguaje de las villas. Eso es lo que nosotros creemos. De eso también voy a hablar.
Y por último, para que quede claro de que él no solamente se detiene en esa escritura —que de por sí ya a mi me apasiona— que alguien que no tiene ningún contacto con esa gente, haya logrado hacerme creer a mi que estoy oyendo a un muchacho de la villa (y voy darte un ejemplo que va a llenar de alegría a Aletto). Pero también trabaja en tercera persona y tenemos un cuento como “Los sueños de Liniers”, donde se atreve a un cuento histórico, poniendo a un personaje tan contradictorio y doloroso como Liniers, que claro visto en el tiempo, uno dice “bueno, lo fusilaron”. “Bueno, lo fusilaron” porque había que fusilarlo en ese momento. Con el tiempo después te sentís mal, pero había que fusilarlo. Había sido el héroe de las Invasiones, pero después estaba jugando para el gobierno español que los criollos querían sacárselo de encima. Y finalmente “¡Despertad!”.
Bien, cuando decía lo del lenguaje, y cuando decía que Aletto se iba a poner contento, yo leyendo sus cuentos me encontré con la alegría esa que sentí, toda vez que leí (y sigo leyendo —porque es un autor que leo y releo permanentemente—) estoy hablando de los cuentos de Juan Rulfo y de Pedro Páramo, su novela. Los cuentos de Juan Rulfo, que si no los leyeron ya mismo van a comprarlos después de leer Antes de perder, son cuentos que suceden en el México post-revolución, con campesinos mexicanos. Y uno los lee y está escuchando a los campesinos. Sin embargo, en cierta oportunidad le preguntan a Juan Rulfo si así hablaban los personajes campesinos que él ponía en escena. Rulfo contestó que no, que de ninguna manera. Ese era un lenguaje exclusivamente literario que semejaba ser el lenguaje de los campesinos.
Y eso es la literatura. Eso es lo que hace Aletto. Nos hace creer a nosotros que ese es el lenguaje de las villas, y nosotros lo creemos y entonces estamos escuchando la voz de un villero, o de un señor muy pobre, de un chico de la calle y se nos hace cierta. Seguramente si algún día vamos con un grabador, o vamos y escuchamos, vemos que no es así. Pero lo que escuchamos no es literatura, lo que él hace es literatura y alta literatura.
Por eso que Clarín le haya retirado el premio, digamos es una mera anécdota, espero que sirva para que el libro se lea más y yo de por sí, y a partir de ahora, voy a recomendarlo con la pasión del caso —no porque Clarín le retiró el premio— sino porque realmente son cuento como hacía mucho tiempo no leía, y no lo digo porque estoy en esta presentación, lo digo porque realmente lo siento. Es un libro realmente de primera línea, sin un sólo error, o uno solo que se lo marqué al autor, pero no lo voy a hacer público.
2 comentarios:
Qué buena presentación de libro. El otro día fui a una en la Biblioteca Nacional y fue malísima. Me dio pena porque iba a comprarme el libro y después desistí. En cambio este libro parece valer bastante y aunque anecdótico, doble mérito con el temita de Clarín.
Abrazo!
Arte, ¿sabes donde puedo comprarlo en Mar del Plata?.
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