la re- encarnación

Me llega este texto de Guillermo Alfieri que quiero compartir:

Murió Kirchner y hubo quienes enseguida buscaron espejos en la historia. Unos dijeron que era como cuando murió Perón y quedaba Isabelita. Los otros respondieron que era como cuando murió Evita y quedaba Perón.

Igual que la madrastra del cuento, cada cual buscó un espejo que le devolviera la imagen que desea ver. Pero ni opositores ni oficialistas repararon en otra opción, más lejana en el tiempo pero notoriamente cercana en roles: la que aconteció en 1838, cuando Juan Manuel de Rosas perdió a su esposa, Encarnación Ezcurra.

Algunos apuntes bastan. Doña Encarnación era de carácter irascible. No toleraba tibiezas en el frente interno. Dividía al mundo peronista –perdón, rosista- en “apostólicos” (es decir, leales) y “cismáticos” (o traidores), e incluso aborrecía de los “apostólicos débiles” (leasé: sospechosos de futuras traiciones). Era de lengua implacable con ellos como cuando Néstor, en pleno conflicto agropecuario, saludaba con sarcasmo la llegada de Alberto Fernández: “¿que dice nuestro hombre de Clarín en el gobierno?”.

Cuando Rosas atendía los asuntos de gobierno –y más aún cuando se alejaba de la escena hasta que la sociedad le implorara que restableciera el orden-, la casa de Encarnación funcionaba como la sede del partido. Ella fue, de hecho, la primera mujer-jefa de una estructura política. Amadrinó a la Sociedad Popular Restauradora, que en términos actuales sería una red de punteros territoriales (otra cosa distinta fue la Mazorca, grupo de choque). Nada se hacia allí sin conocimiento ni consentimiento de Encarnación, exclusivo canal de comunicación con el jefe en los tiempos mas bravos.

Ella confrontaba con la prensa opositora. Le decían de todo y a todo respondía, aunque no hay constancia de que haya dicho alguna vez “¿que te pasha, unitario, eshtash nerviosho?” “Se conocieron muy jóvenes, y muy jóvenes se unieron para siempre. Nadie habla aquí de amores, ese invento de Lord Byron, sino de entendimiento instantáneo, de esa clase de alianzas que poco y nada tienen que ver con la fiebre o con el alma”, escribió Fernanda Sández para la colección 200Argentinos que se publica con esta revista. Hablaba de Rosas-Ezcurra, pero bien podría estar hablando de parejas de poder contemporáneo. El no confiaba más que en ella, y viceversa.

Y por si hiciera falta reforzar las similitudes…no, hasta aquí esta bien, si no saltarán los opositores a decir que la prepotencia mazorquera debió escribirse MazorKa y los oficialistas a reemplazar un nombre y trazar la línea fundacional con San Martín-Rosas-Kirchner. Esta nota es apenas un juego con la historia, sobre el uso -y el abuso- que se hace de ella. Y de la liviandad interesada con que se empuñan ciertos espejos.