9/21/2022

la ansiedad y el miedo ligado a perder el empleo configuran la experiencia emocional de los trabajadores jóvenes y precarios


Aportes para la caracterización socio-ocupacional de los Jóvenes

En su especificidad, los segmentos juveniles presentan a lo largo de los años, mayores niveles de desempleo y desocupación, con amplias diferencias en los niveles de actividad en relación a la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres.

Sin embargo, la característica que nos interesa destacar alrededor del trabajo juvenil, es el de la precariedad. Entendemos a la precariedad como una forma histórica que asume la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo (Longo, 2011).

Como tal, no es medible en sí misma a partir de los registros estadísticos disponibles, pero podemos formular aproximaciones que nos permitan realizar una caracterización de la experiencia juvenil en el trabajo a partir de datos cuantitativos y cualitativos.

El trabajo sin registro, susceptible de ser medido entre los asalariados jóvenes a partir de la Encuesta

Permanente de Hogares, las transformaciones acontecidas en la incidencia de las distintas categorías de empleo (niveles de cuentapropismo y asalarización), son elementos que habilitan un acercamiento a las dimensiones de la precariedad juvenil.

Por otro lado, nos hacemos de una vasta literatura académica que explora el problema en distintos ámbitos laborales. Retomamos entonces, las tres dimensiones ordenadas por Julieta Longo (2011) en las cuales la precariedad -nuevamente, como forma histórica que asume la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo-se materializa: precariedad del empleo, del trabajo, y de las relaciones laborales.

La precariedad del empleo, hace referencia a la capacidad de flexibilizar tanto la contratación y el despido, como el uso de la fuerza de trabajo. Entendemos entonces aquí tanto la capacidad de “flexibilidad interna” es decir, la flexibilidad en la jornada laboral, en el espacio de trabajo y/o en las  tareas a realizar; como la llamada “flexibilidad externa”, es decir la posibilidad de subcontratación, tercerización, y otras formas irregulares o ilegales de contratación precaria.

En consecuencia, las empresas o patronales cubren las oscilaciones de la demanda a través de la flexibilización externa e interna, mientras el “ideal” de trabajo a tiempo completo se destruye en tanto  los trabajadores jóvenes tienen que adaptar su vida a los vaivenes de los requerimientos empresarios.

El tiempo de trabajo se dispone enteramente hacia el capital, y el tiempo de vida de los trabajadores se organiza detrás del tiempo de trabajo.

La precariedad de las relaciones laborales se manifiesta en la fragmentación del colectivo de trabajo en la prohibición o ausencia de organizaciones sindicales que representen los intereses de los trabajadores. En esta dimensión se entiende que la precariedad, pensada en términos de una relación de fuerzas, construye ámbitos y espacios laborales precarios en los que la precariedad se consolida atravesando las fronteras individuales. Es finalmente en este terreno, donde la precariedad condiciona y modifica las posibilidades de organización colectiva en y a partir del trabajo.

En este punto, nos interesa concentrarnos específicamente en la precariedad del trabajo, en tanto es aquella que guarda la relación más profunda con la configuración subjetiva de los trabajadores jóvenes.

Retomemos entonces, la precariedad del trabajo será para la autora la degradación de los trabajos a través de la simplificación y rutinización de las tareas, el aumento del despotismo en el trabajo, la desubjetivación de la producción, y la contratación de trabajadores sobre o sub calificados con respecto a las tareas que deben desarrollar. Estos aspectos influyen sobre la percepción que construyen los trabajadores del trabajo, principalmente a través de sentimiento de insatisfacción, al tiempo que disminuyen el poder del trabajador frente al capital.

Lo que nos interesa, es destacar que el trabajo, no sólo es principalmente identificado como el medio para satisfacer necesidades básicas en el plano económico, sino que también es señalado en los estudios de caso como un eje central en la vida, constituyendo un lugar de construcción de sí mismos, y también de construcción de lo social y de inclusión social.

Los trabajadores precarios pueden englobarse bajo lo que Paugam (2000) llama “integración descualificante”, es decir trabajos que no ofrecen satisfacción al trabajador, en términos de otorgarles un reconocimiento material y simbólico, y al mismo tiempo son inestables.

Desde esta perspectiva, podemos señalar la relación doblemente negativa con el trabajo a partir de la inestabilidad en el empleo y la insatisfacción en el trabajo. Paugam (2000) plantea que los trabajadores más alejados del tipo ideal de la “integración asegurada” -lo opuesto a la integración descualificante-no tienen los medios para enfrentar el proceso donde ellos son víctimas.

Por lo que, si bien se oponen a su situación, su respuesta es la apatía o el radicalismo despolitizado al margen de las estructuras sindicales y políticas, lo que expresa una degradación del vínculo social (Longo, 2011).

