PERON NO VUELVE

En Ramble anticipamos como mejor pudimos que el acto de San Vicente estaba inicialmente tan muerto como Perón. No había forma de hacerlo operativo y menos que "saliera bien", digamos. Sucede que el país que Perón representó y en el cual el vínculo entre su liderazgo y los sectores subalternos estaba social y políticamente activo, murió con él, o tal vez bastante antes. Más allá de esa discusión, que no daremos ahora acá, ciertamente ya nada queda de la Argentina donde la modalidad populista de organización y discurso de la que Perón era su mayor liderazgo emergente. Dictadura mediante y lo que vino en democracia luego, esa patria finalmente ha sido abolida. Aquella Argentina de pleno empleo (3%) baja informalidad laboral (15%) amplia sindicalización (75% de los asalariados integraban la plantilla sindical), altos salarios (6% de pobreza), gran integración social ( brecha entre 10% de perceptores ricos y pobres de 12 veces) eran, entre otras, condiciones materiales indispensables para que anclara un liderazgo que interpelaba al conjunto de los sectores subalternos apelando a la homogeneidad que ofrecía un país que a mediados de los años setenta poseía indicadores sociales similares a los de Australia hoy. Sin fragmentación social y niveles de integración altos o muy altos, la vertebración nacional del liderazgo de Juan Perón a través de su articulación con los poderosos aparatos sindicales de una clase obrera en ascenso social permanente y de predominio industrial hoy ha desaparecido del horizonte socioeconómico nacional. El modelo populista encarnado en el liderazgo del león herbívoro construído inicialmente desde el aparato de estado requería para funcionar un país homogéneo y vertebrado social y sindicalmente, sin mayores discontinuidades, de pleno empleo y en ascenso social contínuo. Se trataba de un populismo estatalista activo en un contexto de satisfacción socioeconómica extendida. Nada de eso está a la vista hoy, y los episodios de San Vicente muestran la representación vacía de un vínculo ya definitivamente demolido. Nada de lo que allí pasó esta activo socialmente, ningún lazo social observado es realmente consistente. San Vicente es en rigor el reino de Antonio Cafiero balbuceando senilidades, el de la mueca bizarra donde toda comparación con episodios anteriores, aún con trágicos acontecimientos debiera suspenderse para abrir el análisis hacia perspectivas más sugerentes e innovadoras. La coreografía dominante en los actos del 2006 no son ya la poderosa clase trabajadora organizada, columna vertebral del movimiento perpetuo o las juventudes de clases medias urbanas identificadas mas o menos difusamente con aparatos armados, sino más bien conglomerados de multitudes desdichadas, atravesadas por el dolor social más abyecto, la desesperación familiar y el abismo del descontrol de los más pibes en acción o siempre a punto de estallar. El periodismo abusa hoy de la comparación con los sucesos de Puente 12 ocurridos en Junio del año 1973. Sucede que en Ezeiza se esperaba a Perón, en San Vicente , al cadáver mutilado de Perón, por eso aquello fué una tragedia activa en la historia y esto una farsa sin otro destino que la segura perorata dominguera de Morales Solá, sí que indignada. Ciertamente el fragote del mausoleo debiera haberse evitado, el populismo construído en medio de la satisfacción socioeconómica ascendente ya había muerto, no era necesario esta vuelta de rosca, cruel para muchos, grotezca para otros, innecesaria para casi todos. En esta perspectiva, tras este 17 de octubre de 2006 queda claro que es necesario ir hacia un populismo de la fragmentación social, capaz de operar y construir un liderazgo activo en medio de la carencia socioeconómica, con niveles de sindicalización menguantes, baja formalidad del mercado de trabajo y alta inequidad social. Se trata de pensar y actuar política y socialmente en el país realmente existente hoy, miércoles 18 de octubre de 2006. Porque, con todo respeto, está más que claro que (ay!) Perón ya no vuelve.