Desde nuestro punto de vista, las emociones son un aspecto central de las condiciones de trabajo precarias a las que se someten los jóvenes.

Diversos estudios de caso cualitativos (Juravich, 2009; Loustaunau, 2021) dan cuenta de la jerarquización con la que aparecen las emociones en el proceso de trabajo.

En los estudios canónicos de la temática, la forma en que se piensa la precariedad es en comparación con lo que se llama “relación estándar de trabajo", que tiende a pensar en un trabajador blanco, hombre, en un contexto específico muy limitado temporalmente pero que funciona para construir frente a eso la idea de precariedad.

Desde ese parámetro, la precariedad se piensa a partir de cuestiones objetivas, como las señaladas anteriormente en torno al trabajo impredecible, etc. Sin embargo, esos estudios pierden de vista una parte fundamental de la experiencia laboral de esos trabajadores, en tanto las emociones son un elemento tan importante como el hecho de que los horarios sean cambiantes o impredecibles.

Desde este punto de vista, las emociones no son necesariamente un efecto de los horarios impredecibles, los turnos rotativos o el trabajo tercerizado, sino que son parte integrante de una condición laboral que está planificada desde el “management” y que implica cierta emocionalidad.

No es lo mismo que los jóvenes precarios tengan miedo mientras están trabajando, que no lo tengan.

El ejemplo de los estudios cualitativos en trabajadores de las apps, con fuerte incidencia de trabajo juvenil, resulta esclarecedor: lo que se detecta, es una emocionalidad de ansiedad permanente en el proceso de trabajo que está organizada por la forma y los dispositivos de control del tiempo y por las expectativas de los tiempos de trabajo.

La ansiedad constitutiva del proceso de trabajo y el miedo ligado a perder el empleo en un mercado de trabajo hostil configuran la experiencia emocional de estos trabajadores jóvenes y precarios.

Del derecho al trabajo al trabajo sin derechos

El trabajo no registrado entre los asalariados jóvenes expresa tan solo una parte de la incidencia del trabajo precario entre los mismos. Recordemos que el trabajo precario involucra también formas de trabajo registrado que resultaron de las transformaciones socio-históricas del mundo del trabajo desde la década de 1970, con particular énfasis en aquellas que operaron en la década de 1990 y que se materializaron en las reformas que generaron un cambio de escenario sobre las formas de contratación y uso de la fuerza de trabajo.

La precarización dejó así ́de estar localizada en empresas de baja productividad, para transformarse en una característica de las grandes empresas, en muchos casos multinacionales.

Ahora bien, las estadísticas disponibles sólo nos permiten cuantificar la incidencia del trabajo no registrado en la población asalariada, sin dar cuenta de otras formas de precarización del trabajo.

Por esta razón, consideramos que los valores establecidos de trabajo informal son el piso desde el cual pensar la expansividad del trabajo precario en la juventud.

Observemos ahora dos elementos centrales: en primer lugar, los niveles de trabajo no registrado en la juventud, y en segundo lugar, las variaciones que al interior de las mismas ramas de actividad se establecen en cuanto al trabajo sin derechos en relación a los distintos segmentos etarios.




Esta comparación nos permite ratificar un argumento central de nuestra caracterización: el trabajo sin derechos aparece como la forma privilegiada bajo la cual se emplea a la fuerza de trabajo juvenil.

Un dato central que se desprende del análisis estadístico es el hecho de que el 87,5% de los trabajadores jóvenes desocupados con empleo anterior trabajaban en condiciones de no registro.

Sin embargo, las consecuencias no se limitan al deterioro de las condiciones materiales bajo las cuales los jóvenes viven y despliegan sus primeras experiencias en torno al trabajo, sino que operan sobre la configuración de una subjetividad en torno al trabajo que, desprovisto de derechos, los vuelve merecedores de poco y nada.

En oposición a una narrativa cuya centralidad se encuentra en la ampliación permanente de derechos, las contradicciones que se establecen entre la realidad efectiva experimentada por los jóvenes en una dimensión tan central de la vida social como lo es el trabajo, pueden tener efectos que aún no han sido ampliamente teorizados.

Ser trabajador joven e informal no es una identidad esencial, es una forma de clasificar el trabajo y a los trabajadores devaluándolos, significa que si sos una trabajadora o trabajador joven no vas a ser considerado totalmente como trabajador. Sin acceso a derechos político/sindicales, la forma de integración al proceso productivo tiene profundas carencias que otros trabajadores no tienen. Y esa experiencia sedimenta una subjetividad diferenciada que configura una fuerza de trabajo contemporánea específica.

Todo este deterioro laboral y emocional se agravó notablemente tras la pandemia en el conjunto de la población y en especial en los jóvenes. Contextualizar este gran tema que modela parte del comportamiento juvenil es un paso necesario para comprenderlo y - si es posible- mejorarlo.


 


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